Trump regresó con más poder: por qué para el mundo su segundo mandato será muy diferente que el primero
WASHINGTON.- La resonante victoria de Donald Trump en las elecciones de la semana pasada no debería sorprender a nadie. El 45° y ahora 47° presidente de Estados Unidos es parte del tsunami antioficialista que durante 2024 ha castigado severamente en las urnas a casi todos los partidos gobernantes alrededor del mundo. De hecho, entre los países ricos que tuvieron elecciones, la vicepresidenta norteamericana Kamala Harris fue uno de los candidatos oficialistas a los que mejor le fue, testimonio de la disciplina de su campaña electoral, de la histórica impopularidad de la candidatura de Trump, y de la imbatible economía de Estados Unidos.
Y sin embargo, nada de eso alcanzó para compensar la bronca generalizada de los votantes por el aumento de precios debido a la inflación post-pandemia y el auge de la inmigración. El ambiente informativo hiperpolarizado que divide a Estados Unidos en dos cámaras de resonancia partidarias hizo casi imposible que la campaña de Harris lograra contrarrestar esos vientos en contra. En la historia de Estados Unidos, ningún oficialismo retuvo el poder con índices de aprobación tan bajos y con una mayoría de los norteamericanos convencidos de que el país va por mal camino. A la luz de todo esto, la derrota de Harris en las elecciones era más probable que improbable.
Como el primer republicano que obtiene más votos a nivel nacional en 20 años y habiendo ganado en casi todos los grupos demográficos de casi todos los lugares del país, Donald Trump volverá a la presidencia no solo con una enorme legitimidad popular, sino también con un control unificado del Congreso y con mayoría conservadora en la Corte Suprema. Con eso, su nuevo gobierno tendrá vía libre para aplicar la arrolladora agenda de política interna, que se propone reformar drásticamente la administración central y reescribir las reglas institucionales casi sin controles ni contrapesos. Pero aunque el regreso de Trump tendrá un profundo impacto en Estados Unidos, tal vez sus efectos sean todavía más grandes para el resto del mundo.
Muchos suponen que la política exterior del segundo mandato de Trump será simplemente una repetición del primero, donde no hubo grandes guerras —más allá del retroceso de Estados Unidos en su guerra más larga, la de Afganistán—, y donde hasta incluso se anotó algunos notables logros, como la revitalización del acuerdo de libre comercio de América del Norte (NAFTA) bajo la forma del actual T-MEC, la firma de los Acuerdos de Abraham para la normalización de las relaciones entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos, un reparto más equitativo de los costos de la OTAN con los otros miembros de la alianza atlántica, y una nueva y reforzada alianza con países de Asia en materia de seguridad. Y que nadie se equivoque: para bien o para mal, Trump sigue siendo la misma persona que era hace cuatro años. Y su visión del mundo también sigue intacta, al igual que su acérrimo unilateralismo y su enfoque transaccional de “Estados Unidos primero” en cuestiones de política internacional.
Pero hay cosas que sí han cambiado. Para empezar, si bien al presidente electo sigue sin interesarle para nada la gestión de gobierno, el gabinete de su segundo mandato estará compuesto de funcionarios más alineados ideológicamente con él, y con la experiencia necesaria para aplicar desde el primer día su agenda de “Estados Unidos primero”. Atrás quedaron los funcionarios de carrera respetuosos de las instituciones que solían frenar los impulsos más disruptivos del presidente, y atrás quedaron también los leales menos experimentados por los que fueron reemplazados posteriormente. Ahora, los asesores de política exterior de Trump serán mucho más leales que en el inicio de su primer mandato y mucho más experimentados que cuando concluyó.
Más trascendente aún es que el mundo se ha convertido en un lugar más peligroso desde que Trump dejó el poder. Los logros de su primer mandato se dieron en un contexto geopolítico mayormente benigno y con tasas de interés en niveles históricamente bajos. Pero hoy hay dos guerras regionales en curso, la competencia con China se profundizó, existe un serio riesgo de caos por el envalentonamiento de actores internacionales díscolos, como Rusia, Irán y Corea del Norte, la economía global no arranca, y surgieron tecnologías disruptivas, como la inteligencia artificial (IA), todos factores que plantean exigencias completamente nuevas para el liderazgo de Trump.
Es mucho lo que está en juego, y las implicancias de una política exterior impredecible, guiada por el principio de “Estados Unidos primero”, son de mucho mayor alcance que en 2016, y sus potenciales desenlaces son mucho más extremos. Si bien en virtud de su estilo transaccional y de su peso específico por ser presidente de del país más poderoso del mundo tal vez Trump consiga algunos éxitos en política exterior, en el actual contexto, las posibilidades de que todo descarrile son mucho mayores que durante su primer mandato.
No hay mejor ejemplo de eso que China, contra la que Trump piensa adoptar una línea dura ahora que el gobierno de Biden había logrado estabilizar la relación. La embestida arrancará con un intento de incrementar los aranceles a las importaciones chinas para equilibrar el déficit de la balanza comercial bilateral. Actualmente China enfrenta graves problemas económicos y andará con pie de plomo para evitar una crisis innecesaria. Pero dependerá de lo astronómicos que sean los aranceles de Trump y del margen de negociación que vea el gobierno chino antes de tomar represalias y que se produzca una escalada que lleve finalmente a un quiebre. De todos modos, lo más probable es que la táctica confrontativa que prefieren el gabinete de halcones de Trump y los republicanos del Congreso conduzca a un deterioro agudo de la relación entre ambos países y a una nueva guerra fría, que en definitiva incrementa el riesgo de un conflicto militar directo entre ambas superpotencias.
En Medio Oriente, el presidente electo intentará ampliar sus Acuerdos de Abraham para incluir a Arabia Saudita y le dará un cheque en blanco a Israel para que libre sus guerras como le parezca, sin presionarlo por el costo humanitario o el riesgo de escalada de sus acciones. Lo más preocupante es que Trump apoyará –o incluso fogoneará activamente– al envalentonado primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, si decide hacer frente a la amenaza nuclear iraní, con el riesgo de que se desate una conflagración más amplia y con importantes disrupciones en materia energética.
Por el contrario, en cuanto a la guerra en Ucrania el flamante presidente electo ha prometido ponerle fin “en un día” —tal vez incluso antes de asumir el cargo— presionando unilateralmente a los presidentes Volodimir Zelensky y Vladimir Putin para que acepten un alto el fuego que congele el conflicto dejando las fronteras territoriales tal y como están ahora, y usando la ayuda militar norteamericana a Kiev como palanca para presionar a ambas partes. Ahora habrá que ver si las partes aceptan o no esos términos.
Mucho dependerá de la respuesta de Europa. Para los Estados que son miembros plenos de la OTAN –Polonia, los países bálticos y los países nórdicos— defender a Ucrania es vital para su propia seguridad nacional, y estarían dispuestos a asumir los significativos costos que implicaría proteger a los ucranianos si Estados Unidos decide dar un paso atrás. Pero a otros países europeos tal vez no les disguste tanto la posibilidad de que se llegue a un acuerdo, ya sea por razones ideológicas, como Hungría, políticas, como Italia, o fiscales, como Alemania. El segundo mandato de Trump podría ser el acontecimiento que una finalmente a Europa y galvanice una respuesta más fuerte, sólida y “estratégicamente autónoma” de la UE en materia de seguridad. Pero también podría profundizar las divisiones que ya existen en Europa, debilitar irremediablemente a la alianza transatlántica y ser una invitación para nuevas aventuras bélicas de Rusia.
El regreso de Donald Trump en este momento de mayor turbulencia geopolítica marcará el inicio de un período de mayor volatilidad e incertidumbre en el escenario global. Lo más probable es que la versión Trump 2.0 precipite tanto colapsos catastróficos como avances impensables, pero en ambos casos es la receta perfecta para que se agudice y profundice la recesión geopolítica.
*El autor es el presidente de la consultora de riesgo global Eurasia Group. Su cuenta de X es @ianbremmer
Traducción de Jaime Arrambide