Así mueven los hilos del colectivo antivacunas que se manifiesta contra el confinamiento en EE.UU.
Las manifestaciones que se están llevando a cabo en Estados Unidos durante la pandemia, con el beneplácito de Donald Trump, contra el confinamiento y la parálisis de parte de la actividad económica cuentan con un colectivo que no deja indiferente: los antivacunas. El perfil de estas personas es nítido y cumple con un patrón identificado, que es el ansia por defender la libertad, o al menos su concepto de la misma. Y lo hacen a toda costa.
Ser libre es, para la gran mayoría de los componentes de este grupo, acogerse a la Segunda Enmienda y salvaguardar su derecho a estar armados, educar a sus hijos en casa (en ocasiones porque los colegios públicos no les permiten la entrada sin estar vacunados, otras porque no quieren que el sistema educativo ‘lave el cerebro de sus pequeños’) y odiar libremente a todo aquello que critique su modo de vida, incluidos los votantes y políticos demócratas, a los que consideran elitistas. Libertad es aferrarse a Trump amparados en el escepticismo por defecto y alimentado por las redes sociales en lugar de por la formación académica. La denominada como la ‘América real’, la profunda, no suele tener estudios universitarios - en general - y conforma una clase trabajadora que lucha por sus intereses con ademanes del lejano Oeste. No hay pandemia que les arrebate su derecho a seguir siendo libres, es decir, a trabajar en oficios con unas condiciones laborales muy básicas - y con acceso limitado al sistema sanitario - que les lleva a hipotecarse de por vida para pagar unas viviendas austeras sobrevaloradas que realmente pertenecen a los bancos. Ya sufrieron en la crisis de 2008 y no están dispuestos a pasar por lo mismo en la actualidad. Mucho menos a paralizarse o vacunarse del virus ‘chino’, como denominan al Covid-19, y que consideran como una excusa de las élites para “controlarles aún más”.
Y así, nutridos entre ellos por fuerzas que les alientan en las redes sociales diciéndoles lo que quieren escuchar, los antivacunas, conservadores por naturaleza y garantes de una manera de ver las cosas muy particular, batallan por un mundo en el que nadie les ordene lo que deben hacer y en el que su libertad no sea ultrajada. Su actitud se topa con varias contradicciones, como la de decidir por sus hijos y no dejar que actúen a su conveniencia y se vacunen si así lo estiman oportuno (algunos Estados han adelantado la edad de elección a los 14 años) o la de abogar por el cumplimiento de la normas cuando les interesa. Cuando se trata de afroamericanos e inmigrantes, su intransigencia con la ley en la mano es total, en cambio, cuando las normas tocan su estado de bienestar, se echan a la calle indignados porque les coartan su -falsa- libertad. Y en este maremágnum de teorías conspiratorias, complots y creencias, ¿cuáles son esas fuerzas que alimentan sus ideas? ¿Quiénes mueven los hilos de un colectivo tan particular como peligroso para el resto de la sociedad? ¿El exclusivo el sentimiento antivacuna de la población de la América profunda?
Gurús de la pseudiociencia, influencers, científicos que buscan sacar rédito con teorías que se salen de la línea establecida, autores dogmáticos, colectivos contrarios a la forma de actuar de las farmacéuticas e incluso médicos escépticos y padres victimistas están detrás de una forma de pensar minoritaria pero ruidosa en las manifestaciones que se están llevando a cabo en Michigan, Virginia, Minnesota, Carolina del Norte y demás puntos de la geografía estadounidense.
El ícono más destacado de este movimiento es el médico británico Andrew Wakelfield, que en 1998 publicó unos resultados que fueron tratados como evidencia, primero, y como bulo, después. Tanto lo primero como lo segundo fueron música para los oídos de los antivacunas, por reafirmación y complot victimista respectivamente. El estudio apareció en la prestigiosa revista The Lancet, allí aseguró que la triple vírica contra el sarampión, las paperas y la rubeola causaba autismo. Aparentemente, el estudio indicó que de 12 niños vacunados, ocho desarrollaron la condición. A raíz de aquel artículo, muchos acusaron al médico de querer boicotear la vacuna para sacar provecho económico con métodos de curación alternativos. Aunque diversas investigaciones demostraron que el estudio no tenía consistencia alguna y a pesar de que The Lancet acabó eliminándolo, éste permaneció publicado durante 12 años, tiempo suficiente para extender un miedo que aún permanece en sectores de la sociedad.
La tendencia antivacunas también se extendió en EE.UU. como parte de algunos movimientos económicos y sociales del país. Jennifer Reich es una socióloga estadounidense que ofrece datos y conclusiones que sugieren que mujeres feministas y de clase alta pueden adquirir sentimientos antivacunación como medio para expresar su independencia y liberación de su cuerpo. Kat Von D, por ejemplo, es una celebridad curtida en el mundo del tatuaje y los reality shows. Sus redes sociales cuentan con millones de seguidores y, sin querer, fue una de las voces antivacuna más influyentes. Un solo comentario en Instagram -compartido por cientos de miles de personas y borrado en la actualidad- fue suficiente para que los contrarios a las vacunas vieran validado su punto. La voz de una celebridad tuvo más peso que la de ciertos científicos, después de que Von D, embarazada en 2018, afirmara que su hijo sería criado vegano y son vacunarse. Además de los halagos, aquello le costó muchísimas críticas tras ser tildada de irresponsable. En la actualidad, Von D reconoció que se equivocó con su comentario, y que éste fue fruto de la desinformación, pero el daño ya estaba hecho.
Otras personalidades del mundo del espectáculo como Jenny McCarthy, Alicia Silverstone, Rob Schneider y Robert De Niro utilizaron en algún momento mensajes que promovieron temores y recomendaciones para que los padres evitaran vacunar a sus hijos. Aquellos compentarios y publicaciones tuvieron un punto de partida: el falso mito de Wakelfield sobre el vínculo entre las vacunas y el autismo. El propio Trump, que ahora defiende - a su manera - las vacunas, llegó a ponerlas en duda en el pasado por sus efectos secundarios.
El alimento a los antivacunas no acaba ahí. Un estudio sostuvo que los vídeos en YouTube con opiniones contrarias a la vacunación suponen un 32 por ciento del contenido sobre la inmunización y tienen un número de visitas mucho mayor que los vídeos a favor. En muchas ocasiones estas reproducciones muestran a padres de familia que afirman haber tenido algún tipo de problema por haber vacunado a sus hijos y otros testimonios tomados como veraces. En las búsquedas de Google sobre este tipo de contenido, las primeras 100 páginas web y un 43% del total son sobre antivacunación. Un 50% de los tweets sobre vacunación provienen de escépticos, y otras investigaciones sugieren que sólo se tarda de cinco a 10 minutos en asumir las teorías sobre los riesgos de la vacunación y en dejar de tener una percepción positiva de los riesgos por omisión de las vacunas.
Traduccion: el año que viene tenemos una "vacuna" la cual nos va a poner un chip de control. Objetivo cumplido de estos nefastos....
— Mauricio 💙 (@Granjugadapalo) April 20, 2020
Una de las maneras más efectivas de propagación de estas teorías tiene que ver con la creación de cuentas falsas en las redes sociales por agencias rusas que instigan a los escépticos a través de la influencia online (similar a las usadas para influir el voto de las personas en elecciones clave). A través de tweets incendiarios, el pretexto de estos perfiles falsos antivacunas es el de culpar a los grupos de élite por obligar a las personas de bajos ingresos a vacunarse y alentar a esta masa escéptica. Este análisis publicado por el doctor, David A. Broniatowski, determinó que “el 93% de los tweets sobre vacunas son generados por cuentas cuya procedencia puede ser verificada como no bots, es decir, de usuarios humanos que exhiben conductas maliciosas”. El poder del siete por ciento considerado como “no humano” es enorme. Esto amplifica la desinformación a la que están expuestos los padres y propaga la falsa creencia de que la ciencia detrás de la eficacia y seguridad de las vacunas es discutible.
Es así como se alimenta este colectivo que, junto a otros, está tomando las calles estadounidenses en tiempos de pandemia. Ni siquiera las evidencias sobre los efectos del Covid-19 son suficientes para arrebatarles una libertad confinada en ideales movidos por la desinformación, la influencia y el control. Se les vende ser libres a través del miedo a cambio de una alineación total al sinsentido.