Lecciones sobre cómo afrontar con éxito la pandemia de lideresas clave a sus homólogos varones
El liderazgo no entiende de género, o se es buen líder o no. Sin embargo, existen varios estudios que sugieren que los estilos de liderar de las mujeres cuentan con puntos que marcan la diferencia e incluso pueden ser beneficiosos en comparación con la manera de comandar de los hombres. A pesar de ello, tanto en el mundo corporativo como en política, el género femenino tiende a calcar atributos del liderazgo masculino porque, en muchísimos casos, es la única manera de emerger como lideresas. Emular a los hombres es una alternativa - cueste lo que cueste - pero, ¿por qué no sucede eso a la inversa? ¿Debería el varón adoptar virtudes del liderazgo que propone el género opuesto?
Esta cuestión es difícil de plantear cuando la gran mayoría de presidentes de Gobiernos, ministros, parlamentarios o directores y miembros ejecutivos de las compañías son hombres. Y no es porque exista una falta de preparación en las mujeres, sino porque los varones incompetentes encuentran menos obstáculos para llegar a la cima. En términos globales, y según datos de la Organización de las Naciones Unidas, tan sólo un 24,3 por ciento de los parlamentarios nacionales en el mundo son mujeres; as[i como 10 de los 152 jefes de Estado electos, tal y como recalca la Unión Interparlamentaria y las Naciones Unidas.
Esto explica en cierta medida el que los puestos de poder estén ocupados por un gran número de varones narcisistas, con una confianza excesiva en sus capacidades que no se atienen a la realidad e incluso con maneras poco éticas de afrontar determinadas situaciones. Una cuestión de probabilidad que también podría suceder a la inversa, si en lugar de ser máximas mandatarias un 6,5 por ciento de los jefes de estado, lo fuera un 93,5 por ciento, también habría más opciones de encontrar taras en su liderazgo. Quién sabe. Lo que salta a la vista es que, salvo excepciones, muchos líderes masculinos mundiales tienen numerosas lecciones que aprender de la gestión que están llevando a cabo algunas de sus homólogas durante la pandemia de Covid-19. Esto no significa que ser hombre lleve implícito gestionar de manera desastrosa la crisis actual, véanse los ejemplos de Corea del Sur o de Singapur, aunque a la gran mayoría de los jefes de Estado no les vendría mal unas dosis de esas virtudes que están ensalzando a un grupo intergeneracional de mujeres. Ellas están demostrando una manera distinta de afrontar los problemas, y lo están haciendo durante uno de los episodios más complejos del último siglo.
Alemania, Nueva Zelanda, Dinamarca, Noruega, Finlandia, Islandia y Taiwán - naciones con mujeres al frente - han sido algunos de los países que mejor están gestionado la pandemia gracias a decisiones sin complejos como la prevención temprana, la cercanía a sus ciudadanos, la comunicación pragmática y veraz, o una manera de lidiar con la situación que está aferrada a la empatía y basada en el bien común, no en el interés particular. Y ello desde la humildad de sus acciones - no sólo de palabra - y con efectividad, determinación y contundencia. Los efectos no se han hecho esperar: control en las cifras de contagios y fallecimientos, y una gran confianza de la ciudadanía en sus líderes, algo de lo que adolecen otros países.
En Taiwán, Tsai Ing-wen, fue a la velocidad del rayo a la hora de contener el coronavirus. En enero, ante las primeras señales provenientes de China, introdujo 124 medidas para bloquear la propagación. De esa manera, no ha tenido que confinar a la población como está sucediendo en otros países. No sólo eso, tiene la situación tan controlada que en la actualidad está enviando 10 millones de mascarillas a EE.UU. y Europa, donde el escepticismo de sus dirigentes les colocó últimos en la casilla de salida contra el coronavirus.
A Jacinda Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda, tampoco le tembló el pulso ni le importó lo más mínimo las presiones de los sectores más escépticos con el coronavirus en un país en el que el turismo es clave para su economía. Solamente hicieron falta seis casos confirmados para que declarara el estado de alarma, cerrara las fronteras y llevara a cabo cuarentenas obligadas a los nacionales que llegaran por mar o aire. Además, tal y como demostró en la crisis de hace un año tras el atentado ejecutado por un supremacista blanco que dejó 51 fallecidos en distintas mezquitas de Christchurch, su cercanía con la ciudadanía - en aquella ocasión con la comunidad musulmana y ahora con el país entero - llega al punto en que se está sometiendo a preguntas y respuestas a la población vía telemática desde su casa y con una claridad absoluta. No sólo eso, Ardern anunció este miércoles que tanto ella como su gabinete ministerial donarán un 20 por ciento de su salario a la lucha contra el Covid-19 porque “es nuestra manera de contribuir ante una situación en la que miles de neozelandeses se están viendo afectados económicamente”. Este acto de solidaridad institucional también visto en Uruguay, se ha realizado mientras en Nueva Zelanda tan solo han fallecido nueve personas por coronavirus.
La rapidez, la determinación, la cercanía y el altruismo están siendo las piedras angulares de su gestión, virtudes muy distintas a las mostradas por Jair Bolsonaro en Brasil, el escéptico por antonomasia junto a López Obrador en México o Donald Trump, quien está sumido en un áurea de egocentrismo exacerbado que comparte con otros líderes puntuales.
Ing-wen y Arden no son casos aislados. A los atributos anteriores se le une uno que por naturaleza es el antagonista total de cualquier forma de poder: el amor. La primera ministra de Noruega, Erna Solberg, realizó un discurso dirigido exclusivamente a los niños de su nación y “prohibido para adultos”, algo que también realizó su homóloga danesa, Mette Frederiksen. Ambas respondieron a las preguntas de los más pequeños y se centraron en un ángulo apenas tratado por los Gobiernos de otros países: “está bien sentir miedo, es normal experimentar temores”. Con esa premisa gestionó las emociones de unos niños que en otras naciones viven confinados sin más consuelo que el de unos padres desconsolados. En España, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, permite que se saquen a pasear a los perros, pero no a que los niños salgan a la calle después de un mes confinados en sus casas. Es solamente un ejemplo de las diferentes maneras de tratar el confinamiento en estos tiempos extraordinarios que requieren un liderazgo distinto al que conocemos, con una población sumida en un alto nivel de desprotección.
La primera ministra más joven del planeta, Sanna Marin, mandataria de Finlandia de 34 años de edad, también está enarbolando un liderazgo adaptado a los nuevos tiempos. En lugar de promover bulos como hacen Gobiernos y partidos políticos de la oposición en algunos lugares, ella prefiere tirar de ‘influencers’ para que extiendan noticias veraces que lleguen a todos los públicos a través de las redes sociales, incluidos aquellos que no consumen prensa escrita o informativos radiales o televisivos. Marin cuenta con un 85% de aprobación entre los finlandeses por su manera de afrontar una pandemia que se ha cobrado alrededor de 60 fallecidos en una población finlandesa de 5,5 millones de personas.
La canciller alemana, Angela Merkel, también cuenta con un índice de aprobación muy alto en Alemania gracias al manejo de la crisis. Su reducido número de fallecimientos y su fuerte sistema sanitario se unen a un cúmulo de toma de decisiones “racionales”, como han calificado distintos medios de comunicación, y mensajes claros y sin rodeos como el afirmar al comienzo de la crisis que un 70 por ciento de la población se contagiaría. Ella misma predicó con el ejemplo y se confinó en su hogar, no sin antes ser vista en un supermercado adquiriendo algunos productos de primera necesidad. Su cercanía y claridad han sido bien recibidas.
Puede que sea coincidencia el que un número cuantioso de los líderes que actuaron temprano y de manera decisiva y creativa fueran mujeres. Quizás su éxito en la contención de la pandemia tenga que ver con la reducida población la gran extensión territorial, o que se haya gestado gracias al acierto de sus asesores. Incluso es posible que las maneras de liderar de mandatarios como Trump, Bolsonaro, Obrador, Sánchez, Boris Johnson en Reino Unido, el premier de Hungría, Viktor Orbán, Vladimir Putin en Rusia o Narendra Modi en India sean las apropiadas en sus diferentes y complicados contextos. Pero también es probable que este tipo de argumentos sean una manera de minimizar la excelencia de unas lideresas que están dando un recital de cómo actuar en tiempos de crisis. Sin escepticismo ni aires de grandeza, sin egocentrismo y concentradas en el bien común, humanas al fin y al cabo. Aleccionando como hacen los líderes de verdad, con el ejemplo.