Un fatigado Joe Biden se dirige hacia la salida

(Tierney L. Cross/The New York Times)
(Tierney L. Cross/The New York Times)

Fue un día largo en Angola. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ya había visitado una instalación portuaria repleta de grúas y recorrido una fábrica llena de bandas transportadoras. Así que cuando se sentó ante una enorme mesa de madera circular, en una sala calurosa y con el aire viciado, en compañía de líderes africanos, apoyó la cabeza en la mano y cerró los ojos brevemente mientras los discursos avanzaban.

Cruzar el mundo en avión habría agotado incluso a un presidente de menos de 82 años. Pero lo importante, según él lo veía, era que había venido. Recorrió miles de kilómetros para mostrar un nuevo ferrocarril respaldado por Estados Unidos que podría transformar las economías de África y suministrar recursos a Estados Unidos. Vino. No tenía por qué hacerlo. Insistió en ello y se sentía orgulloso de ser el primer presidente en estar aquí.

Este es el ocaso de la presidencia de Biden, los últimos días del capítulo final de una trayectoria política épica que ha abarcado medio siglo y que ha tenido más de un giro inesperado. El tiempo está alcanzando a Biden. Cada día que pasa parece un poco más viejo y lento. Las personas que trabajan con él dicen que sigue siendo muy perspicaz en la sala de crisis y llama a líderes mundiales para negociar un alto al fuego en Líbano o enfrentar el caos de la rebelión siria. Pero es difícil imaginar que haya pensado seriamente que podría desempeñar el trabajo más estresante del mundo por otros cuatro años.

Eso no facilita las cosas en tanto que Biden se encamina al final de su mandato. Nada de lo que ha sucedido desde que se vio forzado a abandonar la contienda electoral en julio ha hecho que esa decisión pareciera un error, pero la victoria de Donald Trump ante la vicepresidenta Kamala Harris se ha interpretado como un repudio a Biden. Fue doloroso. Todavía lo es. Pero, a diferencia de Trump hace cuatro años, este presidente acepta el resultado.

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“Sí, esto es duro”, dijo Ted Kaufman, su amigo por mucho tiempo, ayudante y sucesor en el Senado. “Pero él ha pasado por cosas más duras que esto. Tiene una larga lista de cosas que quiere hacer, y está enfocado en conseguirlas”.

Decidido a terminar su mandato con un buen papel y a esculpir su legado como un presidente de importancia, Biden quiere “echar una carrera hasta la línea de meta” en estas últimas semanas, como dijo su jefe de gabinete, Jeffrey Zients. Está tachando algunos pendientes de su lista de deseos presidenciales. ¿Angola? Hecho. ¿Una visita a la selva amazónica, otra primera vez para un presidente estadounidense? Hecho.

La asignatura pendiente más importante que le queda es el alto al fuego en Gaza y, si lo consigue, sería un logro que le daría validez a un presidente saliente. Por lo demás, termina su mandato atribuyéndose el mérito de una economía saludable, que le entrega a un sucesor ingrato, y encauzando dinero que ya había sido aprobado por el Congreso para carreteras y puentes en el país; y, en el extranjero, para armas a Ucrania.

Para teñir su próxima partida con clemencia, Biden ha extendido un número récord de conmutaciones a presos que ya estaban en confinamiento domiciliario, y de manera más desafiante también indultó a su hijo Hunter luego de unas condenas por relacionadas con armas de fuego y cargos fiscales, después de lo cual se sorprendió por la reacción de sus compañeros demócratas.

Al igual que otros presidentes al final de un solo mandato, se está desvaneciendo de la escena política, casi abandonando el escenario antes de que se baje el telón. Aunque Trump ya domina la conversación más de lo que suelen hacer los presidentes entrantes —haciendo declaraciones políticas y reuniéndose con líderes mundiales sin esperar a tomar posesión del cargo—, el presidente que ocupa la Casa Blanca en este momento se ha convertido en un actor secundario. Un presentador de Saturday Night Live se refirió a Biden como “¿presidente… todavía?”.

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Biden se ha ausentado del debate que convulsiona al país. Tras advertir una y otra vez que Trump suponía una amenaza existencial para la democracia estadounidense, ahora ha guardado silencio sobre el tema e incluso sus ayudantes declinan responder a preguntas sobre si el presidente electo sigue siendo un peligro. Biden, tradicionalista hasta la médula, ha optado por el garbo y la reticencia que considera propios de un presidente saliente del partido derrotado, incluso cuando el presidente entrante amenaza con encarcelar a sus opositores e intenta colocar en puestos de poder a secuaces con ideas conspiracionistas.

Algunos aliados de Biden y colegas demócratas desearían que utilizara su posición de forma más asertiva en el tiempo que le queda.

“Debería insistir con fuerza hasta el último día en las cosas que representó para solidificar su legado y la memoria que se tenga de él en la opinión pública estadounidense, porque es diametralmente opuesto a lo que Trump está llevando a la Casa Blanca”, dijo el reverendo Al Sharpton, líder de los derechos civiles y aliado de Biden.

Aunque ha impulsado sus prioridades, a Biden le ha costado trabajo avanzar. Durante su visita a la selva amazónica el mes pasado, su fragilidad parecía dolorosamente evidente para quienes viajaban con él.

Tras hablar por siete minutos en un día con humedad abrumadora, vestido una camisa azul holgada que colgaba de su figura, se dio la vuelta para alejarse del atril arrastrando los pies por un camino de tierra, mientras varias personas del público que no estaban acostumbradas a verlo de cerca decían que contenían la respiración, preocupadas por si tropezaba. (Sus ayudantes dijeron que su andar no era más inestable de lo habitual).

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Durante una ceremonia de llegada en su viaje a Angola de este mes, al día siguiente de un vuelo transoceánico largo y cansado que habría agotado a cualquier octogenario, el presidente João Lourenço tomó repentinamente el brazo de Biden para ayudarlo a subir un escalón.

Cuando Biden visitó el Museo Nacional de la Esclavitud esa tarde, en realidad no entró en el edificio principal para ver las exposiciones, sino que sacaron algunas piezas afuera del lugar para mostrárselos, algo que dos personas familiarizadas con la planificación atribuyeron al temor de que las empinadas escaleras fueran un desafío demasiado grande. (La Casa Blanca negó que las escaleras fueran un motivo de preocupación y dijo que no fue llevado al interior por motivos de programación y logística).

Sin embargo, Biden sigue realizando esos arduos viajes a destinos lejanos, como la Amazonía y Angola, cuando otros no se habrían molestado en hacerlo. Sus reuniones en Brasil forjaron compromisos internacionales sobre el cambio climático y su viaje a Angola buscaba destacar un ferrocarril respaldado por EE. UU. que se está construyendo a través del continente africano y compite por influencia con China, dos grandes retos de esta época.

“Fue un momento muy importante para mí, para nuestra institución”, dijo Vladimiro Fortuna, director del Museo de la Esclavitud de Angola. “Fue un momento muy importante en la historia del museo”. Añadió que estaba impresionado por Biden y que no entendía por qué había tanta preocupación por las escaleras. “No vi a alguien que no estuviera preparado para subir y entrar en el museo”.

Varios de quienes viajaron con Biden a esos dos destinos notaron que a veces tenía una agenda ligera y murmuraba por momentos, lo que dificultaba comprender lo que decía. Con el final de su carrera política a la vista, parecía meditabundo. En un momento dado, durante una reunión privada, se dispersó y evocó el famoso debate de 1960 entre John F. Kennedy y Richard Nixon.

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Al mismo tiempo, dijeron quienes le acompañaban, se concentró en los temas que le interesaban y demostró dominio de los detalles. Antes de reunirse con el presidente de China, Xi Jinping, al margen de una cumbre en Río de Janeiro, insistió en una prolongada sesión informativa que se alargó unos 90 minutos.

En las reuniones en la Casa Blanca, dijeron sus ayudantes, sigue tan astuto como antes, ordenando acciones concretas y editando los discursos para adaptarlos a sus preferencias. Hizo llamadas a otros líderes mundiales como parte de un exitoso esfuerzo por negociar un alto al fuego para detener la guerra en Líbano y de nuevo para consultar sobre las consecuencias de la caída del presidente Bashar al Asad en Siria.

La semana pasada, en una ceremonia de homenaje a las Olimpiadas Especiales, algunos de sus invitados lo consideraron plenamente comprometido. “Parecía estar bien”, dijo Elaine Kamarck, una antigua integrante del Comité Nacional Demócrata que asistió a la ceremonia. “Para mi sorpresa, se quedó toda la cena. Todos pensamos que tal vez desaparecería, pero no, se sentó, comió con todos y se quedó toda la cena. Y parecía estar bien”.

Aun así, se emocionó en un momento de la ceremonia. En esta época del año, aseguran sus amigos, Biden puede deprimirse un poco, al recordar el accidente de coche de 1972 en el que murieron su primera esposa y su hija poco antes de Navidad. Durante su breve discurso en el acto de las Olimpiadas Especiales, sacó a colación la tragedia y se quedó sin poder pronunciar palabra por la emoción unos instantes. El miércoles estará en Wilmington, Delaware, con motivo de ese aniversario, cuando suele visitar las tumbas de su familia.

Aunque algunos allegados a Biden dijeron que estaba en paz con el próximo final de su presidencia, otros dijeron que había estado taciturno. Actualmente está enfadado con los congresistas demócratas que han denunciado de manera pública su decisión de indultar a Hunter Biden a pesar de sus promesas de no hacerlo, según una persona que ha pasado tiempo con él recientemente.

Funcionarios de la Casa Blanca dijeron que, mientras Trump acapara los titulares, Biden y su equipo están ocupados asegurándose de que el dinero aprobado como parte de su robusta legislación se ejerza como estaba previsto en proyectos de energía limpia, manufactura e infraestructuras, antes de que el equipo de la siguiente gestión pueda intentar bloquearlo.

En un memorándum enviado al personal de la Casa Blanca la semana pasada, Zients, el jefe de gabinete, informó que el gobierno ha anunciado la asignación de alrededor del 98 por ciento del dinero disponible hasta el final del año fiscal procedente de cuatro importantes leyes aprobadas por Biden: el Plan de Rescate Estadounidense, la Ley Bipartidista de Infraestructuras, la Ley Chips y Ciencia y la Ley de Reducción de la Inflación.

“El presidente se ha concentrado mucho en cómo aplicamos estas leyes”, dijo en una entrevista Natalie Quillian, la subjefa de personal de la Casa Blanca que supervisa el proceso. “Nos ha inculcado a todos que tenemos que avanzar rápido, tenemos que sacar el dinero por la puerta, tenemos que firmar los contratos y tenemos que conseguir que esto llegue a las comunidades, republicanas y demócratas, de todo el país lo antes posible”.

La semana pasada, Biden pronunció un “discurso de legado” en la Brookings Institution, en el que expuso lo que considera los éxitos de su programa económico, y advirtió sobre los peligros del plan de Trump. El discurso, de unos 40 minutos y preparado durante semanas, pretendía esbozar lo que Biden cree que funcionó en términos económicos durante su mandato y lo que no funcionará en el futuro, aunque tosió durante todo el discurso y al final estaba ronco.

“No busca un monumento”, dijo el fin de semana Jared Bernstein, presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente. “Busca una política mejor que eleve a la clase media y nos aleje del efecto goteo”.

Sin embargo, en esta etapa de la presidencia de Biden, sus mensajes públicos son selectivos y sobrios. Biden, quien solía ser el político parlanchín más locuaz de Washington, apenas se relaciona con los periodistas que lo siguen a donde va. No ha celebrado ninguna conferencia de prensa ni ha concedido entrevistas a los medios de comunicación tradicionales desde las elecciones, aunque sí a algunos pódcasts. La única respuesta que dio a las preguntas de los periodistas durante todo su viaje a África sumó 14 palabras. En Sudamérica, fue una sola palabra.

Por lo tanto, Biden no ha abordado públicamente ni una sola vez su criticada decisión de indultar a su hijo desde el comunicado escrito que emitió, ni ha hablado de su evaluación de indultos generales a adversarios de Trump para protegerlos de su prometida campaña de “represalias” una vez que asuma el cargo.

A veces, Biden se irrita ante las limitaciones. Antes de las elecciones, cuando había quedado relegado a un segundo plano en la campaña, el presidente dijo a un aliado que se aburría y le preguntó si había algún acto al que pudiera asistir, un comentario que parecía solo en parte jocoso, según una persona informada de la conversación.

Pero sus ayudantes dijeron que aún queda mucho por hacer. En su memorándum, Zients señaló las conversaciones para el alto al fuego en Gaza, los esfuerzos para confirmar a más jueces y los planes para cancelar más deuda estudiantil de los trabajadores de servicios públicos y otros prestatarios.

“En una época en la que la mayoría esperaría que fuéramos más despacio, tú estás acelerando”, escribió Zients, y añadió: “Sé que tú y tus equipos están avanzando en cada tema, yarda con yarda”.

Katie Rogers y Michael D. Shear colaboraron con reportería.


Peter Baker
es el corresponsal principal de la Casa Blanca para el Times. Ha cubierto las gestiones de los últimos cinco presidentes y a veces escribe artículos analíticos que ponen a los presidentes y sus gobiernos en un contexto y marco histórico más grande. Más de Peter Baker


Zolan Kanno-Youngs
es corresponsal en la Casa Blanca y cubre al presidente Joe Biden y su gobierno. Más de Zolan Kanno-Youngs

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