En España, unas monjas excomulgadas no quieren abandonar sus conventos
La disputa de las clarisas de Belorado, actualmente enredada en un tribunal español, involucra un arma misteriosa, demonios, deudas, una hipoteca y un manifiesto en el que denuncian a la Iglesia católica.
Una tarde del verano pasado, un coche salió a toda velocidad de las puertas de un convento a las afueras de un tranquilo pueblo del norte de España, y siguió avanzando hasta llegar a otro convento ubicado a 137 kilómetros de distancia.
Una monja manejaba el vehículo. En el asiento del copiloto había otra. Se apresuraron en el Nissan blanco por una carretera rural bordeada de campos de girasoles y postes telegráficos de madera, desesperadas por salvar el modo de vida de su orden, las clarisas de Belorado, que existe desde 1358, y por conservar el control de sus tres conventos.
El Vaticano excomulgó a las hermanas y un arzobispo local las amenazó con desalojarlas porque habían roto con la Iglesia católica romana. Y aunque las clarisas de Belorado son propietarias de dos de los edificios en los que viven y recientemente habían firmado un acuerdo para comprar un tercero, el Vaticano designó a un arzobispo local para que administrara sus propiedades y finanzas.
El frenético viaje en coche se produjo luego de que las monjas se enteraran de que el arzobispo planeaba confiscar las llaves de repuesto de los conserjes y cambiar las cerraduras de dos de los conventos. “Condujeron con mucha velocidad”, dijo la hermana María Belén de la Trinidad, de 51 años.
Cuando las dos monjas llegaron al monasterio de Derio, ya habían cambiado la cerradura de la puerta principal y habían echado el cerrojo a las demás puertas desde dentro. Las monjas encontraron una puerta trasera abierta, entraron a hurtadillas y recuperaron el acceso.
A todos los efectos, sor Belén y otras monjas ahora son ocupantes ilegales: están enclaustradas en el interior de los dos conventos, conocidos como el de Orduña y el de Belorado. El convento de Derio está vacío desde que las hermanas se salieron, tras años de lo que describen como una persecución por parte de “el diablo”.
La insólita disputa, que en la actualidad está estancada en un tribunal español, involucra una orden de registro de un arma misteriosa, además de demonios, deudas, una hipoteca y un manifiesto en el que las monjas denunciaban a la Iglesia católica. La historia ha conmocionado a los residentes locales y ha puesto en duda quién controla realmente los conventos: ¿las monjas o el Vaticano?
“Nos han quitado nuestras cuentas bancarias y quieren quedarse con las propiedades, terrenos y donaciones”, dijo sor Belén, quien ingresó en la orden de las clarisas de Belorado en 1999. “Es duro, pero hay que luchar”.
El Vaticano no respondió a las peticiones de comentarios. Natxo de Gamón, director de comunicación del Arzobispado de Burgos, refutó las declaraciones de las monjas de que son ellas las legítimas custodias de los conventos y rebatió muchos de sus recuerdos de los hechos.
Recluidas, la mayoría de las monjas, incluida sor Isabel de la Trinidad, madre superiora del convento de Belorado, no pudieron ser localizadas o declinaron hacer comentarios. Sor Belén y sor Paloma Clara María de Jesús accedieron a hablar con The New York Times, describiéndose como portavoces de las monjas excomulgadas.
Vestidas con sus hábitos, respondieron a las preguntas a través de una reja que divide el locutorio del convento de Belorado. Ahí explicaron cómo, hasta hace poco, siempre habían observado sus votos de obediencia. Señalan que su ruptura con la jerarquía fue provocada por la falta de apoyo durante un periodo prolongado de dificultades económicas y espirituales.
“Las clarisas de Belorado han vivido aquí durante setecientos años”, afirmó sor Belén. En los últimos años, han lidiado con condiciones ruinosas y han sobrevivido a lo que ellas consideran como posesiones demoníacas. Siendo así, las hermanas tienen la intención de quedarse donde están, no importa lo que diga el papa Francisco.
El ‘Diablo’ y Derio
Según las monjas, sus problemas empezaron hace 13 años aproximadamente. En ese entonces, las monjas de Belorado eran muy respetadas en la zona y por la Iglesia. Eran conocidas por su laboriosidad: habían montado un lucrativo taller en línea de trufas de chocolate en el convento de Belorado, vendiendo dulces envueltos para regalo a clientes en ubicaciones tan lejanas como Japón. Los ingresos se habían utilizado a principios de siglo para financiar la restauración de las celdas del primer piso del convento, en estado de deterioro tras décadas de abandono.
Cerca de allí, en 2011, un puñado de monjas de edad avanzada tenían problemas en el convento de Derio, más pequeño y menos conocido. El reverendo Mario Iceta, ahora arzobispo de Burgos, pidió a las monjas de Belorado que incorporaran a Derio dentro de la orden de Belorado y ayudaran a sus compañeras menos afortunadas, recuerda sor Belén.
La idea era que las monjas pudieran convertir el convento de Derio —construido en el siglo XX en un impresionante enclave natural— en un centro espiritual, ofreciendo alojamiento y comida a los turistas religiosos y atrayendo generosos donativos. Sor Isabel de la Trinidad, madre superiora del convento de Belorado, envió a algunas de las monjas más jóvenes, pero al llegar al monasterio de Derio se dieron cuenta de que había humedad en las paredes y las habitaciones estaban infestadas de insectos.
Las jóvenes hermanas enviadas al monasterio tuvieron dudas desde el principio. En una declaración escrita que enviaron al Times, las monjas dijeron que “se respiraba algo extraño en el lugar, que no te dejaba tranquila”.
A pesar de todo, pusieron manos a la obra, recurriendo a los fondos del próspero convento de Belorado y contratando a constructores para reformar la iglesia de Derio. Instalaron calefacción bajo el suelo del templo y arreglaron habitaciones de un edificio anexo que data del siglo XVII.
Sin embargo, para 2017 el monasterio de Derio no había logrado atraer a los fieles —ni los donativos— que esperaban. El convento de Belorado estaba agotado económicamente, y las monjas que habían sido enviadas a Derio estaban física y mentalmente exhaustas.
Según sor Paloma, empezaron a enfermarse. Estallaron las disputas. Dijo que, por la noche, oían ruidos inexplicables: objetos que se arrastraban por el tejado, bebés que lloraban, risas lúgubres, pasos que iban y venían. Los picaportes giraban con una fuerza invisible. Las luces se encendían y se apagaban. Algunos objetos, como las tijeras, se movían solos por las mesas. Las monjas estaban convencidas de que el mal estaba operando ahí.
“Cuando has enfrentado cara a cara al demonio, sabes a quién estás tratando”, dijo la hermana Paloma, de 47 años. “Tenía mucho miedo”.
El sacerdote de Derio no proporcionaba una orientación espiritual adecuada, agregó sor Paloma. “Un capellán modernista, celebraba misas penosas”, dijo. Daba sermones sobre “ecología y cambio climático”, en vez de centrarse en “salvar almas”, dijo.
Sor Belén dijo que en 2018 se intentó hacer exorcismos. De Gamón dijo que personalmente no tenía conocimiento de ningún exorcismo.
Los sucesos extraños continuaron, afirmó, pero las monjas seguían tratando de salvar al monasterio de Derio. Encontraron un respiro económico cuando el ayuntamiento les concedió permiso para alquilar el edificio anexo al convento, del siglo XVII, como casa vacacional de seis dormitorios para turistas. Al poco tiempo, tenían un flujo constante de clientes.
“Nos iba muy bien”, dijo sor Paloma. “Casi siempre teníamos 9/10 en Booking”.
Entonces llegó la pandemia y todo se cerró. En octubre de 2020, las monjas abandonaron el convento de Derio. “Las experiencias preternaturales que experimentamos en ese tiempo nos hicieron tomar la decisión de salir, después de consultar a tres exorcistas”, afirman en su declaración escrita.
Sin dinero y cada vez más enfrentadas con el Vaticano, sor Isabel, la madre superiora, y sus monjas, hipotecaron el convento de Derio por 720.000 euros (752.000 dólares) y lo pusieron a la venta. Utilizaron 100.000 euros del préstamo para el pago inicial de una propiedad medieval vacía ubicada 100 kilómetros al norte de Belorado: el convento de Orduña, que estaba siendo vendido por otra comunidad de monjas, las clarisas de Vitoria. Aunque en España los conventos pertenecen a las monjas, según De Gamón cualquier venta requiere la autorización del Vaticano.
“La Santa Sede tiene la última palabra en las ventas”, dijo De Gamón. La transacción de Orduña fue aprobada, y las monjas firmaron un acuerdo de buena fe: las monjas de Belorado harían pagos regulares a las monjas de Vitoria hasta alcanzar el valor total de 1,2 millones de euros (1,3 millones de dólares).
Las monjas empezaron a recuperarse de sus enfermedades. Orduña tenía un huerto y un corral, que ellas cuidaban. En cuestión de meses, las monjas habían usado el dinero restante de la hipoteca para reparar el tejado con goteras, instalar paneles solares y construir una panadería, donde elaboraban productos para vender en los mercados locales.
Pero con el aumento del precio mundial del cacao, su negocio de trufas se fue a pique, y las ganancias de sus pasteles, buñuelos y tartas que vendían en los mercados locales eran todos los ingresos que tenían. “Los curas tienen sueldos, pero las monjas no. Las hermanas necesitan trabajar”, dijo sor Paloma. “Nuestra forma de vida es el trabajo”.
Luchando por mantenerse al día con los pagos de la hipoteca y sus compromisos con las clarisas de Vitoria, pusieron sus esperanzas en la venta del convento de Derio. Las monjas dijeron que para finales de 2023, cuando por fin un posible comprador mostró interés, le pidieron al Vaticano que autorizara la venta. Según sor Belén, la petición quedó sin respuesta.
Las hermanas hicieron un último intento de mejorar sus finanzas negociando el traspaso de la propiedad de Orduña a un benefactor, cuya identidad no quisieron revelar al Times. Su propuesta fue rechazada por el arzobispo local.
De Gamón dijo que las autoridades eclesiásticas locales consideraban dudosas las afirmaciones de las monjas de que tenían posibles interesados en la compra del monasterio de Derio y el traspaso de Orduña. De hecho, “tenemos la sospecha de que no hay comprador” para el de Derio y que, en el caso del benefactor de Orduña, “no era católico”.
Las monjas se habían topado con un muro financiero. Cuando el Vaticano encargó al arzobispo que se encargara de sus finanzas, se descubrió “un agujero económico gordo”, que ascendía a decenas de miles de euros, dijo de Gamón.
En mayo, las clarisas de Vitoria, que dicen no haber recibido ningún pago por la propiedad de Orduña, exigieron que se les devolviera. Las monjas de Belorado, sin embargo, se negaron a firmar la cancelación del acuerdo de buena fe, alegando que habían gastado más de 1,2 millones de euros en arreglar una propiedad en ruinas. Sor María Sión de la Trinidad, de 39 años, una monja de Belorado que asistió a una reunión de negociación, comentó que no querían firmar la rescisión del contrato y perderlo todo.
Días después, las monjas de Belorado publicaron su manifiesto.
Las monjas no huyen ni se arrepienten
Dieciséis monjas renunciaron a la Iglesia católica y acusaron al papa Francisco de usurpar la Santa Sede. Luego juraron lealtad a un movimiento católico tradicionalista llamado sedevacantismo, que rechaza el modernismo y afirma que todos los papas desde Pío XII, quien murió en 1958, son ilegítimos. Las fuerzas alineadas contra ellas, escribieron, “nada pueden contra el alma”.
Cuando las monjas reafirmaron su posición este verano, los medios de comunicación locales las criticaron y se burlaron de ellas. Circularon artículos en los que se aseguraba que les había lavado el cerebro un sacerdote fascista que había sido excomulgado en 2019 y que es un abierto admirador del antiguo dictador de España, el general Francisco Franco. Sor Belén dijo al Times que habían acudido a él en busca de consejo espiritual en las semanas previas a su ruptura con la Iglesia, pero que desde entonces se han distanciado, porque era demasiado extremista. “Quería que rezáramos de rodillas”, dijo.
También aparecieron en los medios de comunicación locales informes sobre gastos excesivos hechos por las monjas en artículos de lujo, como sábanas de seda y jamones curados (las hermanas Belén y Paloma niegan haber hecho tales gastos).
La orden también se enfrentaba a deserciones. Una de las monjas se separó de la rebelión y declaró a un periódico local que “tenía que salir de allí para no pertenecer a esa secta”. Un juez local firmó una orden para registrar el convento de Belorado en busca de un arma que se decía que la madre Isabel guardaba en su celda (el Times tuvo acceso a la orden). La policía de la Guardia Civil declinó responder a las múltiples peticiones de comentarios, pero sor Belén dijo al Times que la única arma encontrada era un antiguo rifle de aire comprimido que estaba demasiado oxidado para cargarlo.
En junio, las 15 monjas restantes no comparecieron en una reunión ante un tribunal eclesiástico, por lo que el Vaticano excomulgó a 10 de ellas, entre ellas la madre Isabel y las hermanas Paloma y Belén.
Las cinco monjas de edad más avanzada se libraron del castigo al ser consideradas demasiado incapacitadas cognitivamente para haber firmado el manifiesto, según De Gamón. “Sus familiares nos han dicho que quieren pertenecer a la Iglesia católica”, dijo.
Las monjas mayores viven en el convento de Belorado con la madre Isabel, las hermanas Paloma y Belén y otras tres de las expulsadas. Otras dos monjas excomulgadas se alojan en el de Orduña.
Florentino Alaez, abogado que representa a las monjas, cree que tienen motivos para quedarse donde están. Aunque las monjas individualmente deben renunciar a todas sus posesiones terrenales, según el derecho civil español los bienes inmuebles en los que viven suelen ser propiedad de la comunidad que integran. El Convento de Belorado, por ejemplo, está inscrito en el Registro de la Propiedad de España como propiedad de las clarisas de Belorado desde 1969.
A pesar de no estar ya reconocidas por el Vaticano, las hermanas rebeldes siguen formando una comunidad religiosa, según Alaez. “La Iglesia católica no tiene ningún poder sobre una comunidad monástica que se declare no católica”, afirmó. “Es como si un rabino judío intenta gobernar una comunidad budista o musulmana”.
De Gamón, el funcionario eclesiástico, dijo que las cinco monjas de edad avanzada que evitaron la excomunión son ahora las únicas clarisas de Belorado legítimas, por lo que las propiedades les pertenecen a ellas, no a ninguna de las monjas expulsadas. Si el Vaticano rompiera los lazos con estas hermanas, las propiedades pasarían a las manos de la Federación de las Hermanas Clarisas de España.
De momento, el arzobispo de Burgos ha presentado una demanda oficial de desalojo ante los tribunales, alegando que las monjas “carecen de título legal para habitar los inmuebles pertenecientes a los monasterios que ocupaban”.
Es posible que pasen meses, incluso años, antes de que se dicte sentencia en los tribunales, según el abogado Alaez. Mientras tanto, las hermanas pretenden crear una empresa que les permita vender sus productos utilizando nuevas cuentas bancarias.
Actualmente, reciben los sacramentos de un obispo sedevacantista, monseñor Rodrigo Henrique Ribeiro da Silva, quien, según la archidiócesis de Burgos, no está reconocido por la Iglesia católica romana. Monda Silva llama abiertamente “hereje” al papa Francisco, y ha sido acusado de simpatías neonazis en la prensa española.
En una entrevista, dijo que voló a España desde Brasil “para cuidar un puñado de mujeres abandonadas”. Las monjas tienen suficiente para comer cada día, pero no les queda mucho para comprar cacao para hacer trufas, y dicen que han enfrentado acoso en los mercados locales.
Una mañana reciente, Bixintxo Azkarraga, de 59 años, estaba comprando una barra de pan en el mercado del pueblo de Orduña. En el pasado él había comprado dulces a las monjas de allí, pero dijo que no lo volvería a hacer. “Una cosa es comprar unos pasteles de unas monjas”, dijo, “y otra cosa es que compres de fascistas”.
Las reacciones negativas no han inmutado a la mayoría de las hermanas que siguen siendo ocupantes ilegales, aunque dos de las monjas excomulgadas se han separado de ellas y se han mudado.
“No nos arrepentimos”, dijo la hermana Belén.
De Gamón dijo que el arzobispo de Burgos no se toma a la ligera la posibilidad de echar a las monjas de sus casas. “Estamos intentando buscarles una salida pacífica y digna, tratar de ayudarles a encontrar una nueva vida”, dijo.
El arzobispo, añadió, “reza todos los días por ellas”.
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