¿Podrán conseguir los estudiantes que se limite el acceso a las armas en Estados Unidos? Será un camino largo y difícil
POR JOAQUIM UTSET-. La foto seguramente dará la vuelta al mundo. Una estudiante llorando de frustración en la galería de visitantes de la Cámara de Representantes de la Florida de Tallahassee después de que la mayoría republicana se negara a debatir la prohibición de la venta de fusiles de asalto como el que se usó hace solo una semana para matar a 14 de sus compañeros y tres de sus maestros en la escuela de Parkland.
Es el primer choque con la realidad del naciente movimiento Never Again, surgido espontáneamente del horror que enlutó el sur de la Florida en el Día de San Valentín.
A golpe de elocuentes discursos virales y emotivas intervenciones ante los medios, los jóvenes de la secundaria Marjorie Stoneman Douglas que impulsan este “basta ya” han logrado encender la chispa necesaria para reabrir el debate sobre la tenencia de armas, al menos por unos días.
No es un logro despreciable si tenemos en cuenta que a estas alturas como sociedad nos hemos acostumbrado a digerir este tipo de tragedias con una pasmosa pasividad. En un guión de sobras conocido, tras cada tiroteo masivo del horror pasamos a las plegarias y la solidaridad con las víctimas, para luego olvidar. Hasta que ocurre de nuevo, y siempre ocurre de nuevo.
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El salto al ruedo público de los estudiantes, que con refrescante naturalidad se niegan a aceptar esa pasividad, ha servido para quebrar el relato establecido en los últimos años en los que hemos engullido una masacre detrás de otra. Eran piedras que caían en un estanque, zarandeaban la superficie del agua por un instante y luego todo volvía a su estado original.
Probablemente los muchachos logren llenar muchos autobuses –iguales a los que el martes fueron al Capitolio de la Florida en Tallahassee– para viajar a Washington el próximo 24 de marzo, en que han convocado una manifestación denominada March for Our Lives. Pero para entonces, si no lo saben ya, habrán comprobado que al ímpetu con que se han lanzado a la tarea deberán sumar mucha paciencia.
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El revés en Tallahassee, no menos amargo por esperado, es un aviso de lo que viene. No es por casualidad que los esfuerzos por restringir el acceso a las armas suman más derrotas que victorias en las últimas tres décadas pese a las sangrientas estadísticas que acumulamos año tras año.
La inacción ante una tragedia que se repite
Según la organización Everytown for Gun Safety, entre otras cosas, se comete una media anual de 13.000 homicidios por arma de fuego, siete menores pierden de media cada día la vida a causa de un arma de fuego y 50 mujeres al mes son asesinadas por sus parejas con un arma de fuego.
Por mucha menos sangre inocente regada, países como Australia o el Reino Unido promulgaron severas restricciones a la venta de armamento. En EEUU, en cambio ha pasado todo lo contrario.
Desde los años noventa no se ha implementado ningún cambio significativo, ni siquiera después de la tragedia de la escuela de Sandy Hook de 2012, cuando otro perturbado con fusil de asalto mató a 20 criaturas de 6 y 7 años.
Ni la intervención directa de algunos de los padres logró influir en la mayoría republicana del Congreso, que se negó a debatir el moderado paquete de medidas bipartidista apoyado por la administración Obama.
¿Acaso alguno de esos legisladores que le cerraron las puertas a esos padres martirizados perdió su escaño por darles la espalda? La respuesta es que no.
Por ejemplo, el senador Marco Rubio logró su reelección el año pasado sin que en las urnas pesara su negativa a las súplicas de los padres de Sandy Hook. Tampoco que votara en contra, poco después de la matanza en el club Pulse de Orlando, de una medida también bipartidista para negar el acceso a la compra de armas a quienes tengan vetado volar por ser sospechosos de terrorismo.
“¿Cómo nos pueden hacer eso?, ¿es una broma?”, se preguntaba tras el voto en Tallahasse Emma González, una de las estudiantes que se ha convertido en la voz de Never Again.
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Muy sencillo, pueden porque hasta ahora nadie ha pagado un precio electoral por su oposición a un mayor control de las armas. ¿Alguien conoce de algún político reconocido que haya perdido su cargo por ser demasiado amiguito de la Asociación Nacional del Rifle (NRA)?
Al contrario, más allá de consideraciones puramente ideológicas, cualquier legislador republicano se siente más vulnerable si se muestra dispuesto a legar a compromiso en asuntos de la Segunda Enmienda. No solo porque puede ser blanco de los ataques del NRA en unas primarias, sino por la reacción de los votantes conservadores de su partido intransigentes en este punto.
Nada sucederá hasta que los votantes castiguen a los políticos
Es una cuestión de equilibrio. Mientras se corra más peligro en las urnas por no hacer nada tras una masacre que por legislar para evitarla, nada se puede esperar de nuestros dirigentes.
Que se lo digan al gobernador de la Florida, Rick Scott, quien no sabía hacia dónde mirar cuando el superintendente escolar de Broward, Robert Runcie, que estaba a su lado en una encuentro con la prensa, suplicaba que se produjera “un diálogo auténtico sobre restricciones a las armas”.
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Scott, como Rubio, cuenta con una nota de A+ del NRA por haberse opuesto a todas las iniciativas a favor de un mayor control de la tenencia de armas tras masacres como la del club Pulse, al tiempo que firmaba leyes patrocinadas por el lobby de las pistolas.
¿Se lo recordarán los votantes cuando en noviembre, como se espera que anuncie pronto, intente arrebatar el puesto en el Senado del demócrata Bill Nelson?
El gobernador, como otros políticos en su piel en ocasiones similares, lo que probablemente espera es que amaine la tempestad con el tiempo y el país acabe pasando página.
Hasta entonces se tirarán balones afuera recurriendo a argumentos manidos como decir que no se puede legislar en caliente, achacando a otros la responsabilidad (la inacción del FBI tras las alertas que recibió) o señalando a otras causas, como la decadencia moral o las enfermedades mentales.
En este último apartado, lo que hace dudar de la sinceridad de quienes lo esgrimen es que nunca después de tragedias previas se ha visto ninguna medida por su parte al respecto. Es más, como señalaba el diario Sun Sentinel de Fort Lauderdale, la Florida sigue invirtiendo muy por debajo de la media nacional en salud mental y, a nivel federal, el nuevo presupuesto del presidente Donald Trump incluye drásticos recortes.
Los demócratas no están libres de culpa
Tampoco los demócratas pueden sacar demasiado pecho, ya que el control de la venta de armas no estuvo en sus prioridades legislativas en la etapa de la administración Obama en que dominaron el Capitolio. Ni siquiera trataron de renovar la prohibición a la venta de los fusiles de asalto que los republicanos habían dejado caducar en el 2004.
Que la pasión con que han abrazado la causa estos estudiantes está rindiendo frutos lo demuestra el cambio de tono del presidente Trump y su disposición, ahora, a prohibir los accesorios (bump stocks) que facilitan que los fusiles disparen como una ametralladora. Por cierto, esos accesorios no los usó el autor de la masacre de Parkland, sino el de Las Vegas. La diferencia es que entonces pasamos página.
Por eso, si activistas como Emma González quieren lograr auténticas reformas en la legislación de la venta y uso de armas, tienen que cumplir la amenaza incluida en su tuit de cobrárselo en las urnas a quien se lo impida. “No nos vamos a olvidar cuando lleguen las elecciones de medio término”. Eso lo veremos en noviembre.