Cómo la coca ya controlaba América Latina mucho antes de Pablo Escobar

Hablamos con Simón Posada, autor de 'La tierra de los tesoros tristes', sobre cómo esta planta desestabilizó la región desde la llegada de los españoles

La historia de América Latina no puede entenderse sin un elemento que ha sido fuente de riqueza y tragedia desde antes de la conquista hasta nuestros días: la coca. Una planta tan malograda en la actualidad como la versión adultera de uno de sus alcaloides, la cocaína, que, solo en Estados Unidos, México y Colombia, genera unos beneficios para el narcotráfico de entre de 80.000 y 90.000 millones al año, según un informe del Global Financial Integrity.

Hay que remontarse a la época del capo de la droga Pablo Escobar Gaviria para fijar el origen de un negocio internacional ilícito que ha demonizado la coca hasta nuestros días. Pero esto no fue así siempre. Su uso estaba tan extendido en las sociedades precolombinas que sin ella no hubiera sido posible concebir los grandes imperios que se fraguaron en América Latina mucho antes de la llegada de los españoles.

Las evidencias de su utilización se remonta al 8.850 a.C. Se cree que las mujeres lactantes tomaban coca por su alto contenido en nutrientes, como el calcio, cuando los lácteos no eran base de la alimentación en el “Nuevo Mundo”. Gracias a esta planta sagrada, los mensajeros incas completaban distancias de hasta 10.000 kilómetros, relevándose los unos a los otros, que medían en mascadas. Construir la maravilla de Machu Picchu, a 2.453 kilómetros sobre el nivel del mar, hubiera sido inconcebible sin la fuerza y el vigor que transfería la coca a los hombres que lo edificaron. ¿Cómo si no superaban el mal de altura o afrontaban el traslado de rocas titánicas hasta la cumbre sin ayuda de caballos o maquinaria?

“Antes de la conquista, las personas cultivaban coca como otras sembraban frutas, maíz, papa y otros productos. Se creó una red increíble de intercambio y reciprocidad que aseguraba un sistema equitativo de producción” explica Simón Posada, autor de La tierra de los tesoros tristes: la maldición del oro y la coca en la historia de Colombia, un libro con alma de investigación donde el periodista colombiano ahonda en esta simbiosis que ha marcado el devenir de su país y del conjunto América Latina.

Simon Posada, autor de la 'Tierra de los tesoros tristes' sobre la maldición del oro y la coca en la historia de Colombia y América Latina.
Simon Posada, autor de la 'Tierra de los tesoros tristes' sobre la maldición del oro y la coca en la historia de Colombia y América Latina.

Cuenta Posada que la maldición que arrastra la coca comienza con los españoles, como mucho de los sucesos trágicos que tuvieron lugar en el continente. Sin ella no hubieran podido expoliar las riquezas con las que llenaron sus bolsillos y las arcas de la Corona. Pronto se dieron cuenta que los indígenas no entraban en las minas de oro y plata sin colmar sus bocas de estas hojas. Con ayuda de un palito que impregnaban en cal, conchas marinas o ceniza activaban la cocaína presente de forma natural en la planta, de tal manera que su efecto estimulante se potenciaba. Así eran capaces de trabajar sin descanso, de no sentir fatiga, ni hambre, ni sed durante horas. “Para los pueblos precolombinos no existía la división entre coca y cocaína. Cada persona llevaba su pequeño laboratorio en la boca. La cocaína es solo uno de los entre 14 y 17 compuestos que tiene la hoja de coca”, explica.

Ante este panorama, los conquistadores empezaron a alentar su consumo para incrementar el rendimiento de las poblaciones conquistadas y mantener, así, un modelo económico basado en el trabajo forzado. Muchos comenzaron incluso a cultivarla en sus tierras para vendérsela a los indígenas o pagarles por su trabajo en las minas. “No pocos españoles se hicieron ricos con la coca”, relató el cronista Bernabé Cobo, al tiempo que la extensión de los cultivos de la planta dio al traste con la economía de trueque que había prevalecido en las sociedades precolombinas durante siglos. De acuerdo con Posada, “se empezó a sembrar coca por todos lados y se desbarató el orden que había hecho posible el desarrollo del imperio y el mantenimiento de un equilibro. La coca se pagaba a sí misma toda su cadena de producción”.

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El interés mundial por la hoja de la coca resurgió en el siglo XIX gracias al desarrollo científico y a un puñado de comerciantes ávidos por desentramar los beneficios de esta planta sagrada que tanto interés había suscitado durante la conquista. Se elaboraron tónicos, tés, fármacos, hasta un vino macerado con hojas de coca que se convirtió en la bebida por excelencia de la élite europea, el vino Mariani. Pero si a alguien le debemos el “descubrimiento” de la cocaína, es al químico alemán Albert Niemann, el primero en desarrollar un método para aislar este compuesto del resto de elementos que integra la hoja de coca.

De vuelta a nuestros días, nada tiene que ver la cocaína que extraen los narcotraficantes en los laboratorios con la cocaína que mascaban los indígenas, ni siquiera con la que aisló Niemann. La concentración máxima en sangre del componente natural cuando se ingiere es 50 veces más baja que cuando se esnifa el producto aislado convertido en polvo blanco. “Es otro tipo de consumo y otro tipo de intensidad. Para elaborar un kilo de pasta básica de cocaína se necesitan alrededor de 400 kilos de hoja de coca. Es decir, la hoja de coca tiene muchos otros elementos, además de la cocaína, que se dejan por fuera para crear el clorhidrato de cocaína que usan los narcotraficantes”, concluye Simón Posada.

Escribió el poeta Garcilaso de la Vega que “la coca hace que los infelices olviden sus pesares”. El mundo cambió radicalmente tras el descubrimiento de América por parte de los españoles y se llenó de infelices con Pablo Escobar Gaviria, un personaje despiadado que le asestó un golpe definitivo a la coca al despojarla de su naturaleza primigenia y reducirla a mera droga. El resto es historia.

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