Por qué puede convertirse en un búmeran la guerra del papa Francisco contra los ultraconservadores de la Iglesia Católica
ROMA.- ¿Con el pasar de los años el papa Francisco -que este mes cumplirá 87 años y cuya salud aparece cada vez más frágil, como demostró la cancelación de su viaje a Dubai, este fin de semana, por una bronquitis aguda- se ha vuelto menos paciente y menos indulgente con sus más ruidosos opositores? Es la pregunta que sobrevuela el Vaticano, donde esta semana creó revuelo la decisión del Papa de imponerle una pena administrativo-económica al cardenal estadounidense ultraconservador Raymond Leo Burke, punta de lanza de una pequeña pero estridente oposición, famosa por sus capas magnas llenas de oropeles y sus sistemáticos ataques al máximo jefe de la Iglesia católica.
Como se filtró en los medios y tal como informó LA NACION, fue el propio Papa quien anunció en una reunión con jefes de dicasterio, el 20 de noviembre, su intención de sancionar a Burke por “minar la unidad de la Iglesia”. Según trascendió, el cardenal, de 75 años y jubilado tras ser prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica y patrono de la Orden de Malta, ya no gozará de los privilegios relacionados con esos roles: tendrá una reducción de su salario y un aumento del alquiler, hasta ahora bajísimo, del departamento de 400 metros cuadrados que ocupa en la Via della Conciliazione.
Aunque en verdad no ha habido ninguna comunicación formal de la decisión anterior, esta reprimenda es considerada por muchos irrisoria ya que Burke no tiene problemas de dinero. Y fue enseguida relacionada con la remoción del obispo de Tyler, Texas, Joseph Strickland, otro prelado ultraconservador que se la pasaba atacando en sus redes sociales al Papa. Una investigación del Vaticano determinó que Strickland debía abandonar su diócesis porque no era un pastor apto para ello; Strickland se negó a renunciar y el Pontífice entonces lo removió.
Por qué ahora
Aunque el Papa a lo largo de sus diez años de pontificado siempre habló de la importancia de la misericordia y se mantuvo en silencio, dando la otra mejilla, ante los ataques, para algunos si ahora dijo “basta” es porque percibió que la unidad de la Iglesia está bajo amenaza. También se encuentra bajo riesgo el sínodo sobre sinodalidad, la gran apuesta de su pontificado, un evento eclesial sin precedente no sólo porque también participaron laicos y mujeres con derecho a voto, sino porque por primera vez puso sobre el tapete temas antes tabú como el diaconado femenino y la necesidad de incluir a los católicos LGTBQ+.
Se trata de cuestiones que, de llegar a haber cambios, para el ala ultraconservadora liderada por Burke podrían “destruir la identidad de la verdadera Iglesia”, como este prelado clamó en un evento en vísperas de la asamblea de obispos no casualmente titulado “La Babel sinodal”.
“El Papa esperó que terminara el sínodo tanto para remover al obispo Strickland como para anunciar lo de Burke por una cuestión táctica-estratégica: para que esos temas no eclipsaran al sínodo. Y tomó estas medidas porque Burke se había vuelto el símbolo de cierta impunidad y el Papa tiene derecho a la autodefensa, tiene el deber de defender la unidad de la Iglesia y los cambios que una Iglesia en discernimiento, en camino, está tratando de hacer a través del sínodo”, dijo a LA NACION un alto prelado. “Es injusto decir que decidió actuar porque perdió la paciencia, el papa Francisco está totalmente sereno. Además, la sanción es demasiado leve, hubiera sido mejor si directamente le quitaba sus prerrogativas cardenalicias, es decir, su derecho a participar en el cónclave”, agregó, en un reclamo oído de boca de otros purpurados.
Coincidió un cardenal de la curia que también habló off the record. “Burke pasó la raya varias veces. Si hubiera tratado así a cualquiera de los papas anteriores, habría sido cesado mucho antes. Los papas anteriores tomaban decisiones drásticas con sacerdotes u obispos por mucho menos. Este es un cardenal jubilado que se dedica permanentemente a cuestionar lo que enseña el Papa y confunde a la gente sencilla haciendo creer que el Papa no puede decir nada diferente de lo que se ha dicho antes”, comentó.
“Es un conservadurismo extremo que entiende que la tradición es algo fijo e inmutable, que no puede tener un desarrollo. Olvida que en otros siglos la Iglesia toleraba la esclavitud y más adelante la prohibió, apoyaba la pena de muerte, siglos después la admitía sólo en casos muy extremos y finalmente la rechazó”, agregó.
“Este cardenal tiene una idea extremadamente conservadora -insistió el prelado-. Se la pasaba diciendo que Francisco no tiene derecho a cambiar nada de lo que se ha hecho antes y una cosa así no se toleraría en ninguna empresa o institución. Pero aquí lo más paradójico es que el Papa le está pagando un sueldo y le está dando una casa de lujo donde recibe a los más acérrimos opositores a Francisco. La medida del Papa es de lo más suave, porque no lo está dimitiendo, no le está quitando el honor del cardenalato, no lo está degradando, no le está prohibiendo hablar. Sólo está haciendo lo más lógico que es decirle que si quiere hacerle la guerra no pretenda que él mantenga su ritmo de vida”.
Contraproducente
Más allá de esto, la sanción económico-administrativa creó perplejidad, sobre todo por sus efectos concretos en Estados Unidos. “El asunto me parece misterioso todavía. No veo cómo la acción en contra del cardenal Burke pueda cambiar algo: él puede aún decir y publicar lo que quiere y esto no depende de dónde vive o cuánto gana. Ahora recibe simpatía hasta de sus críticos y sus seguidores lo ven como un héroe más martirizado que nunca”, dijo a LA NACION John Waulk, sacerdote estadounidense que enseña literatura en la Pontificia Universidad de la Santa Croce, del Opus Dei.
“Se trata de una decisión que sorprendió a todos en Estados Unidos, sin precedente, que corre el riesgo de ser contraproducente porque ya hay una grieta evidente entre el ala conservadora y el Papa. Y esta ala percibe que está siendo castigada y, la verdad es que, al final del día, el cardenal Burke no es alguien sin recursos, sino todo lo contrario”, puntualizó Christopher White, vaticanista del National Catholic Reporter, medio católico progresista norteamericano. White detalló que Burke en su Wisconsin natal tiene un santuario (de la Virgen de Guadalupe) al que asisten centenares de peregrinos, con una casa de retiros y una residencia valuados fiscalmente en más de 50 millones de dólares.
Una opinión similar tiene Massimo Faggioli, teólogo e historiador de la Iglesia católica, que incluso aseguró que “Burke ahora recibirá aún más donaciones privadas de las ricas familias católicas estadounidenses”. En diálogo telefónico desde Estados Unidos este académico ítalo-estadounidense, que enseña en la Villanova University de Philadelphia, al margen de destacar que el caso de Burke y el de Strickland son muy distintos, consideró que la sanción al cardenal podría terminar siendo un bumerán. “Sin contar que hay un problema de método porque aún nadie en el Vaticano comunicó ni explicó este castigo, que parece más bien un desaire personal, como era predecible la ultraderecha católica estadounidense aprovechó para salir a denunciar un complot en su contra y no lo hicieron solamente bloggers medio loquitos, sino notas de opinión de diarios como The New York Times”, advirtió.
“Burke tiene un grupo de seguidores pequeño, pero muy radicalizado, que ya se sentía hostigado por la limitación que el Papa le impuso a la misa en latín y que, con esto, refuerza esa idea de que son acosados y que tienen que resistir en contra de este pontificado ‘hereje’ y demás estupideces”, agregó Faggioli. “Y ahora que se acerca el cónclave, que no será dentro de diez años, sino en uno, dos o tres años, todo esto le da una cierta energía a esta facción, que es una minoría en la superficie, pero que debajo de la superficie puede ser más grande”, subrayó.
Decisión personal
Aunque algunos interpretaron que detrás de novedosa mano dura del Papa podría estar su nuevo prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el cardenal Víctor Manuel “Tucho” Fernández, teólogo muy cercano y ahora su mano derecha, los entendidos piensan que no es así.
“No creo que haya influencia del cardenal Fernández, lo de Burke fue una decisión personal del Papa, como fue personal su decisión de castigar a Georg Ganswein [el secretario privado de Benedicto XVI] por no impedir que un papa jubilado [Benedicto XVI] interfiriera en las decisiones del sínodo sobre la Amazonía”, opinó el veterano vaticanista italiano Marco Politi, tras una consulta de LA NACION. Aunque hubiera querido quedarse en Roma con algún cargo después de la muerte de Benedicto XVI, papa emérito, el arzobispo Ganswein fue enviado por el Papa a su diócesis originaria, en Alemania, como ocurrió con otros secretarios de pontífices.
Politi -que escribe para Il Fatto Quotidiano y fue autor junto a Carl Bernstein del best-seller Su Santidad-, consideró que la sanción a Burke dejó en claro “la voluntad del papa Francisco de no tolerar más, después de tantos años, los ataques sistemáticos a su estrategia de reformas y de concentrarse, en cambio, en esa gran oportunidad que es el sínodo de 2024 (la segunda fase del sínodo sobre sinodalidad, que tendrá lugar en octubre del año próximo) que será un mini-concilio porque se profundizarán varios temas”. “El Papa sabe que no tiene tiempo por delante -agregó Politi- y no quiere este tipo de guerrilla”.