Quién fue Elena Cornaro Piscopia, la primera mujer de la historia en obtener un doctorado universitario

Placa conmemorativa en Venecia a Elena Lucrezia Cornaro Piscopia. Foto: Julia Alegre
Placa conmemorativa en Venecia a Elena Lucrezia Cornaro Piscopia. Foto: Julia Alegre

En Venecia, a la vista de todos, pero desapercibida para el ojo que no pone atención a los detalles, se alza una placa conmemorativa en memoria de Elena Lucrezia Cornaro Piscopia. No es fácil encontrarla, pero tampoco excepcionalmente complicado reparar en ella. Se localiza en el final de una de las callejuelas más concurridas de la ciudad italiana, con final en el Gran Canal, cerca del asombroso, pero atestado, puente Rialto, donde, da igual la época del año, los turistas acuden en masa para hacerse fotos, colapsando el normal flujo del caminante citadino.

A esta mujer le debemos el resto de nosotras el haber puesto la primera piedra para romper el techo de cristal en las universidades. Es la primera en la historia de la humanidad en haber obtenido un doctorado cuando tan solo soñar con alcanzar ese logro (con estudiar, si quiera) era algo vetado para la gran mayoría de sus coetáneas. Nacida el 5 de junio de 1646 en la capital de los canales por antonomasia (con perdón de Amsterdam), pronto su talento innato para las letras y el pensamiento lógico quedó en evidencia para sus padres. Tal es la importancia de sus aportes (y la invisibilidad a la que la historia la ha relegado, valga el apunte), que Google le dedicó su famoso ‘doodle’ en 2019 con motivo del 373º aniversario de su natalicio.

Fue la tercera hija del noble Giovanni Battista Cornaro Piscopia y de Zanetta Boni, una campesina humilde de la que el primero, dicen, se enamoró locamente. La pareja, que al momento de la llegada al mundo de Elena Cornado Piscopia no estaba casada, tuvo cuatro vástagos más. A Elena nunca le reconocieron sus privilegios de sangre al no haber nacido bajo el auspicio del sagrado sacramento del matrimonio de sus padres. A pesar de ello, su progenitor, amante de la literatura y la ciencia y aconsejado por el sacerdote amigo de la familia Giovanni Fabris, la impulsó a estudiar latín y griego antes de hacer lo propio con el hebreo, el español, el francés y el árabe (que hablaba con fluidez), las matemáticas, la teología, la astronomía y la filosofía. La niña era un auténtico prodigio, de una mente descomunal. Incluso se le daban bien los instrumentos (tocaba el clavicordio, el violín y el arpa) y componía poesía.

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La joven Cornaro Piscopia ingresó en la Universidad de Padua, en Italia, en 1672. Tenía 26 años. Por aquel entonces, su erudición ya le había valido el mérito de ser elegida presidenta de la asociación veneciana Academia dei Pacifici dos años antes. Quiso entonces obtener el doctorado en teología, que le fue denegado por el obispo de Padua y canciller de la universidad, Gregorio Barbarigo, mano derecha a su vez del papa Inocencio XI. El motivo no era otro que su condición de mujer. Sí le permitieron, en cambio, obtener el citado grado académico en filosofía. Lo que hoy se conoce como Ph. D.

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Su acto de graduación, celebrado el 25 de 1678 en la Catedral de Padua, fue un acontecimiento sin precedentes para la época. Hasta ahí se desplazaron autoridades y curiosos que no quisieron perderse la oportunidad de presenciar la extrañeza de ver a una mujer graduándose. Su fama se extendió prácticamente por todos los círculos estudiosos de Europa. Dedicó el resto de su vida a la caridad, la academia, a dar conferencias y publicar cuantiosas investigaciones, escritos y traducciones, la mayoría de estas últimas, de tratados religiosos.

Nunca se casó ni tuvo descendencia. Cuando solo tenía 11 años, Elena Cornaro Piscopia hizo un voto de castidad y en 1665 tomo los hábitos como laica monástica de la orden de los benedictinos. La veneciana fue una mujer adelantada a su tiempo, capaz de derribar los férreos estereotipos de género que relegaban a las de su especia al ámbito doméstico y al cuidado de la familia. La primera mujer en obtener jamás un título de doctorado murió joven, con apenas 38 años, aquejada de tuberculosos y con una salud deteriorada por las largas temporadas de ayuno y estudio sin descanso a las que se sometía. Si pasan por Venecia, busquen su placa. Es de justicia.

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