Sinaloa y su doble tragedia: la violencia y el estigma de ser visto como un paraíso del narco
Culiacán, Sinaloa. La combinación de palabras, que sirve para nombrar capital y estado, tiene un código que remite a una palabra: narcotráfico. Es el estigma con el que, injustamente, cargan los sinaloenses. La detención de Ovidio Guzmán ha puesto otra vez a Culiacán en el mapa de la opinión pública nacional. Las escenas del terror ya están en todos lados. Pronto, la agenda informativa impondrá otras cosas, más o menos importantes, pero diferentes, y entonces la palabra Culiacán quedará en el aire.
Y como todo es cíclico, y como Ovidio Guzmán será un nombre fructífero en las búsquedas de Internet, volveremos a pensar en Culiacán. Y como nos hemos convencido, desde la lejanía, de que ahí todo tiene que ver con narcotráfico, pensaremos en los bloqueos, en las llamas, en el fuego cruzado, en los corridos previos y posteriores que le fueron dedicados al Ratón. Cuando veamos una playera o gorra de Ovidio Guzmán, o de su padre, diremos que cómo es posible, que por eso no avanzamos, porque hay gente que idolatra a los narcos. Como en Culiacán, sostendremos, para confirmar el estereotipo y darle una palmadita a nuestro ego.
Porque eso es lo más sencillo: decir que en Culiacán y en Sinaloa todo es narcotráfico. Narcotráfico y sus derivadores directos e indirectos: sembradíos, armas largas, trocas, Malverde, narcoseries, niños con armas, ostentación de quienes se hacen llamar buchones y buchonas. Como si la violencia, el narcotráfico, y el crimen no estuvieran esparcidos por todo el país. Y eso, que el narcotráfico tenga una cobertura geográfica abrumadora, no es culpa de todos los mexicanos ni tampoco significa que todos en México sean narcotraficantes.
Hace unas semanas, cuando México jugó con Argentina en el Mundial, en los bajos mundos de Twitter ese era uno de los insultos xenofóbicos de cajón: que en México todos son narcos. Y cualquiera sabe que eso es absurdo. Pero, luego, cuando volvemos a la cantina local, caemos en lo mismo: en Culiacán está "muy feo", allá todos son narcos, ahí a quien lo matan, secuestran o desaparecen es porque "en algo anda". Si ya debe ser tortuoso padecer la violencia del narcotráfico en primera persona, a esa funesta realidad los habitantes de esa ciudad, y de todo el estado, deben enfrentar el estigma de que sólo por vivir en donde viven sean sospechosos de algo. De lo que sea: si no andan en "malos pasos", cuando menos avalan a alguien que sí anda en esos mentados malos pasos. Y si no lo avalan, por lo menos escuchan narcocorridos o ven narcoseries.
Desde luego, hay quienes se sienten orgulloso de eso. No se puede negar, como tampoco se puede ocultar la violencia. Antes de juzgar habría que entender el contexto. ¿Cómo pedirle a un niño que se abstraiga de la cultura que ha conocido durante toda su vida? Desde la comodidad citadina es muy fácil apuntar con el dedo. Nosotros si podemos ver series de narcos porque sabemos que es ficción, porque las vemos para analizarlas, porque sabemos que no son héroes.
Es más sencillo culparles de admirar lo que admiran (y de nuevo, no son todos) que pedir, con verdaderas ganas, que el Estado llegue adonde sólo llega el narco —no para la foto, sino para cambiar la vida de quienes viven esa realidad—.
Esto es brutal. pic.twitter.com/nCnIsC6Rau
— Héctor de Mauleón (@hdemauleon) January 5, 2023
Claro que indigna ver un video con niños portando armas. ¿Eso pasa solamente ahí? ¿Eso pasa solamente en estos días? Preferimos pensar que sí, para focalizar el problema, para sentirnos ajenos, como cuando vemos que una tragedia pasó en un país lejano: uy, qué mal; lamentable, pero qué le pasa a la gente. Pero no. Es nuestro país. Culiacán y Sinaloa respiran el mismo aire y ven la misma luna que Las Lomas y Polanco. Quizá es buena hora para tirar los estigmas.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR | EN VIDEO
Ladrón ‘intrépido’ se mete a asaltar por la ventanita del Oxxo y queda atrapado