El precio de la diversidad en el mundo virtual: cuando reina el bullying y la intolerancia hay que pagar toreando pedradas
El mundo se hizo ancho y ajeno -ahora sí- gracias a las redes y la comunicación virtual. Pero hay que pagar. El bullying, la polarización y la intolerancia son como bandas que cobran peaje por la travesía de la diversidad.
Es, de alguna manera, el tiempo en el que estar informado y hacerse una opinión de cada tema, ha gozado de mayor libertad y plenitud en la Historia. El conocimiento de todo cuanto se nos ocurra está a un par de clicks. Y si quieres saber a profundidad y diversidad sólo tienes que dedicarle tiempo y lectura, y otros diez clicks.
Pero esa libertad no es gratis. Opinar no es precisamente un proceso placentero, dialéctico y comprensivo, donde interlocutores diversos escuchan calmadamente tu parecer para decir la suya, comparar, hacer consensos, apreciar diferencias, seguir investigando, llegar a nuevas conclusiones.
No en estos tiempos.
Si eres crítico con Biden, te estás poniendo del lado de Trump. Si pintas los rasgos populistas de López Obrador, eres un tarifado de las corporaciones. Y si te unes al reclamo de justicia por la demoledora muerte de George Floyd, eres un ingenuo que va de borrego
Opinar se ha convertido en un deporte express. En caliente. Emocional. Si te pasa por la cabeza, suéltalo. Si te llevas a alguien por el medio, no te preocupes, aquí no hay multas. La libertad tampoco tiene consideraciones éticas o morales. No en las redes. Este magnífico universo en el que las normas las ponen sus dueños. Para bien y para mal. Y los usuarios. Su autorregulación. Pero ese es un concepto que no entiende todo el mundo.
Como en la vida real, en las redes hay impertinentes, faltos de cortesía y empatía, discutidores profesionales, conservadores, chistosos, gente de mal gusto, gente noble y elevada, gente sensible y ofendida, gente que le encanta mirar a los demás, gente que solo mira sin exponerse, y más.
Es una fiesta a la que todos vamos, aunque algunos prefieren pasar desapercibidos. Pero, como el alcohol en las fiestas, la emocionalidad y la invisibilidad de las redes, convierten en extrovertidos a los usualmente acotados. Y en una de esas lanzan una consideración, un grito, un chiste, una flecha. Da la impresión de que todo se puede.
Y es entonces que los péndulos, al llegar a un extremo o al otro de su recorrido, parecen aliarse en las redes para que la descalificación, la exclusión, la idea de la otredad, hagan un conjuro impune. Son tiempos en los que no parece bastar estar en desacuerdo, del otro hay que deshacerse con un epíteto, una categoría, un insulto o una grosería. Dejar en claro que su existencia no es merecida. Y nada mejor que la impunidad de las redes para que eso suceda.
Es cierto que las redes nos dan acceso a información de todo tipo y nos encuentran de pronto en discusiones interesantísimas a las que nunca antes tuvimos tanto acceso.
Caen en la trampa
Pero el precio que hay que pagar, al menos ahora, es ése. Incluso intelectuales y gente de conocimientos, con educación de valía, caen en la trampa: menospreciar al prójimo, humillarlo en la la representación virtual de lo público.
Desde que escribo en Yahoo, por ejemplo, he leído comentarios más alucinantes: reconocer que hubo un momento en que Trump hizo un esfuerzo por enfocarse en la pandemia te puede valer la descripción de supremacista; si eres crítico con Biden, te estás poniendo del lado de Trump. Si pintas los rasgos populistas de López Obrador, eres un tarifado de las corporaciones. Y si te unes al reclamo de justicia por la demoledora muerte de George Floyd, eres un ingenuo que va de borrego y sin saberlo tras la enmascarada invasión planetaria del Foro de Sao Paulo.
La tolerancia infinita de las redes es como la democracia para los no demócratas. También les sirve a los que promueven la intolerancia y los sistemas antidemocráticos
Hay categorías para todos. Epítetos. Etiquetas. Y si tienen la emocionalidad del insulto, parece más efectivo. Poner a la gente en gavetas, en un lugar en el que no amenacen lo que eres. Lo distinto amenaza a los individuos Y en las redes hay demasiada diversidad para ser procesada sin que muchos se sientan en una encrucijada de su identidad.
Y ahí emerge la reacción, la pedrada, el verbo como arma de fuego, la aniquilación del "contrario".
Pero en el fondo, toda esa aparente furia no es sino miedo. La reacción de quien se siente tembloroso porque en su imaginario dibuja como monstruoso una verdad distinta que parece socavar sus propias creencias. Y entonces, con la impunidad de lo virtual, la permisividad de lo invisible, en la tierra sin reglas, dispara. Para muchos, sentir retada su opinión, es una afrenta.
No todos están entrenados
Muchos de los que exponemos nuestras historias, opiniones y relatos en público, estamos acostumbrados a lidiar con la reacción extrema de algunos. Sabemos, desde el inicio, que la amenaza y la reacción está en ellos, no formamos parte de ella, y solemos dejar pasar improperios insólitos.
Pero no todo el mundo está entrenado para ello. Aunque todo el mundo participe. He leído gente en twitter que afirma que le gustaría opinar, pero le da miedo. El bullying también es una práctica virtual.
Hay una especie que se camufla con gracia en las discusiones. Aquella que declara su tolerancia respetuosa hacia el resto, siempre y cuando, claro está, no se esté publicitando. Es decir, sea usted miembro de la comunidad LGBTQ+, pero yo no tengo por qué enterarme, no lo promocione, no lo diga, no lo haga público. Sea libre, pero calladito.
Estar orgulloso y pedir derechos parece una ignominia.
La tolerancia infinita de las redes es como la democracia para los no demócratas. También les sirve a los que promueven la intolerancia y los sistemas antidemocráticos.
Con todo y todo, creo que la mayoría valoramos las posibilidades de encontrarnos en este espacio en el que son más las veces en las que nos sentimos acompañados y descubrimos que hay otros cifrando las mismas realidades, o, mejor aún, mostrándonos las suyas, a las que antes no teníamos acceso.
En nuestros expuestos imaginarios, el mundo se ha vuelto más diverso, incluso para los intolerantes. Pero, al menos por ahora, hay que pagar toreando pedradas.
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