Y la vergüenza cambió de bando: las sentencias del caso Pelicot

CIUDAD DE MÉXICO, diciembre 19 (EL UNIVERSAL).- A sus 72 años, Gisèle Pelicot se negó a ser una víctima silenciosa más; a sentir vergüenza por haber sido violada por un centenar de hombres, alentados por su propio marido. Alzó la voz, por ellas y por quienes no pueden. Y se convirtió en un símbolo para las mujeres víctimas de abuso, un ejemplo de coraje, y una heroína.

"Pienso en las víctimas no reconocidas, cuyas historias permanecen a menudo en la sombra. Quiero que sepan ustedes que compartimos el mismo combate", dijo este jueves la mujer de 72 años, después que la justicia condenara a sus violadores en un tribunal de Aviñón, en Francia.

La primera vez que hizo oír su voz, al iniciar el juicio, en septiembre pasado, Gisèle lo hizo fuerte y claro: "La vergüenza debe cambiar de bando".

A pesar de que al enterarse del infierno que vivió, apenas en 2020, pensó en acabar con su vida, esta mujer se reconstruyó pedazo a pedazo, se divorció, alzó la cabeza, y decidió que el juicio contra sus violadores -50 que lograron ser identificados, de más de un centenar, incluyendo su marido, Dominique-, no sería como cualquier otro. Tendría que servir para ejemplificar el modus operandi del patriarcado. Para decir basta y que la Justicia se actualice y tome medidas para evitar más casos como el suyo.

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La vida de Gisèle Pelicot estuvo marcada por una infancia feliz, un desempeño profesional exitoso en la eléctrica pública francesa EDF y un matrimonio unido, tras una breve separación, como ella misma expuso ante el tribunal.

Gisèle y Dominique se casaron en 1973, con 20 años, en una unión que los padres de él rechazaron, y tuvieron tres hijos: David, Caroline y Florian. Amante de las frutillas, de beber alguna copa de vino blanco de vez en vez, de la vida, así transcurrían los días de ella.

Tras unos años en la región de París, en 2013 la expareja se instaló en Mazan, un pueblo de apenas 6 mil habitantes al sureste de Francia, para disfrutar de la jubilación.

Allí fue donde él dio especialmente rienda suelta a sus múltiples delirios, que habían comenzado en 2011.

Hasta 2020 estuvo atentando contra la integridad física de su mujer, a la que puso en peligro de muerte por las altas dosis de ansiolíticos que le suministraba a escondidas, además de por las enfermedades de transmisión sexual que la expusieron a graves problemas de salud.

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Por el camino, Gisèle vivía con múltiples pérdidas de memoria, que su entorno percibía con preocupación, especialmente sus hijos, que pensaban que padecía Alzheimer o una enfermedad similar, al constatar también una reducción de peso importante en pocos años.

Ella temía por su vida y estaba angustiada por la posibilidad de no ver crecer a sus nietos, como relató al tribunal, pero a pesar de consultar a varios médicos, estos nunca percibieron la magnitud del problema.

Sin embargo, en 2020, la policía detuvo a Dominique tras encontrarlo grabando bajo las faldas de mujeres en un supermercado.

Al revisar el teléfono de este hombre, la policía descubrió cientos de videos donde se ve a Gisèle inerte, inconsciente, mientras más de un centenar de hombres abusan de ella, en su propia casa. Entre ellos, su esposo Dominique.

Cuando Gisèle reunió la valentía suficiente para ver algunas de las grabaciones, su mundo se desmoronó por completo. Se convirtió en lo que ella misma describió como "un campo en ruinas".

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Pero en vez de terminar con todo, decidió alzar la voz. Decidió que no era ella quien debía sentir vergüenza, sino sus violadores. Decidió decir basta. Así, con la cara en alto, llegó al juicio contra Dominique y el medio centenar de abusadores que lograron ser identificados.

Pese a su fragilidad, Pelicot decidió resistir. Por ella, por sus hijos, por sus nietos y por las generaciones futuras, igual que a todas las víctimas de violencia sexual, como expusieron sus abogados, Antoine Camus y Stéphane Babonneau.

"Tengo nietos que se apellidan Pelicot y no quiero que sientan vergüenza por su apellido, sino orgullo de su abuela", defendió al ser cuestionada por la abogada de un acusado, que le preguntó por qué decidió mantener el apellido de casada.

"Nos acordaremos de la señora Pelicot, mucho menos del señor Pelicot. Ya no habrá vergüenza de apellidarse así", añadió con firmeza.

Gisèle se ganó la admiración de hombres y mujeres, que la ovacionaban a su llegada a las audiencias, en lo que se convirtió en el "juicio del siglo" en Francia.

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Los intentos de los abogados defensores de los acusados por mostrarla como una mujer adepta al intercambio de parejas, de "moral ligera", o de alcohólica y sin pudor se vinieron abajo cuando se mostraron algunas de las grabaciones donde se ve a una mujer inerte, una "muñeca de trapo", como ella misma describió, sin reacción alguna, inconsciente, mientras es abusada una y otra vez.

Fueron cerca de 20 mil fotos y videos los que la policía encontró y que se convirtieron en evidencia fehaciente del infierno que vivió ella.

"Para mí, este ha sido el juicio a la cobardía. Ya es tiempo de que cambie de una vez por todas la sociedad machista y patriarcal, que banaliza la violación", dijo.

Este jueves, tras emitirse las sentencias, que para muchos resultaron decepcionantes en cuanto a que algunos de los condenados no tendrán que pisar prisión, Pelicot dijo sentirse tranquila, por ella y por todas aquellas que no pudieron alzar la voz. La multitud coreó un mensaje unánime. "¡Gracias, Gisèle!".