La obra maestra de Rubén Blades que demostró que la salsa es mucho más que baile

Rubén Blades. Foto: EFE
Rubén Blades. Foto: EFE

Si hay un maestro entre maestros en la salsa, ese es Rubén Blades; y el maestro le cantó a la maestra vida. Este año se cumplen 43 años de uno de las obras más icónicas del salsero panameño, que no es un disco más, sino la primera ópera salsa original de la historia. Y no importa el tiempo que pase, porque sentarse a escuchar ‘Maestra vida’ es reencontrarse con una de las verdades más reconfortantes y, a la vez, tremendamente angustiosas de la existencia: la vida te da y te quita, nada permanece, todo es efímero y es de justicia divina aprovechar cada soplo, porque la muerte no se detiene, “ni por amor ni por dinero”, canta el poeta de la salsa.

Dos partes comprenden este trabajo, como una obra teatral al uso (en este caso, una ópera), donde la salsa y la narrativa literaria se entremezclan a la perfección para sumergir al oyente inconsciente en la trama, si es que acaso piensa que está frente a un álbum configurado para, exclusivamente, contornear el cuerpo y bailar al son de la música. Producida por otro grande, Willy Colón, ‘Maestra vida’ es una denuncia, es un alegato, es una crítica voraz a las injusticias que sobrevienen a la clase trabajadora latinoamericana y los anhelos de quien abandona el hogar para buscar un nuevo renacer pero no hay escapatoria para tanta desdicha. Un canto a la vida (“maestra vida”) a través de la muerte. Pero también es un homenaje a las pequeñas cosas, los hechos cotidianos que se asumen con excesiva normalidad como nimios, pero son parte indivisible de una existencia plena: los amigos, los bares, las anécdotas y experiencias compartidas, los amores fulminantes, la evocación de los que ya no están, pero hacen parte de la memoria colectiva a pie de calle…

La historia comienza con Carmelo da Silva, el “guapo mayor” del barrio, “respetado como cualquier gran doctor”, relata Blades. Un enamorado de las buenas farras y de Manuela Peret, “qué mujer aquella, de grandes ojos y cintura de guitarra, qué estampa sensual”, la describe el poeta. Se casaron, como recordarán tras la muerte de ambos Quique Quiñónez, su hijo Carlos 'Lito' Quiñónez y Rafael da Silva, hijo de Ramiro y nieto de la despampanantes Manuela, sentados en el bar de siempre, ron en mano, los cigarrillos echando humo, inundados de recuerdos y confidencias. Un encuentro al más puro estilo caribeño, la música atronadora de fondo...

El panameño en uno de sus últimos conciertos en España (2023). Foto: EFE
El panameño en uno de sus últimos conciertos en España (2023). Foto: EFE

La conversación entre los tres hombres continúa, embebidos de alcohol, con el hielo sudando agua dentro del vaso. El Caribe no perdona. Ramiro siempre fue la gran esperanza de sus padres, pero el sueño se truncó. "Todos los hechos lo condenaban, las anécdotas y los recuerdos hablaban mal de él”, confiesa una voz en 'off' al vástago de este, muchos años después, como sucede con las grandes confesiones de la vida. Siempre asoman cuando hay poco que hacer al respecto. Y entre tanta revelación, hay tiempo para hablar de política y sus representantes. Siempre lo hay si nos referimos a Rubén Blades, padre de la llamada salsa intelectual, esa que obliga a pensar sobre las arbitrariedades de una sociedad del todo desigual mientras suenan los timbales y el saxofón. “Cada cuatro años se aparecen (los políticos), cargando niños, prometiendo, al pobre buscando y engañando”, relata el artista. Perdón Quique.

Manuela falleció y Carmelo no pudo superar el embiste de existir sin ella, a pesar de las infidelidades y los 'descaches' que practicó mientras estaba a su lado. “Ay, papá y mamá, si los tuviera en vida cuántas cosas les dijera, cuántas cosas cambiaría”, grita desesperado Ramiro al conocer el fatal desenlace. Un hijo que nunca entendió las contradicciones de la existencia humana ni hizo las paces con su propia historia. Pasó por la cárcel, descartó el suicidio por cobarde, aunque casi no lo cuenta, robó a sus padres "los ahorritos de la quincena", cayó muy bajo... “Abaleado por efectivos policiales”, la vida le cobró una última vez sus malas decisiones. “A Ramiro lo sobreviven sus hijos Rafael, Nairo, Pablo, el hambre, la miseria y la esperanza…”, contó el periódico de ayer.

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En ‘Maestra vida’ sucede, como en toda canción de salsa que se precie, que lo mejor se deja para el final: la explosión instrumental acompañada del pegadizo coro, que se repite hasta que se te incrusta en la cabeza y se convierte en un himno. El colofón con el que Rubén Blades concluye su ópera (con permiso de la canción de borrachera final ‘Hay que vivir’), no podía llamarse de otra manera: 'Maestra vida'. Es a escasos minutos de que baje el telón, cuando el salsero pañameno interpreta el tema más simbólico con el que encumbra a los cielos su magistral creación: “A tu escuela llegué sin entender por qué llegaba, en tus salones encuentro mil caminos y encrucijadas, y aprendo mucho y no aprendo nada. Maestra Vida camará, te da te quita, te quita y te da...”. Fin.

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