“Me voy con la conciencia tranquila”: López Obrador se despide del Zócalo de las mil batallas
Pasaban las 12:40 del día; ya habían transcurrido más de dos horas de discurso y el sol caía a plomo sobre la plancha del Zócalo de la Ciudad de México, cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador pronunció las palabras con las que sellaba su sexenio: “me voy con la conciencia tranquila y muy contento”.
El pelo completamente blanco contrastaba con el traje oscuro de un López Obrador que, a sus casi 71 años, parecía tragar saliva para contener el llanto. Su arenga, de 52 páginas y más de 11 mil palabras, es quizás la más larga que se le recuerde a un político que hizo del Zócalo de la Ciudad de México el escenario de un sinfín de luchas.
Su discurso tenía como motivo el sexto y último informe de gobierno, pero era, al mismo tiempo, el punto final de una larga trayectoria política.
El Zócalo y la trayectoría política de AMLO
A este Zócalo, López Obrador trajo -en enero de 1995- decenas de cajas con pruebas de un fraude electoral en Tabasco, luego de un éxodo con el que denunció la campaña con la que el priista Roberto Madrazo se hiciera con la gubernatura en el convulso 1994.
En este Zócalo encabezó mítines como dirigente del PRD, en 1996, 1997, 1998; aquí cerró su campaña como candidato a la Jefatura de Gobierno en el año 2000, con el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas como candidato presidencial.
En el Zócalo, López Obrador encabezó una de las más grandes manifestaciones en la historia de la capital del país, en 2004, en contra del desafuero, y aquí improvisó algunas de sus arengas más recordadas: “voto por voto, casilla por casilla”, “amor con amor se paga” y “por el bien de todos, primero los pobres”.
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Aquí anunció la lucha postelectoral de 2006 y la toma del Paseo de la Reforma; aquí abrió o cerró sus campañas presidenciales, la de aquel año, la del 2012 y la de 2018. Y aquí comenzó a corearse el grito de batalla de un partido que el pasado 2 de junio conquistó casi 36 millones de votos: “es un honor estar con Obrador”.
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Ya como presidente, en esta plaza reunía dos o tres veces al año a sus huestes para leerles informes, exhortarlos a mantenerse fieles y firmes frente a sus adversarios, reales e imaginarios, y para renovar convicciones.
No en vano, en las inmediaciones de la Plaza de la Constitución, decenas de vendedores ambulantes hacían su agosto vendiendo todo tipo de “souvenirs” y recuerditos: muñecos de peluche con la figura de AMLITO, llaveros, tazas, camisetas, chamarras, chalecos, vasos jaiboleros, caballitos para tequila, plumas, lápices, calendarios, libretas, pines, pañoletas, gorras, muñecas de Claudia Sheinbaum, el AMLITO parlante y la tristemente célebre camiseta de la Santa Muerte con la frase de “un verdadero hombre nunca habla mal de López Obrador”.
En las calles 20 de Noviembre, Pino Suárez, Madero, convertidas en pasillos para la llegada de los contingentes, grupos de jóvenes ofrecían fotos con una figura de AMLO de tamaño real y colocaban a los asistentes pulseras de tela con la leyenda “hasta siempre, presidente”; una frase que ya aparece en bardas de algunas alcaldías de la capital.
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El Zócalo de López Obrador, en el último cuarto de siglo, era un ritual que se fue haciendo costumbre. Y, sin embargo, el de este domingo 1º de septiembre tenía el sello especial de las despedidas.
Cifras y triunfalismo: el último informe de López Obrador
Entre el triunfalismo y la nostalgia, Andrés Manuel López Obrador hizo un largo relato de su sexenio, pronunció decenas de cifras, enumeró obras concluidas y por concluir, hizo un repaso por los programas sociales y soltó, una tras otra, frases grandilocuentes y dichos que no resisten la más elemental verificación.
“Hemos cortado de tajo con la corrupción” o “este sistema de salud no es como en Dinamarca; es mejor que en Dinamarca”, son sólo dos ejemplos del contraste entre la arenga presidencial y la realidad cotidiana.
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Sin embargo, al presidente la plaza se le rendía con aplausos, porras, lágrimas y cientos de mantas, cartulinas y pancartas rotuladas con agradecimientos y reconocimientos.
Más de 20 mil sillas fueron colocadas por los organizadores del mitin en la Plaza de la Constitución, y todas estaban ocupadas por los feligreses del lopezobradorismo que llegaron desde muy temprano, en su mayoría transportados por organizaciones sociales y asociaciones gremiales.
Maestras y maestros del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) ocupaban una buena parte del sillerío frente al templete, entre el Palacio Nacional y la Catedral Metropolitana. Grupos que se identificaban con los nombres de algún diputado local o federal, alguna alcaldesa de la Ciudad o presidente municipal del Estado de México, escuchaban el largo discurso protegidos por sombrillas, sombreros y gorras estampadas con los nombres de Clara Brugada, Claudia Sheinbaum o algún otro ex candidato.
Mientras tanto, López Obrador soltaba infinidad de cifras: cien mil mexicanos que salen de la pobreza mensualmente, 2 mil 750 sucursales del Banco del Bienestar, 30 millones de hogares con al menos un programa social, 5 mil 758 comunidades beneficiadas con los tianguis del bienestar, 5 medallas en los Juegos Olímpicos de París 2024, 2 billones de pesos ahorrados combatiendo la corrupción y la impunidad, 22.3 millones de trabajadores afiliados al IMSS, 2 mil 300 kilómetros de vías férreas, 14 mil 47 bienes arqueológicos recuperados, 536 mil personas atendidas por la oficina de Atención Ciudadana de la Presidencia, mil 418 conferencias mañaneras…
El discurso del presidente se movió entre la alegoría a los héroes de la patria, el informe de un mandatario que no admite los claroscuros de su administración, y la arenga política en contra de sus detractores.
Del combate a la pobreza y los programas sociales, pasó a la salud; de ahí, a las obras y proyectos de gobierno; del combate a la corrupción, a la estratega de combate a la inseguridad y violencia y la defensa de las Fuerzas Armadas; de la cultura y la historia, a la reivindicación de los pueblos indígenas y las múltiples menciones a los próceres comunes del sexenio: Hidalgo, Morelos, Juárez, Flores Magón, Villa, Zapata, Madero, Lázaro Cárdenas…
Y, cuando habló de democracia, soltó un “carajo”, que hizo recordar aquel día de 2006 en el que dijo a sus adversarios: “al diablo con sus instituciones”.
“Democracia —lo hemos dicho varias veces— se compone de dos partes: demos es pueblo, kratos es poder, la democracia es el poder del pueblo. Lo que quieren los oligarcas es kratos sin demos, quieren poder sin pueblo. ¡Al carajo con eso!”, exclamó, provocando fervor entre los que lo escuchaban.
Lo mismo ocurrió cuando habló de su iniciativa de reforma al Poder Judicial, cuando criticó que ministras y ministros mantengan intactas sus prestaciones y lujos, y cuando defendió la elección popular de jueces.
Cuando el presidente hizo una consulta a mano alzada para ver quién prefería que a los ministros los sigan eligiendo otros Poderes, y quién que los elija el pueblo, la unanimidad de los puños en alto no dejó lugar a dudas, y se selló con una arenga que el presidente contempló con una amplia sonrisa.
“¡Fuera Piña, fuera Piña, fuera Piña!”, gritó una plaza por momentos enardecida contra la actual presidenta de la Suprema Corte.
¡Presidente, presidenta!
En medio del desfile de cifras, López Obrador preguntó varias veces si ya se habían cansado de escucharlo, a lo que los asistentes respondían automáticamente con un “nooooo”, largo, sonoro, monótono.
También de cuando en cuando, el presidente interrumpía la lectura de su informe para animarlos a corear el grito de “presidenta-presidenta-presidenta”, que Claudia Sheinbaum -enfundada en un vestido azul y sentada en primera fila- agradecía con una sonrisa, poniéndose de pie y levantando las manos hacia la muchedumbre que se extendía por toda la plaza.
Es Claudia uno de los motivos de triunfalismo del presidente. Su amplio triunfo electoral, según dijo él mismo, es un aval a lo realizado en el sexenio. Y un motivo de tranquilidad para él, para su legado, para su movimiento y para su anunciada jubilación.
“Nada me hace más feliz que haber logrado, con el apoyo de muchos de ustedes, de millones de mexicanos, reducir la pobreza y la desigualdad en el país. Me voy también tranquilo porque a quien entregaré la banda presidencial por mandato del pueblo es una mujer excepcional, experimentada, honesta y, sobre todo, de buenos sentimientos, de buen corazón; afín a los principios fundacionales de nuestro movimiento de transformación y auténtica defensora de la igualdad, de la libertad, de la justicia, de la democracia, de la soberanía: Claudia Sheinbaum Pardo”, dijo, provocando y animando el coro de “¡Presidenta! ¡Presidenta! ¡Presidenta!”.
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Cuando López Obrador hizo una última mención de los “oligarcas insensibles que nunca se preocuparon por el bienestar del pueblo”; cuando habló de su doctrina -a la que denominó “humanismo mexicano”-, pero sobre todo cuando llamó a los presentes a defender lo alcanzado, ya se presentía el final del mensaje, el último de los probablemente cientos que le han escuchado desde los años 90.
“Se hizo mucho entre todos y desde abajo”, dijo, “la felicidad es estar bien con uno mismo, con nuestra consciencia y con el prójimo”.
Sus últimas palabras fueron: “gracias, gracias de corazón y que viva el pueblo de México”.
Nostalgia y despedida: AMLO en el Zócalo de CDMX
Después de su discurso de dos horas y 14 minutos, López Obrador entonó el himno nacional frente a los miles que llenaron el primer cuadro, y ante la alegría de dos centenas de invitados que ocupaban la llamada zona VIP, en la que apenas caben ya los nuevos integrantes de la crema y nata morenista.
Legisladores salientes y entrantes, miembros del gabinete en funciones y por llegar, dirigentes del antes partidito hoy convertido en partidazo, familiares de los nuevos privilegiados, alcaldes, presidentas municipales, gobernadores y gobernadoras. Todas y todos ocupaban una silla en las primeras filas, codeándose con la próxima presidenta, Claudia Sheinbaum.
Al final de todo, el presidente entró a Palacio Nacional acompañado de su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller. Y, cuando salió de escena y se cerró la Puerta Mariana de Palacio Nacional, los invitados especiales rompieron filas; algunos por Pino Suárez y otros -como Claudia Sheinbaum- por la puerta que está del lado de la calle Moneda.
Quince minutos después, la próxima presidenta salió en una camioneta gris por la puerta trasera del Palacio, en la calle de la Soledad, donde también había gente, camarógrafos y reporteros tratando de tomarle fotos, saludarla, decirle algo y entregarle cosas.
Fueron minutos angustiosos para los guardias de seguridad, que batallaron para abrirle paso al vehículo de la presidenta electa y, detrás de él, a una veintena de camionetas en las que gobernadoras y gobernadores de la autollamada 4T abandonaban el recinto.
En sus últimos 30 días de gobierno, López Obrador regresará al Zócalo a encabezar la ceremonia del Grito de Independencia, la noche del 15 de septiembre, y a presenciar el desfile militar, un día después.
Pero en la próxima cita del lopezobradorismo en esta plaza -programada para el 1º de octubre, ya no será él, sino ella, quien encabece el mitin y dirija el mensaje.