La increíble historia del último emperador de México al que Benito Juárez fusiló
Maximiliano I de México no fue un hombre del común ni mucho menos un hombre preparado para afrontar el destino que habían dispuesto para él. Indisciplinado, contradictorio y amante de la bohemia, acabó fusilado por orden de Benito Juárez que, según cuentan, nunca pudo soportar que fuera más liberal que él.
La tragicomedia que protagonizó Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena, su nombre completo, es digna de un libro. Dicho y hecho. El historiador británico Edward Shawcross se ha dado a la tarea de relatar en su nueva obra, ‘El último emperador de México’, la fascinante y errática vida del hermano menor de Francisco José I de Austria.
El archiduque de Habsburgo nació en Viena en 1832, hijo de Carlos de Austria y Sofía de Baviera. Ni él ni su hermano mayor habían nacido para sentarse en ningún trono ni mucho menos imponer su criterio en una sociedad tremendamente dividida por aquel entonces. La línea de sucesión pasaba por ellos, pero en la distancia. Sin embargo, el destino –y la genética– quiso que el tío de ambos, el emperador Fernando I de Austria, nunca tuviera descendencia. Gracias a la intervención férrea de Sofía, el hermano de Maximiliano acabó designado como heredero universal del imperio austriaco que languidecía a marchas forzadas. Francisco José I se volvió un tirano que odiaba cualquier atisbo de liberalismo. En otras palabras: todo lo que su hermano pequeño representaba. Había que deshacerse de él.
Lo mandó a la Marina, alejado de la corte, donde Maximiliano obtuvo el título de comandante en jefe tras una carrera meteórica. De ahí pasó a ser diplomático. Un cargo que se ajustó perfectamente a su personalidad extrovertida y dicharachera. La casualidad –o no– quiso que en uno de sus múltiples viajes conociera a Napoleón III, el sobrino de Napoleón Bonaparte. Un encuentro que determinó su futuro y su fatal desenlace. Como también fue determinante su matrimonio con Carlota de Bélgica, hija del rey Leopoldo I, años atrás, que catapultó su ascenso a los cielos y posterior descenso a los infiernos.
Maximo I de México: del sueño al declive y fatal desenlace
México, recién independizada de España, daba sus primeros pasos para fraguar su propia historia bajo el constante recelo de Francia y Estados Unidos, que presionaban para hacerse con el control, desde las sombras, del vasto territorio. Al brevísimo imperio de Agustín Iturbe, héroe de la independencia, le sucedieron los enfrentamientos entre liberales y conservadores. La inestabilidad política fue aprovechada por Estados Unidos para invadir el país en 1847. Tras la Guerra de Reforma entre monárquicos y republicanos y el triunfo de estos últimos en 1861, el presidente mexicano Benito Juárez decide no pagar la deuda contraída por México con los gobiernos de Reino Unido, Francia y España.
Este impago fue el perfecto detonante para que el emperador de los franceses, Napoléon III, tomara la decisión de invadir México, auspiciado por los otros dos países afectados. Solo faltaba definir un pequeño, pequeñísimo detalle: ¿quién gobernaría el nuevo imperio? Maximiliano fue el elegido para asumir el reto, que aceptó sin miramientos y sin prever que estaba firmando su sentencia de muerte.
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El archiduque de Habsburgo, ahora emperador, tenía el sueño de convertir a México en una monarquía liberal y democrática al amparo de una Constitución progresista, donde la soberanía recayera en manos del pueblo y la prensa libre. Impulsó la educación primaria obligatoria y gratuita, descansos para los trabajadores y otros tantos decretos en náhuatl. Tres años duró su mandato fallido desde su desembarco definitivo en el país en mayo de 1864. Para los liberales, siempre fue un usurpador extranjero y para los conservadores, un hipócrita.
Mientras el reinado de Maximiliano I de México hacía aguas, Benito Juárez perfilaba su regreso a la capital desde el norte, donde había trasladado el Gobierno de la República que operaba paralelamente al Imperio y a salvo de los invasores. El golpe de Estado se materializó el 19 de junio de 1867 y, con él, la muerte del joven emperador de 34 años. Fue ejecutado en Querétato, junto a dos de sus generales, el conservador Miguel Miramón y el líder indígena Tomás Mejía, tras negarse a abdicar y un juicio que duró tres días.