Cafés sin música, pero agua en los grifos: la vida bajo los rebeldes sirios
IDLIB, Siria — En el segundo piso del café Shababeek, que tiene una vista a la plaza de la torre del reloj de la ciudad de Idlib, el lado reservado a los hombres estaba vacío, salvo por dos hombres jóvenes con tazas de café turco en sus manos. El lado de las familias, donde se admiten mujeres, estaba casi lleno.
No había música —solo se escuchaba el silbido de una máquina de café expreso y el tintineo de las tazas— y, a diferencia de otros cafés de Siria, el aire no estaba impregnado de humo de narguile. Esto se debe a un acuerdo que el propietario tuvo que firmar con Hayat Tahrir al Sham, el grupo islamista que ha gobernado durante años en gran parte de la provincia de Idlib, en el noroeste de Siria, y que ahora controla la mayor parte del país junto con otras facciones rebeldes.
"Los narguiles y la música estaban prohibidos desde el principio", dijo Yahia Naeme, propietario de la cafetería, quien afirmó que la prohibición le había hecho perder dinero porque mucha gente solía acudir a su café específicamente para fumar narguiles. "Si no podemos ofrecerlos, se aburrirán y se irán a otro sitio", dijo.
Otros cafés de Idlib han eludido la ley ofreciendo narguiles en ambientes tipo bares clandestinos a puerta cerrada. Pero Naeme no quiso arriesgarse a entrar en conflicto con los gobernantes de la zona.
Las prohibiciones del narguile y de la música en los cafés formaban parte de unas cuantas leyes religiosas impuestas inicialmente en Idlib por Hayat Tahrir al Sham cuando tomó el poder allí en 2017, que también incluyó intentos de imponer un código de vestimenta más estricto para las mujeres y la prohibición de venta y compra de alcohol.
El grupo ha gobernado Idlib con mano autoritaria, encarcelando y torturando a algunos críticos, según residentes y organizaciones de derechos humanos. Sin embargo, incluso quienes se quejan de su dominio afirman que Hayat Tahrir al Sham ha sido pragmático y ha mostrado flexibilidad.
El grupo ha puesto orden en una región devastada, y ha revocado algunas leyes tras la reacción negativa de los residentes. Al principio, por ejemplo, una policía de la moralidad patrullaba las calles y los edificios gubernamentales, pero esta práctica se abandonó poco después.
Tampoco adoptó los métodos brutales de grupos extremistas como el grupo Estado Islámico, que en ocasiones castigaba a la gente con ejecuciones públicas, sino que impuso principalmente multas a quienes infringían las leyes.
El grupo también ha estado desesperado por despojarse de su imagen de una organización que solía estar vinculada a Al Qaeda. A pesar de ello y de sus intentos de obtener legitimidad internacional, Estados Unidos y la ONU siguen designando al grupo como organización terrorista.
En Idlib, Hayat Tahrir al Sham ha intentado ganarse los corazones y las mentes y demostrar sus credenciales de gobierno realizando obras públicas. Ha pavimentado carreteras, ha suministrado agua corriente y electricidad y ha reparado los daños causados por la guerra, cosas de las que carece el resto de Siria.
Los policías de tránsito dirigen las intersecciones y rotondas más concurridas, mientras los barrenderos mantienen limpias las calles. Las casas, apartamentos e incluso las tiendas de campaña de los desplazados por la guerra se han numerado debido a un proyecto para asignar direcciones a millones de residentes.
Junto a los números de las direcciones pegados con plantillas cuelgan contadores de electricidad de color verde brillante, cuya energía procede de Turquía. Esto contrasta claramente con las zonas de Siria que hasta hace poco estaban bajo el control del gobierno de Asad, donde los residentes dependen principalmente de generadores para obtener energía.
Tras consolidar el control de la provincia de Idlib atacando a otros grupos rebeldes, Hayat Tahrir al Sham puso orden en una región caótica. También ha gozado de la reputación de evitar la corrupción, un alivio para muchos en un país donde el gobierno funcionaba a base de sobornos y conexiones.
Por ahora, hay entusiasmo —y un poco de inquietud— por lo que vendrá después. Incluso algunos de los críticos del grupo están esperando a ver cómo evoluciona y crece para gestionar todo un país, uno más diverso y menos conservador que Idlib.
En una vitrina del café Shababeek hay una nueva oferta: tarta de capas de caramelo con glaseado de los colores de la bandera siria cambiada.
Esa bandera decora ahora gran parte de la ciudad, junto con recordatorios a la población sobre quién ha prestado sus servicios públicos hasta ahora.
El viernes, tras las oraciones semanales, parejas, familias y hombres jóvenes vestidos de camuflaje —algunos con Kalashnikovs— acudieron a una rotonda céntrica para celebrar el derrocamiento del régimen de Asad.
En un pequeño parque del centro había una placa instalada por el gobierno de Hayat Tahrir al Sham: "Renovación de la Rotonda de los Siete Mares y de la zona que la rodea — 2021”.
Meses antes, la rotonda fue también escenario de manifestaciones contra la gestión del grupo por parte de cientos de residentes, una de las muchas protestas que tuvieron lugar en toda la provincia de Idlib.
Protestaban por el encarcelamiento y la tortura de críticos y por la imposición de impuestos que han supuesto una pesada carga para muchos residentes, según Sirios por la Verdad y la Justicia, grupo de defensa de los derechos humanos.
Muhammad Ali Basha, de 30 años, combatiente rebelde y residente en Binnish, ciudad de la provincia de Idlib, dijo que había participado en algunas de las protestas.
"Desde el punto de vista de la seguridad, vimos que su comportamiento empezaba a parecerse al del régimen de Asad", dijo en su casa, y añadió que Hayat Tahrir al Sham y su brazo de seguridad allanaban viviendas sin previo aviso.
En una cómoda que tenía a su lado había tres armas —dos AK-47 y una pistola—, una bandera siria y un montón de mariposas doradas decorativas, colocadas como en un altar.
En algunos casos, Hayat Tahrir al Sham respondió a las protestas con la fuerza, según Sirios por la Verdad y la Justicia.
El grupo rebelde ha negado haber tomado medidas severas contra los residentes de Idlib durante las protestas.
"Cuando la gente dice que hubo una respuesta violenta, no la hubo", declaró Ahmad al Sharaa, dirigente del grupo, antes conocido por su nombre de guerra, Abu Mohammed al Golani, en una entrevista con The New York Times. "Hubo una respuesta a algunas personas que estaban destruyendo las propiedades de la gente".
Admitió que algunas de las peticiones de los manifestantes eran válidas, en el sentido de que ciertas leyes ejercían una presión económica indebida sobre los residentes. "Las hemos remediado y hemos apaciguado a gran parte de la población", declaró.
Se suprimieron los impuestos aduaneros, que se imponían a las personas procedentes de otras partes de Siria, dijeron los residentes.
Los residentes y las organizaciones de derechos humanos también afirman que la represión contra los críticos ha disminuido en los últimos meses tras las protestas.
Antes de su disolución hace unos años, la policía de la moralidad no solo acosaba a las mujeres, sino también a los hombres con tatuajes, dijo Salwa Jabaan, de 51 años, periodista de varios medios de comunicación locales, entre ellos el canal de televisión Alepo Today.
"Se inmiscuían en todos los aspectos de nuestras vidas", declaró Jabaan, que también participó en algunas de las protestas contra la gestión rebelde.
En el pasado hubo algunos esfuerzos por resucitar la policía de la moralidad, dijo. Pero esos esfuerzos se abandonaron tras la oposición de las mujeres y cuando el grupo empezó a evolucionar. Ahora ve una evolución aún más drástica en el grupo y en al Sharaa, su líder, en su búsqueda de una mayor legitimidad internacional.
"Las cosas han cambiado mucho en los últimos años", dijo Jabaan.
c.2024 The New York Times Company