Veteranos recurren a los psicodélicos para tratar lesiones cerebrales

Un veterano con los ojos cubiertos y auriculares durante un retiro de terapia con ibogaína en una clínica cerca de Tijuana, México, en julio. (Mark Abramson/The New York Times)
Un veterano con los ojos cubiertos y auriculares durante un retiro de terapia con ibogaína en una clínica cerca de Tijuana, México, en julio. (Mark Abramson/The New York Times)

Una furgoneta llena de veteranos de Operaciones Especiales de Estados Unidos cruzó la frontera con México en un soleado día de julio para llevar a cabo una misión que, incluso para ellos, sonaba bastante descabellada.

Planeaban ingerir un extracto psicodélico de la corteza de un arbusto de África Occidental, caer en un vacío de oscuras alucinaciones y luego ver destrozada su conciencia al fumar el veneno de un sapo del desierto, todo a lo largo de un periodo de 48 horas.

El objetivo era encontrar lo que hasta entonces no habían podido encontrar en ninguna otra parte: alivio de los síntomas del trastorno de estrés postraumático y de las lesiones cerebrales traumáticas.

“Suena un poco extremo, pero he probado todo lo demás y no ha funcionado”, dijo un boina verde retirado del Ejército llamado Jason, quien, como otros en la furgoneta, pidió que no se publicara su nombre completo debido al estigma asociado al consumo de psicodélicos.

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Una larga carrera de combate expuesta a explosiones de armas lo había dejado luchando contra la depresión y la ira, con la memoria deshilachada y la concentración alterada. Estaba a punto de divorciarse. Recientemente, dijo, se había puesto una pistola en la cabeza.

“No sé si funcionará”, dijo Jason sobre la terapia psicodélica. “Pero en este momento, no tengo nada que perder”.

Martín Polanco creó una clínica de tratamiento de adicciones llamada The Mission Within cerca de Tijuana en 2001. (Mark Abramson/The New York Times)
Martín Polanco creó una clínica de tratamiento de adicciones llamada The Mission Within cerca de Tijuana en 2001. (Mark Abramson/The New York Times)

Los viajes de terapia psicodélica como este son cada vez más frecuentes entre los veteranos militares. Durante años, las clínicas psicodélicas de México fueron un tratamiento de último recurso poco conocido para las personas que luchaban contra la drogadicción. Más recientemente, los veteranos han descubierto que también obtenían un alivio duradero de los problemas de salud mental con los que habían luchado desde el combate.

Nadie lleva la cuenta de cuántos veteranos buscan tratamiento psicodélico en México. Los propietarios de las clínicas calculan que ahora tratan a unos cuantos miles de veteranos estadounidenses al año, y afirman que el número aumenta constantemente. Muchos de los veteranos tienen acceso gratuito al sistema de salud de los veteranos de EE. UU., pero consideran ineficaces los tratamientos estándar para los problemas de salud mental relacionados con el combate. El Departamento de Asuntos de los Veteranos anunció este mes que, por primera vez en más de 50 años, financiaría la investigación sobre la terapia psicodélica. Pero mientras se lleva a cabo la investigación, los tratamientos seguirán siendo inaccesibles para la mayoría de los veteranos, quizá durante años.

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Algunos soldados en servicio activo también están haciendo viajes para recibir terapia psicodélica, aunque se arriesgan a un consejo de guerra si se les descubre.

Su droga elegida es la ibogaína, un alcaloide derivado de la corteza del árbol de la iboga. Es ilegal en Estados Unidos y tiene fama de provocar viajes oscuros y angustiosos. Pero la investigación en animales ha demostrado que puede estimular la liberación de proteínas naturales en el cerebro que reparan y reconfiguran las redes neuronales. Esto lleva a algunos investigadores a considerarla un posible tratamiento de las lesiones cerebrales traumáticas.

Las clínicas psicodélicas suelen administrar ibogaína en una sola dosis, seguida al día siguiente de una dosis del veneno del sapo del desierto de Sonora, llamado 5-MeO-DMT, un potente psicodélico de acción corta que suele proporcionar a los usuarios una abrumadora sensación de conexión espiritual, lo que le ha valido el apodo de “la molécula de Dios”.

En la mayoría de los casos, el paciente utiliza cada droga una sola vez, y participa en psicoterapia antes y después.

Los SEAL de la Marina en particular se han involucrado con la ibogaína, en parte porque varias clínicas de ibogaína de México se encuentran a pocos kilómetros de una importante base de los SEAL en el sur de California. La mayoría espera a dejar la Marina, pero decenas de quienes siguen en activo hacen el viaje cada año, dijeron varios SEAL.

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“¿Quién puede culparlos?”, dijo un oficial de alto rango de los SEAL, quien describió el consumo ilegal de psicodélicos como “generalizado” entre los SEAL que se acercan al final de sus carreras. “Intentaron hablar con el psiquiatra, o tomar medicamentos, y salieron frustrados. Los chicos quieren recuperarse y ven que esto funciona”.

El oficial pidió no ser identificado para poder hablar de un tema polémico que la dirección de los SEAL ha evitado reconocer públicamente.

El Comando de Guerra Naval Especial, el mando que supervisa a los SEAL, dijo que era consciente de que los SEAL en servicio activo utilizaban ibogaína para tratar lesiones cerebrales.

“Aunque las investigaciones iniciales muestran algunos resultados positivos, la ibogaína sigue siendo una sustancia de la Lista 1, por lo que su uso es ilegal según la legislación estadounidense”, dijo una portavoz del mando en un comunicado. La Marina tiene “tolerancia cero con el abuso de drogas”, dijo la portavoz, y los SEAL deben buscar atención a través de “canales médicos aprobados”.

La ibogaína se ha utilizado en ceremonias tradicionales en África durante siglos. Llamó la atención en Estados Unidos en la década de 1960 como posible terapia contra la adicción.

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En las décadas de 1980 y 1990 se impulsó la legalización de la ibogaína para el tratamiento de la adicción en Estados Unidos, pero fracasó por motivos de seguridad, ya que la ibogaína puede provocar una arritmia cardiaca peligrosa.

Sin un lugar legal en Estados Unidos, surgieron centros de tratamiento de adicciones con ibogaína en el Caribe y México.

El médico que dirige la clínica a la que se dirigía la furgoneta de veteranos, Martín Polanco, dijo que creó una clínica, ahora llamada The Mission Within, cerca de Tijuana, México, en 2001 para tratar la adicción a las drogas.

Dijo que el enfoque de su consulta cambió en 2016, cuando trató a un SEAL retirado. Después, el SEAL se dio cuenta de que la droga no solo había acabado con su ansia de heroína, sino que también había reducido la ira, la depresión y el insomnio que asociaba al trastorno de estrés postraumático.

Se corrió la voz en la comunidad SEAL, dijo Polanco, y “ahora casi toda mi consulta se dedica a tratar a Operaciones Especiales”.

Marcus Capone fue uno de los primeros veteranos de los SEAL en probar la ibogaína, en 2017. Tras 13 años de despliegues de combate y entrenamiento en explosivos, le habían diagnosticado TEPT y una lesión cerebral. Se despertaba por la noche gritando por los dolores de cabeza. Estaba enfadado, deprimido y a veces era violento.

“Me encontraba aturdido, conduciendo por la autopista a 50 km por hora, completamente fuera de mí”, dijo en una entrevista en su casa de Coronado, California.

Dijo que probó sin éxito la psicoterapia, los medicamentos recetados y casi todo lo que le ofrecían los sistemas de salud militar y de veteranos. Entonces, otro veterano de los SEAL le habló de la ibogaína.

“Pensamos que era una locura”, dijo su mujer, Amber Capone. “Ninguno de los dos nos habíamos drogado nunca. Pero estábamos al límite”.

Capone dijo que volvió del tratamiento pudiendo dormir, concentrarse y controlar sus emociones. Reparó su matrimonio, se licenció en administración de empresas y creó su propia empresa.

La pareja fundó una organización sin ánimo de lucro llamada Veteranos Explorando Soluciones de Tratamiento para pagar la terapia con ibogaína a otros veteranos. Otras organizaciones sin ánimo de lucro están haciendo lo mismo.

La reputación de la ibogaína se ha extendido más allá de los SEAL a otras comunidades militares afectadas por lesiones cerebrales, incluidos equipos de élite de lanchas rápidas de la Marina y pilotos de caza.

Un viernes, en la clínica de Tijuana, era la hora de ir a la furgoneta de los veteranos.

Llegaron a una casa de estuco blanco donde Polanco celebra los retiros. Los miembros del personal colocaron a cada hombre un catéter intravenoso. Dado que la ibogaína puede forzar el corazón, a los participantes se les administra una solución intravenosa de magnesio para regular sus latidos, y son vigilados por un cardiólogo.

Polanco dijo que no ha encontrado problemas cardíacos en los veteranos que ha tratado.

Mientras los veteranos esperaban, empezaron a hablar de lo que los había traído.

Un ex oficial de operaciones paramilitares de la CIA llamado Philip se dio un golpecito en la cabeza y dijo: “Algo va mal, solo que no sé lo que es”.

Un veterano del Ejército, Konnor da Luz, a quien había alcanzado una explosión en Afganistán, asintió solemnemente. “Es como si no hubiera estado bien desde que volví”.

Matt, ex SEAL, dijo a los demás que había vuelto para una segunda experiencia con ibogaína. Dijo que la primera, dos años antes, había aliviado drásticamente sus problemas con la depresión y el alcohol.

“No he vuelto a beber desde entonces”, dijo. “Pero mi mujer se dio cuenta de que últimamente estaba nervioso, un poco más enfadado, olvidadizo. Me sugirió que volviera. Quizá todavía tengo trabajo por hacer”.

Al atardecer, hubo una breve ceremonia, algunas palabras de orientación, y luego cada hombre se tragó una píldora.

Los veteranos se instalaron en colchones en un dormitorio común. Las velas y los tapices le daban un aire de dormitorio hippy, pero también había monitores cardíacos y soportes con suero junto a cada cama. Los hombres se pusieron protectores oculares y auriculares, y esperaron a que la droga hiciera efecto.

Un viaje con ibogaína no se caracteriza por ser agradable. El tiempo, el espacio, la luz y el sonido se fragmentan, y la realidad abandona al consumidor durante horas que pueden parecer eones. La droga también suele enfermar físicamente.

Varios veteranos pasaron horas haciendo arcadas en cuencos colocados junto a sus colchones. Cuando los vómitos remitían, los hombres permanecían tumbados en silencio, en apariencia dormidos.

“En ese momento, ni siquiera están en su propia conciencia, simplemente están en el universo”, susurró Mark Jackson, un miembro del personal que vigilaba a los hombres. “Algunos ven a sus antepasados y obtienen el perdón. A otros les arrancan el alma una y otra vez. Otros no ven nada. Pero vean lo que vean, los beneficios bioquímicos para el cerebro son los mismos”.

Unos investigadores de la Universidad de Stanford realizaron recientemente un seguimiento de 30 veteranos que se sometieron al tratamiento. El estudio, publicado en enero, descubrió que los síntomas de depresión y TEPT disminuyeron bruscamente en casi un 90 por ciento, y seguían siendo bajos un mes después. El equipo también descubrió mejoras en el rendimiento cognitivo, incluida la capacidad de aprender y recordar.

Las resonancias magnéticas indicaron que algunas regiones del cerebro de los veteranos eran más gruesas un mes después del tratamiento que antes, dijo Nolan Williams, profesor asociado de psiquiatría en Stanford, quien dirigió el estudio: “Estamos observando cambios físicos en el cerebro, una especie de fenómeno de neurorreparación que no se ve con ningún tipo de terapia moderna establecida ni con medicamentos recetados”.

Otro grupo de investigación de la Universidad de Texas está observando mejoras similares en la salud mental.

“La cuestión es si durará”, dijo Charles Nemeroff, codirector del Centro de Investigación y Terapia Psicodélicas de la Facultad de Medicina Dell de la Universidad de Texas. “Aún no sabemos lo duraderos que son los efectos”.

En la clínica cercana a Tijuana, los hombres durmieron hasta tarde el sábado y bajaron las escaleras tambaleándose.

“Fue terrible”, dijo un veterano de la Marina llamado John. “Todo era negrura y estuve a solas una eternidad”.

“Ajá”, dijo el hombre de la CIA. “No volvamos nunca más a ese bar”.

El boina verde bajó sonriendo y describió haber visto diminutos duendes colibríes que curaron su cuerpo mientras el espíritu de su abuela fluía hacia su alma.

Un francotirador retirado de las Fuerzas Especiales del Ejército llamado Thomas, que estaba escuchando, se volvió hacia Polanco: “¿Se supone que algo de esto tiene sentido?”.

“Es un proceso que seguirá desarrollándose durante las próximas semanas”, respondió Polanco. “A menudo el sentido se revela por sí mismo”.

Los hombres se despertaron el domingo sorprendidos por lo bien que se sentían. El boina verde dijo que había dormido bien por primera vez en años.

A continuación llegó el veneno de sapo. Los hombres lo fumaron uno a uno, y luego se desplomaron aturdidos. El efecto psicodélico dura solo unos 15 minutos, pero muchos consumidores experimentan un reino salvaje de conciencia en expansión infinita.

“No fue una visión: no vi nada, pero lo sentí todo”, dijo después el francotirador. Tenía cara de asombro, y las lágrimas corrían por sus mejillas.

“Tuve la abrumadora sensación de que… soy bueno”, dijo, y luego se rió.

Dijo que 10 años de terapia en el Ejército habían dado pocos resultados, y añadió: “Esto podría haber ahorrado mucho dinero al Ejército”.

Dos meses después, los hombres dijeron en entrevistas que el retiro había mejorado drásticamente su sueño, su estado de ánimo, sus relaciones y su perspectiva de la vida.

El francotirador dijo que había dejado de fumar y beber, y que ya no necesitaba cannabis para dormir. Se sentía más amable, más en paz. Pensaba con más claridad y tenía mejor memoria.

“No se me ha pasado”, dijo, y añadió: “No puedo decirte cómo ocurrió, pero funcionó”.

Si tienes pensamientos suicidas, llama o envía un mensaje de texto al 988 para ponerte en contacto con el 988 Suicide and Crisis Lifeline o visita
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Dave Philipps
escribe sobre la guerra, el Ejército, los veteranos y cubre el Pentágono. Más de Dave Philipps

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