Los surfistas cristianos, entre las olas y la Biblia

Un surfista sobre una ola durante una puesta de sol en junio en Pavones, Costa Rica, que alberga la segunda ola izquierda más grande del mundo. (Alejandro Cegarra/The New York Times)
Un surfista sobre una ola durante una puesta de sol en junio en Pavones, Costa Rica, que alberga la segunda ola izquierda más grande del mundo. (Alejandro Cegarra/The New York Times)

Chandler Brownlee estaba de pie en lo alto de un grupo de rocas que sobresalían de un tramo aislado de playa costarricense, Biblia en mano, contemplando una de las olas de surf más codiciadas del mundo.

Estaba en busca, no de la ola perfecta (eso siempre se da por hecho), sino de surfistas dispuestos a aceptar a Jesucristo como su salvador.

Nacido y criado en Florida, Brownlee, de 52 años, es agente inmobiliario, ávido conservador de la fauna salvaje y padre de tres hijas.

Pero también es dos cosas que podrían parecer contradictorias: un exministro baptista y un surfista empedernido y tatuado. Esas identidades se combinan para convertirlo en miembro destacado de la organización Christian Surfers, un grupo internacional de misioneros amantes del surf.

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Al anochecer, vio cómo se calmaba la marea y los surfistas se retiraban a la orilla. Al alejarse de la playa, se cruzó con tres canadienses quemados por el sol que compartían un porro en su destartalada furgoneta.

“¿De dónde vienen?”, preguntó.

Chandler Brownlee, 52 años, exministro baptista y surfista empedernido y tatuado. Es miembro veterano de la organización Christian Surfers, un grupo internacional de misioneros a quienes les encanta hacer surf. (Alejandro Cegarra/The New York Times)
Chandler Brownlee, 52 años, exministro baptista y surfista empedernido y tatuado. Es miembro veterano de la organización Christian Surfers, un grupo internacional de misioneros a quienes les encanta hacer surf. (Alejandro Cegarra/The New York Times)

“Squamish”, respondió uno de ellos, una pequeña ciudad canadiense al norte de Vancouver, a casi 8000 kilómetros de distancia. “Estuvimos en Nicaragua. Llevamos más de un año conduciendo. A veces ha sido peligroso. Pero, amigo, que buenas olas hay aquí”.

Una gran sonrisa se dibujó en el rostro cincelado de Brownlee, enmarcado por una barba incipiente, cuando se volvió hacia mí.

“Por eso los surfistas son tan buenos misioneros”, dijo, moviendo la cabeza jovialmente. “Duermen donde pueden, comen lo que consiguen. No les importa pasar apuros, ser pacientes para encontrar el oleaje perfecto, la ola perfecta, una oportunidad para hablar con alguien de Dios”.

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La organización Christian Surfers intenta tender un puente entre la conexión que los surfistas sienten con la naturaleza —una búsqueda espiritual que incluso los escépticos reconocen— y mostrarles cómo ese sentimiento está apenas a un paso de formar una relación con Dios.

Este grupo interdenominacional tiene más de 175 delegaciones en más de 35 países, incluidos Japón, Noruega y Estados Unidos. En Costa Rica, uno de los mejores lugares del mundo para practicar surf, fundaron a principios de año su nueva delegación en Pavones, el extremo sur del país, en la frontera con Panamá.

Pavones, con una población de unos 4000 habitantes, alberga la segunda ola izquierda más grande del mundo. Su calle principal se llama Olas Perfectas.

El aislamiento de la localidad, la falta de infraestructuras y los caminos de tierra atraen solo a los surfistas más comprometidos, una dedicación que Brownlee espera aprovechar. En su opinión, aunque vengas aquí y atrapes la ola perfecta, puede que te sientas vacío por dentro.

Y eso brinda una oportunidad para la entrada de Dios, afirma.

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“Los gringos siempre están tratando de encontrarse a sí mismos a través de la ayahuasca”, dijo. “¿Pero qué tal conocer al Señor en su lugar?”.

Los misioneros del surf saben que deben andar con cuidado o podrían ahuyentar a la gente. Así que cambian las camisas abotonadas por los bañadores, los tatuajes y la vida descalza.

A los posibles conversos no se les presiona para que vayan a la iglesia. Más bien, los misioneros pretenden ser un “puente de la playa a la iglesia”, como reza su lema. La portada de la “Biblia de los surfistas” que distribuyen no lleva una cruz, sino una atractiva ola de barril.

“Cuando les dices a los surfistas que vengan a la iglesia, piensan en bancas, vitrales y órganos”, reconoce Brownlee. “No intentamos hacer proselitismo masivo, sino hermandar con ellos, amarlos, atrapar una ola con ellos”.

Entre los salmos de la “Biblia de los surfistas” hay testimonios de surfistas sobre cómo Dios ha afectado a su deporte, como Bianca Buitendag, una surfista sudafricana que ganó la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Verano de Tokio 2020. Saber que Dios la ama “incondicionalmente” la ayudó a asumir con más facilidad las derrotas en las competiciones y a seguir adelante, pero aprendiendo de los errores, según su testimonio.

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Christian Surfers se fundó en Australia a finales de la década de 1970 para contrarrestar la discriminación que sufrían sus fundadores tanto en las olas como en las bancas. La Iglesia los rechazaba por sus tatuajes, sus chanclas y el estereotipo de sexo, drogas y rock and roll de la cultura surfista. Pero los surfistas también los rechazaban por sus creencias cristianas, que percibían como mojigatas, prejuiciosas y decididamente anticuadas.

Los miembros del grupo se reúnen para surfear cuando el oleaje es bueno y cuando no lo es, pasan el rato comiendo hamburguesas o tomando cervezas, para conectar sobre el deporte y discutir sobre las escrituras.

Christian Surfers se apoya en la familia Leon para ampliar su presencia en Costa Rica. Una tarde reciente, en la localidad de Esterillos Oeste, Kyle Leon cocinaba una olla de pasta y se preparaba para recibir a un grupo de niños y jóvenes que verían videos de surf y asistirían a un estudio bíblico dirigido por su esposo, Dennis.

Leon, de 43 años, se unió a los Christian Surfers en Santa Bárbara, California, en la década de 1990. Era una de las pocas mujeres surfistas en el agua en aquella época, y probablemente la única religiosa. Pero “no le gustaba el grupo juvenil” y los juegos le parecían “tontos e infantiles”.

Eso cambió pronto, cuando Christian Surfers llegó a Santa Bárbara.

En poco tiempo, se metía en el agua con otros devotos cristianos cada semana, antes de subir a la playa en traje de baño para ir al grupo juvenil, donde se reunían alrededor de una fogata y discutían sobre la Biblia.

Durante sus últimos años de bachillerato, su padre trasladó a la familia a Esterillos Oeste y le presentó Costa Rica a Christian Surfers. Allí conoció a Dennis Leon.

Dennis Leon se había unido recientemente a la iglesia pentecostal cuando Kyle llegó con su familia. “Pero tuve que dejar el surf”, dijo. “Se pensaba que no se podía ser surfista y cristiano porque los surfistas eran marihuaneros”.

Con el tiempo, pudo conciliar su amor por Jesús con el surf tras conocer a Kyle y su familia. Dice que ahora utiliza este deporte como medio para evangelizar de una forma más real y menos estirada.

“Jesús no utilizó una iglesia”, dijo. “Sus seguidores lo seguían a través de la naturaleza. Recuerda, sus discípulos eran los pescadores de hombres”.

Cuando se hizo de noche, un grupo de adolescentes y jóvenes se acercó a la casa de los Leon, en lo alto de una colina con vista al mar.

Entre los tatuajes de mangas completas, las exclamaciones de “¡dude!” y los trajes de baño, era fácil olvidar que todos estaban reunidos para estudiar la Biblia. Una pequeña cruz colgaba de una pared, junto a una imponente tabla de surf. En las puertas de las habitaciones de los hijos de los Leon había pegatinas con sus grupos de música favoritos y el flamante logotipo de la revista de skate Thrasher.

“Este no es un lugar intimidante, como puede serlo el edificio de una iglesia”, dijo Kyle Leon, señalando la sala, donde había niños tumbados en el sofá y perros corriendo dentro y fuera de la casa. “Esto no da miedo. Y ese es nuestro principal objetivo como misioneros. No necesitas creer para pertenecer. Pero puedes pertenecer antes de creer”.

El grupo vio videos de surf mientras devoraban espaguetis, asombrándose mientras el surfista más famoso del mundo, Kelly Slater, dominaba las olas de Tahití.

Después, llegó la hora de estudiar la Biblia.

Dennis Leon se sentó en un banco de madera de la sala y abrió su Biblia mientras el lugar se quedaba en silencio y los jóvenes devotos le miraban desde el suelo. A continuación comparó al apóstol Pablo con Slater, antes de enlazar el sermón con lo que podían hacer para aprovechar su amor por Jesús, el surf y la naturaleza con el fin de servir a sus comunidades.

Los Leon dirigen una iglesia llamada Pura Vida —una frase popular en Costa Rica— que celebra misa en la playa durante la estación seca y bajo un techo sin paredes justo al lado de la cancha de baloncesto del pueblo cuando llueve.

De la multitud que se reunió en la sala de estar de la familia, Dennis Leon estimó que el 40 por ciento no ha aceptado a Jesús “todavía”, dijo, levantando un dedo al aire.

Pero eso podría cambiar.

“Sienten menos presión viniendo aquí que a una iglesia”, dijo. “Esto es solo la casa de Dennis”.

Pronto llegó la hora de que todos volvieran a casa.

“Señor”, concluyó Dennis Leon, “gracias por la oportunidad de estar juntos, de comer juntos y de hablar juntos de surf. Amén”.


Maria Abi-Habib
es corresponsal de investigación con sede en Ciudad de México y cubre América Latina. Más de Maria Abi-Habib

c. 2024 The New York Times Company