Opinión: El 7 de octubre destruyó el legado de Netanyahu, pero la guerra salvó al primer ministro… por ahora

EL PRIMER MINISTRO ISRAELÍ ES MUY IMPOPULAR, PERO SE REQUERIRÁ DE UN MOVIMIENTO PARA DERROCARLO.

En cuanto termine la devastadora guerra de Israel en la Franja de Gaza, comenzará de nuevo el conflicto inacabado dentro de Israel sobre su futuro. El primer ministro Benjamín Netanyahu y sus socios de coalición de derecha lo saben. Tal vez por eso, en parte, se han fijado la meta improbable de la “victoria total” como objetivo último de la guerra, por lo que han rechazado hasta ahora cualquier acuerdo que ponga fin a los combates a cambio de la devolución de los casi cien rehenes de Hamás que aún permanecen cautivos. Después de casi seis meses, esta guerra es ya la más larga de Israel desde su guerra de independencia.

El asalto a Gaza casi ha congelado el inestable sistema político israelí. Los debates, antes feroces, han quedado en suspenso. Incluso los críticos más vociferantes de Netanyahu tratan de evitar que los tachen de traidores en una época en que enormes pancartas que proclaman “Juntos venceremos” cuelgan de los rascacielos. Durante meses, todo el país parece haberse unido para apoyar la guerra. Con el fin de mantener la guerra, y sin el obstáculo de ninguna oposición real, Netanyahu también condujo a su país a una colisión frontal con su principal respaldo, Estados Unidos, anteponiendo sus consideraciones políticas a corto plazo a los intereses a largo plazo del país.

En las semanas que siguieron a la espantosa incursión de Hamás el 7 de octubre, el futuro político de Netanyahu parecía sombrío. El primer ministro se había jactado durante mucho tiempo de que sus más de quince años en el poder habían sido los más seguros de Israel; el ataque de Hamás hizo añicos ese legado. El hombre que se describía como “señor Seguridad”, quien dijo esperar que lo recordaran como “el protector de Israel”, pareció ser responsable del día más mortífero de la historia de su país. Incluso cuando los líderes militares y de inteligencia dieron un paso al frente para asumir la culpa, Netanyahu se ha negado rotundamente a reconocer su propia culpabilidad.

Según una encuesta publicada en enero, solo el quince por ciento de los israelíes querían que siguiera en el cargo después de la guerra. Además, en
otra encuesta reciente, realizada por el Canal 13 en Israel, la mayoría de los israelíes dijeron que no confiaban en la gestión de la guerra por parte de Netanyahu. El apoyo a su partido de derecha, el Likud, también se ha desplomado.

Y aun así, Netanyahu sigue en el poder, prácticamente sin oposición.

Durante casi 39 semanas antes del comienzo de la guerra, cientos de miles de israelíes se manifestaron cada sábado por la noche en ciudades de todo el país contra la agenda de extrema derecha del gobierno de Netanyahu y, en particular, contra su plan de socavar casi por completo el poder judicial del país. Después del 7 de octubre, en el momento en que Netanyahu se hizo más impopular que nunca, el movimiento popular que había surgido para desafiar a su gobierno quedó prácticamente en silencio.

Al mismo tiempo, Netanyahu superó hábilmente a su rival más importante, Benny Gantz, exjefe de personal de lasFuerzas de Defensa de Israel, que incorporó a su partido, Unidad Nacional, a la coalición de emergencia de Netanyahu tras los atentados de Hamás como muestra de responsabilidad patriótica. La transición de la guerra, de un inmenso bombardeo aéreo y una invasión terrestre a gran escala a una contrainsurgencia severa, ha impedido que Gantz y su partido abandonen la coalición y le ha permitido a Netanyahu convocar una nueva ronda de elecciones.

No obstante, los debates fundamentales e inestables sobre el carácter de Israel no pueden quedar en suspenso para siempre. A medida que los israelíes comienzan a adaptarse a un estado de guerra permanente —la horrible violencia y la incipiente hambruna en Gaza reciben poca cobertura en los principales medios de comunicación israelíes— la vuelta a un mínimo de normalidad ha comenzado a transformarse en un retorno a la política de siempre.

Poco a poco, en las últimas semanas, decenas de miles de israelíes han empezado a manifestarse de nuevo, sobre todo para pedir el regreso de los casi cien rehenes que siguen cautivos de Hamás. Algunos han empezado a pedir la renuncia de Netanyahu, pero su número no se acerca ni de lejos a las multitudes que tomaron las calles de Israel el año pasado. Con las más grandes manifestaciones antigubernamentales desde el 7 de octubre durante el pasado fin de semana, el movimiento de oposición puede tener por fin la oportunidad de presionar sobre las debilidades fundamentales de la coalición de Netanyahu. Si hay alguna esperanza de dar un nuevo rumbo al país, será necesario derrocar al gobierno actual.

Las protestas previas a la guerra recibieron su peso y su influencia de más de 10.000 reservistas que se comprometieron a no prestar servicio si salía adelante el llamado plan de reforma judicial. Con la incursión de Hamás, muchos fueron llamados de nuevo a sus brigadas. A medida que la guerra ha ido cambiando y muchos han vuelto a casa, gran parte de estos reservistas no han regresado a las barricadas de protesta. En su lugar, han vuelto al trabajo, a los negocios y a las vidas familiares puestas en pausa. Otros antiguos manifestantes simplemente apoyan más la guerra que la destitución de Netanyahu. En una serie de entrevistas con el diario liberal Haaretz, los líderes de varios grupos de protesta expresaron su decepción ante la realidad de que los ciudadanos se han desmoralizado demasiado como para continuar su lucha contra la agenda de Netanyahu.

Gantz, uno de los pocos líderes israelíes que podría desbancar a Netanyahu, ha permanecido en la coalición de guerra de emergencia no solo por su continuo apoyo a la guerra, sino también para actuar como contrapeso a los socios de coalición extremistas de Netanyahu. Sin embargo, como resultado, el partido de Gantz ha proporcionado estabilidad y un barniz de legitimidad interpartidista a la coalición de extrema derecha de Netanyahu. Si Gantz comenzó su carrera política para desafiar a Netanyahu, ahora él y su partido se han convertido en el salvavidas político del primer ministro.

Sin embargo, con o sin la tapadera de unidad que proporciona Gantz, la coalición de Netanyahu es inestable. La mayor amenaza para su continuidad es la crisis que se avecina en torno a la exención del servicio militar obligatorio para los religiosos jaredíes, o ultraortodoxos, que podría dividir a la coalición gobernante entre partidarios acérrimos, a los que les gustaría verlos reclutados, y los rabinos más religiosos, que ven el servicio obligatorio para los hombres de la comunidad como una perturbación de su estilo de vida.

Netanyahu también se enfrenta a nuevas amenazas de la extrema derecha, en particular, de Itamar Ben-Gvir, que se ha estado preparando para desafiar a Netanyahu por haber sido demasiado blando con Hamás y, según él, demasiado deferente con los llamados estadounidenses a favor de la moderación. El partido Poder Judío de Ben-Gvir fue la única facción en la coalición que votó en contra de un acuerdo de alto al fuego en noviembre, que condujo a la liberación de 105 rehenes retenidos por Hamás. Ben-Gvir también ha amenazado con retirar su partido de la coalición de gobierno en caso de que haya un acuerdo más amplio, que muy probablemente requeriría la liberación de cientos de militantes palestinos de las cárceles israelíes. “Un acuerdo imprudente = el colapso del gobierno”, tuiteó Ben-Gvir en enero.

El temor de Netanyahu a ser superado por la derecha puede ayudar a explicar por qué ha urdido una enconada disputa pública con el gobierno de Biden, a pesar de la dependencia casi total de Israel en la ayuda militar estadounidense. Michael Milshtein, director del Foro de Estudios Palestinos en el Centro Moshe Dayan para Estudios del Medio Oriente y África, y Amos Harel, analista de asuntos militares de Ha’aretz, han señalado que las fanfarronerías de Netanyahu sobre una inminente incursión en Rafah —la ciudad del sur de Gaza donde se han refugiado más de un millón de palestinos desplazados— se derivan más de consideraciones personales y políticas del primer ministro que de imperativos estratégicos urgentes. No solo quiere que la guerra continúe, sino que también quiere animar a su base de línea dura aparentando que hace frente a la presión de Estados Unidos.

Incluso dentro del partido Likud de Netanyahu se rumora acerca del “día después de Bibi”. Los políticos emprendedores han empezado a disputarse el puesto de su sucesor. El ministro de Defensa Yoav Gallant, a quien Netanyahu despidió y luego reincorporó en el punto álgido de las protestas del año pasado, ha intentado adoptar una postura aún más belicista sobre la guerra para atraer a los votantes de derecha; fue Gallant quien, según reportes, abogó por un ataque preventivo contra Hizbulá en Líbano después del 7 de octubre. Nir Barkat, exalcalde de Jerusalén y el político más adinerado de Israel, ha tratado de reprender públicamente a Netanyahu por la mala gestión de la crisis económica que ha acompañado a la guerra. Y, aunque gran parte del Likud ha adoptado el estilo de populismo de derecha de Netanyahu, un puñado de partidarios nominalmente moderados del Likud se han cansado de él, aunque tengan pocas objeciones a su gestión de la guerra.

La salida de cualquier fragmento de la coalición de Netanyahu previa a la guerra —ya sea la extrema derecha o miembros descontentos del Likud— podría colapsar el gobierno actual y dar cabida a nuevas elecciones. Sin embargo, aunque quisieran derrocar a Netanyahu, los sondeos actuales muestran que, si las elecciones se celebraran mañana, su coalición perdería su mayoría. Esa es una situación que la extrema derecha y los nacionalistas religiosos quieren evitar.

El movimiento en las calles debe hacer imposible la persistencia de esta coalición. A diferencia de las semanas que precedieron al 7 de octubre, ahora hay un consenso popular de que el actual gobierno ha perdido su mandato. Sus ministros son despreciados. El movimiento de protesta, por lo tanto, tendrá que canalizar esta rabia y volver, al menos, a la fuerza que mostró antes de la guerra. Los líderes del movimiento tendrán que hacer lo que hasta ahora se han negado a hacer: articular y presentar una visión alternativa factible para el país que rompa con la visión de Netanyahu de que Israel debe “matar a hierro por siempre”, si quieren aprovechar la oportunidad que podría presentar la caída de su gobierno.

El movimiento, en otras palabras, debe hacer algo que se ha vuelto más difícil en la atmósfera de miedo y conformidad que surgió a raíz del 7 de octubre. Debe ser valiente.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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