La única salida en Gaza es que desaparezcan del tablero Hamás y Netanyahu
La nueva guerra entre Israel y Hamás supera ya la semana de duración. Un tiempo en el que el Estado judío ha bombardeado sin descanso Gaza y las víctimas se cuentan por miles en ambos bandos. Estas hostilidades suponen el momento de mayor tensión en la región en años y su resolución, ahora mismo, no se presenta cercana.
Y mucho menos lo será mientras que los dos actores principales sigan siendo Netanyahu y Hamás. Probablemente, los dos grandes culpables de que se haya llegado a esta situación después de dos décadas de polarización insoportable, que está teniendo un coste altísimo para la vida de los civiles israelíes y palestinos.
En este punto, resulta utópico pensar que se pueda alcanzar en algún punto la paz si quienes lideran son aquellos que se han encargado de romper todos los puentes durante mucho tiempo. Los que han preferido alimentar la violencia y la confrontación en detrimento del diálogo y el acuerdo. Para abrir una nueva etapa, debe desaparecer del centro del tablero Hamás, pero también Netanyahu.
En el caso de los primeros, la organización nació en 1988 con el objetivo de la creación de un Estado palestino. En sus estatutos fundacionales se señala la intención de no firmar ninguna paz permanente con los judíos. Gobiernan en Gaza desde 2007 y desde entonces no se ha producido ningún avance significativo en el conflicto. Este grupo está considerado como terrorista para agentes como Estados Unidos o la Unión Europea.
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Y partiendo de la base de que para Hamás los territorios históricos palestinos son tierra islámica, deben desaparecer los hebreos del actual territorio de Israel. Es decir, mientras que el grupo mantenga sus postulados, que son los que llevan defendiendo más de 30 años con mano de hierro, no hay solución posible al conflicto por la parte gazatí. Solo violencia y muerte.
Hay que tener en cuenta que Hamás no representa ni mucho menos a todo el pueblo palestino. Sus políticas de confrontación permanente han hecho que más de 11.000 palestinos hayan muerto en el conflicto en las tres últimas décadas.
Si Hamás no es un agente válido para pensar en la paz, en el otro lado del tablero ocurre lo mismo. De los últimos 14 años, Netanyahu ha gobernado en 13, además de una legislatura de tres años entre 1996 y 1999. Y mientras que los años previos a su llegada al poder estuvieron marcados por las negociaciones (Conferencia de Paz de Madrid de 1991, Acuerdos de Oslo de 1993), sus Gobiernos son los de la colonización y la represión.
En todos estos años, el primer ministro israelí ha permitido la creación de numerosos asentamientos ilegales en suelo palestino, ha fomentado un apartheid contra los gazatíes, que se encuentran encerrados en la Franja y sufriendo un bloqueo permanente de alimentos, medicinas o combustible. La violencia impune ejercida contra el enemigo ha llevado la confrontación hasta niveles extremos. En lugar de buscar el acuerdo, se ha dedicado a una campaña de exterminio contra la Franja y sus habitantes. Y eso es mucho más que ir en contra de los líderes de Hamás, porque son los civiles los que están pagando las consecuencias de este nuevo enfrentamiento.
Netanyahu, además, ha sido juzgado por corrupción y tiene a una buena parte de los israelíes en su contra por sus intentos de controlar a la Justicia, lo que provocó amplias manifestaciones en su contra, ya que su proyecto pone en cuestión los valores democráticos del país. De hecho, esta nueva guerra contra Hamás se ha iniciado con una aprobación a su labor paupérrima, de solo el 29%.
Ni unos ni otro
Teniendo en cuenta estos antecedentes a uno y otro lado de la Franja, se puede concluir que ni Hamás ni Netanyahu han aportado nada positivo al conflicto en estas décadas. Al revés, han sido responsables de más odio y más sangre derramada en ambos bandos.
Por eso, simplemente la desaparición de ambos actores en la toma de decisiones ya supondría un avance significativo en el conflicto. Con Hamás y Netanyahu, solo queda esperar más dolor y sufrimiento.
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