Tarrare, el hombre que se comió lo vivo, lo muerto y lo prohibido
Un francés que vivió en el siglo XVIII pasó a la historia por ser el hombre que nunca saciaba su hambre y se tragaba todo lo que se encontraba
Tarrare fue un francés que pasó a la historia por tener un hambre insaciable y comer, literalmente, todo lo que le pasaba por el frente. Vivió sólo 27 años y durante ese tiempo fue ladrón, artista callejero y soldado, pero sus actividades sólo tenían como objetivo intentar saciar la urgencia de su estómago.
El hombre, conocido simplemente como Tarrare, nació en el seno de una familia pobre de un pueblo cercano a Lyon, Francia, en el año 1772. Se convirtió en leyenda por llegar a comer inmensas cantidades de comida, animales vivos o muertos, piedras, pasto y cosas que ninguna persona en su sano juicio podría imaginar.
Como es obvio suponer, Tarrare tenía una o varias enfermedades. Cuando se habla de su caso se menciona un problema conocido como polifagia o hiperfagia que consiste en comer de forma descontrolada sin lograr saciar el apetito.
Sin embargo, las personas con hiperfagia suelen subir de peso de forma considerable y este no fue el caso del soldado Tarrare que aunque podía comer el equivalente a su propio peso en un día, no sobrepasaba los 45 kilos.
También se habla de que esa hiperfagia pudo tener que ver con una forma de hipertiroidismo, una producción excesiva de hormonas tiroideas que además de causar un aumento del apetito, es una afección que puede generar algunas anomalías físicas que se podían ver claramente en Tarrare.
Un flaco troglodita
Quienes lo llegaron a conocer y a analizar, describen a Tarrare como un hombre muy delgado, de mediana estatura, con un cuerpo que lucía débil y desnutrido, mirada tímida, rubio de pocos y muy finos cabellos, y mejillas flácidas surcadas por largas y profundas arrugas.
Cuando se introducía la comida en la boca esas mejillas se podían estirar y almacenar lo que quisiera y después pasaba a tragarse ese contenido casi sin masticar.
En las ocasiones en las que Tarrare tragaba inmensas cantidades de comida, su vientre se inflaba como un globo gigante y caía en un profundo sopor que lo ponía a dormir por horas.
Después se liberaba de casi todo en deposiciones que desprendían olores insoportables que fueron descritas como fétidas "más allá de toda concepción”.
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Se dice que era una persona que pasaba inadvertida, pero su mal olor delataba su presencia incluso a metros de distancia. Porque Tarrare siempre estaba sudando y su cuerpo emanaba un vapor que se podía ver.
Además, siempre estaba botando eructos o pedos, por lo que siempre padecía de unos evidentes movimientos intestinales.
Pese a las cosas insólitas que comía, Tarrare murió conservando todos sus dientes, aunque descoloridos. Tal vez porque casi no masticaba lo que se llevaba a la boca.
De artista de calle a soldado
A los 17 años sus padres lo echaron de su casa al temer por el sustento de toda la familia. Ya en esos tiempos Tarrare era capaz de comerse media res.
Y con la calle como hogar, pasó a convivir con personajes al margen de la ley como estafadores, ladrones y prostitutas. Se unió a esta comunidad. A veces robaba y a veces mendigaba, hasta que halló una forma más creativa de conseguir dinero.
Descubrió que podía ser un artista callejero con sus habilidades para comer cualquier cosa, un personaje que bien hubiera podido formar parte de las atracciones de un circo de esos tiempos en el que no faltaba la mujer barbuda, el hombre más fuerte y, por qué no, el que se tragaba cualquier cosa.
Su show consistía en demostrar al público que podía comer sin saciar su hambre y retaba a los asistentes a ofrecerle cualquier cosa que quisieran darle, del tamaño que quisieran, fuesen nutritivos o no.
En esos escenarios improvisados confirmó que podía comerse un saco completo de manzanas, o de corchos o de monedas, entre otras cosas.
Después ingresó en el Ejército y ahí emprendió su descenso hacia la vida de un verdadero troglodita, tanto por lo bárbaro, como por lo glotón.
En 1789 se inició la Revolución Francesa y en el marco de ese estallido se formó la Primera Coalición para declararle la guerra a Francia. Tarrare tuvo que ir a la batalla.
En septiembre de 1819, el London Medical and Physical Journal, publicó un artículo sobre las impresiones del médico Pierre-François Percy, pionero de la medicina de guerra, sobre el soldado Tarrare.
Escribió que al comienzo de la guerra, Tarrare entró en un batallón y sirvió a los soldados jóvenes en sus tareas más sencillas para que lo premiaran dejándole parte de sus raciones.
Pero nada era suficiente. El hambre lo venció, cayó enfermo y fue trasladado al hospital militar de Soultz donde comió mucho más que el resto de los soldados aunque seguía siendo insuficiente para su voraz apetito.
Se devoraba la comida que rechazaban otros pacientes y las sobras de la cocina. Se coló en la sala de farmacia y ahí se comió los cataplasmas y todo lo que le pareció que podría comerse.
Según Percy, Tarrare comió perros y gatos y “un día, en presencia del médico jefe del Ejército, el doctor Lorence, agarró por el cuello y las patas a un gran gato vivo, le abrió el vientre con los dientes, le chupó la sangre y lo devoró, sin dejar más parte de él que el esqueleto desnudo, media hora después vomitó los pelos del gato, al igual que lo hacen las aves rapaces y otros animales carnívoros”.
También contó que al joven soldado le gustaba la carne de los reptiles: “Se comía vivas las serpientes más grandes sin dejar ninguna parte de ellas” y “con las anguilas sucedía lo mismo”.
Se comió en instantes una cena preparada para quince obreros alemanes y después de tragarla toda, se echó a dormir hasta el día siguiente sin inmutarse o sentir vergüenza.
Estas “habilidades” hicieron que el cirujano del hospital en el que se encontraba Tarrare, conocido como Courville, lo pusiera a prueba.
Courville le hizo tragar un estuche de madera que contenía una hoja de papel blanco y al día siguiente lo sacó por el ano y el papel estaba intacto.
El general Alejandro de Beauharnais que estaba al mando del Ejército del Rin para frenar la invasión de prusianos y austríacos, se enteró del caso de Tarrare y decidió usarlo para enviar un mensaje a un prisionero.
Le hicieron nuevamente la prueba de la caja con el mensaje y al salir exitoso lo premiaron con una carretilla de 15 kilos de hígado crudo. Se suponía que ya estaba listo para la misión.
Sin embargo, en la práctica fue capturado cuando intentaba cruzar las líneas enemigas en una localidad fronteriza de Renania-Palatinado porque actuaba de forma sospechosa.
Le dieron una paliza para que confesara, pero no dijo nada y tampoco le encontraron nada entre sus ropas. Pero finalmente dieron con su kriptonita cuando lo encerraron más de veinticuatro horas sin comer. El hambre le nubló la mente y confesó que llevaba un mensaje en su estómago.
Le pusieron entonces una letrina para que expulsara la caja, pero el general Beauharnais no había puesto ningún mensaje cifrado porque esta primera misión de Tarrare era una prueba más. Los prusianos lo golpearon mucho más y le hicieron creer que lo ejecutarían dejándolo llegar hasta el patíbulo.
Al de salir vivo de esta terrorífica experiencia, le pidió a los médicos del Ejército que lo curaran. Y, en efecto, los especialistas de la salud que se topaban con su caso se interesaban inmediatamente en analizar lo que pasaba e intentaban dar con un tratamiento que lo sacara del suplicio de estar siempre hambriento.
Le dieron ácidos, preparados de opio, láudano y píldoras de tabaco, entre otros remedios. Sin embargo, el hambre seguía ahí, como un demonio, dentro de su cuerpo.
En su narración, Percy asegura que el soldado recorrió los mataderos y los corrales, y se peleaba con perros y lobos por asquerosos restos de animales.
Cuenta que los sirvientes del hospital lo sorprendieron tomándose la sangre de los enfermos que habían sido sangrados y devorando los cuerpos de los fallecidos.
Incluso llegó a ser señalado como responsable de la desaparición de un niño de catorce meses y por eso fue expulsado del hospital. Percy lo perdió de vista por cuatro años hasta que, después de ese lapso, lo encontró en un hospital civil de Versalles en un estado lamentable.
La historia da cuenta de que un médico conocido como Didier encontró a Tarrare agonizando porque supuestamente se había tragado un tenedor de oro, pero el ojo del especialista detectó rápidamente que se trataba de un severo caso de tuberculosis.
Tras un mes de agonía, el ex soldado murió y su cuerpo empezó a descomponerse de inmediato. La autopsia reveló que Tarrare sufría de una grave infección interna y unos órganos digestivos agigantados. Esófago, estómago, hígado y vesícula biliar eran mucho más grandes de lo normal.
En cualquier caso, la autopsia pudo ejecutarse de forma muy concienzuda porque el olor que despedía el cuerpo era insoportable.
Otro glotón en filas enemigas
Tarrare tal vez ha sido un caso extraordinario por su capacidad de comer cosas insólitas, pero no fue un caso único de polifagia.
Resulta que en las filas prusianas también se registró un caso de polifagia. Se trataba de un soldado polaco menor de edad, pero de mayor estatura que Tarrare, llamado Charles Domerz que decidió desertar por las insuficientes raciones de comida que le daban y se pasó al Ejército Revolucionario Francés.
Y aunque comió mejor en el nuevo bando, nunca se sentía saciado y por eso comía cualquier cosa que se moviera o césped, si no había nada más. Los que estuvieron a su lado aseguran que el soldado llegó a comerse 174 gatos y un sinnúmero de ratas.
La historia reporta que Charles tocó fondo cuando trató de comerse la pierna amputada de un compañero.
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Fuentes: Portraits de Médecins, QUARTZ, Healthline, La Brújula Verde, BBC, World History