¿Qué hacer con el colonialismo turístico de Instagram?

Las redes sociales están arruinando lugares turísticos como Tulum

Turistas en las zona arqueológica maya de Tulum en 2021. (FOTO: Archivo AP/Emilio Espejel).
Turistas en las zona arqueológica maya de Tulum en 2021. (FOTO: Archivo AP/Emilio Espejel).

Este verano, se calcula que 220 millones de turistas estadounidenses -el 85% de los adultos de ese país- han comenzado a viajar. Muchos de ellos se dirigirán a Tulum, México, que también visité recientemente. Los negocios de Tulum se enfocan directamente a las cuentas de Instagram de los turistas estadounidenses.

Ofrecen luces parpadeantes decorativas para proporcionar una iluminación favorecedora, columpios en lugar de asientos y señales de neón, como el letrero en rosa brillante de un bar en la calle principal de la ciudad que declara: "¡Estoy en Tulum, perras!".

Si antes el turismo era una forma de ampliar nuestros horizontes y conocer mejor otras culturas, las redes sociales y la economía global han cambiado la situación. Ya no se trata sólo de consumir nuevas experiencias, sino también de poder mostrar ese consumo a los seguidores en las redes sociales.

Ahora, viajar parece tan sólo una cadena de mensajes de Instagram. Mientras tanto, nuestra búsqueda de vistas “instagrammables” ha transformado economías y entornos locales y, de paso, ha cambiado la vida de miles de personas.

Los turistas van en busca de los lugares más
Los turistas van en busca de los lugares más "instagrameables". (FOTO: Getty images).

Tulum está en el sureste de la península de Yucatán, en el estado de Quintana Roo. Los habitantes originales de la región son los indígenas mayas. Las impresionantes ruinas arqueológicas de la cercana Chichén Itzá, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, son un logro de su civilización. Las ruinas muestran un gran conocimiento astronómico, incluido la capacidad de predecir acontecimientos celestiales como los eclipses, que incorporaron a su arquitectura con un efecto asombroso; sofisticadas técnicas agrícolas que les permitieron cultivar la tierra junto al mar; y un sistema de carreteras anterior al europeo.

Soy mexicoamericana de tercera generación y llevo toda la vida viajando a Acaponeta, Nayarit, la ciudad natal de mi familia. También he estado en muchos otros destinos de México, incluido Tulum en 1988, cuando aún era un pequeño pueblo de pescadores.

El auge y el impacto en la zona

En 1999, con la esperanza de aprovechar la ola de prosperidad turística de Cancún, el gobierno rebautizó la región como Riviera Maya. Empresarios, promotores inmobiliarios e inmigrantes de Estados Unidos y Europa no tardaron en llegar. Crearon hoteles y residencias, y organizaron festivales de yoga y fiestas de baile. En 2004, The New York Times calificó a Tulum de "paraíso contracultural", al tiempo que señalaba los peligros de la comercialización.

Desde entonces, el desarrollo – a menudo impulsado por inversionistas extranjeros- se ha llevado a cabo sin mucha previsión, supervisión gubernamental o tan acelerado que ha superado la capacidad del gobierno local para proporcionar servicios básicos como electricidad y alcantarillado.

Vista aérea de la playa de Tulum. (FOTO: Getty images).
Vista aérea de la playa de Tulum. (FOTO: Getty images).

En Instagram no se ven los campamentos donde viven los trabajadores importados. Y las impresionantes imágenes de buzos recorriendo el Sistema de Arrecifes Mesoamericano, el segundo mayor arrecife de coral del mundo, rara vez muestran los residuos humanos que aparecen cada vez más frecuentemente en sus ríos subterráneos. El impacto del turismo no hará sino empeorar, con un proyecto de tren que conectará Tulum con Cancún y que está en vías de atraer a más gente, arrasar la selva, hogar de especies en peligro de extinción, y destruir cuevas que pueden contener importantes reliquias mayas.

Ante estos cambios masivos, la población local se encuentra -como dice el maravilloso libro de Matilde Córdoba Azcárate sobre la península de Yucatán- "Atrapada por el turismo". Los indígenas mayas contemporáneos tienen pocas opciones salvo trabajar como obreros de la construcción, trabajadoras domésticas y taxistas al servicio de los 22 millones de personas que llegan cada año al cercano aeropuerto de Cancún.

Cuando pasamos el día en un club de playa, conocí a Rodrigo, un encantador camarero de 22 años de Tulum. Me dijo que los días eran largos, y las propinas a menudo pésimas, pero que seguía temiendo el día en que algo nuevo y mejor ocupara el lugar que ahora tiene Tulum. Rosalya, mi guía en Chichén Itzá, también nos contó que cuando empezó a hacer visitas guiadas hace 17 años -fue la primera mujer en hacerlo-, los lugareños la criticaron por unirse a la industria turística. Pero, dijo, no veía otras opciones.

¿Cuáles son las responsabilidades de los turistas estadounidenses ante esta desigualdad mundial?

 Múltiples artículos publicados este verano han propuesto que dejemos de viajar. Pero mitigar los efectos negativos de un desarrollo descontrolado exige cambios estructurales de mayor envergadura, como la inversión en los mercados locales y la supervisión gubernamental.

Aunque no quiero sugerir que la gente simplemente deje de viajar, sí quiero que los visitantes entiendan nuestro impacto, especialmente el impacto material de nuestro uso de la tecnología digital. Las redes sociales impulsan el turismo a un ritmo y con un volumen sin precedentes. Las oficinas gubernamentales de turismo contratan a personas influyentes y famosos, desde Lionel Messi al "Corn Kid" de TikTok, promocionar marcas y destinos.

Los blogueros de viajes y los TikTokers se ganan la vida utilizando algoritmos y hashtags para guiar a los viajeros a lugares remotos de belleza natural o a restaurantes auténticos supuestamente desconocidos. Las empresas compiten por ser cada vez más atractivas para los teléfonos de los visitantes.

A medida que los turistas comparten sus experiencias en tiempo real, las imágenes circulan cada vez más rápido, como gasolina en una hoguera. Mientras los gobiernos y los promotores inmobiliarios se embolsan los dólares extranjeros, la población local -mucha de la cual es pobre y/o indígena en el caso de México- paga el precio.

Pero también hay otras formas de viajar, como comprender su impacto y sostenibilidad, sentir curiosidad por la historia de un lugar y su gente, y tomar decisiones conscientes sobre el destino de tu dinero. Así que, en lugar de quedarnos en casa, pensemos en otra propuesta, quizá igual de impensable: viajar sin publicar en las redes sociales. Si nos centramos más en la investigación y menos en cómo nuestro viaje se ve ante los ojos de los demás, podemos ser no sólo consumidores, sino participantes en un intercambio cultural con aquellos cuyo trabajo hace posible nuestra experiencia.

Natalia Molina es catedrática de Estudios Americanos y Etnicidad en la Universidad del Sur de California. Becaria MacArthur en 2020, es autora de Un lugar en Nayarit: cómo un restaurante mexicano alimentó a una comunidad. Es miembro del consejo asesor de Zócalo.

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