“Vemos un destello de esperanza”: las expectativas y temores de los cristianos sirios en el feudo de los rebeldes que derrocaron a Al-Assad

El padre Khoukaz, sin hábito, en el convento franciscano del poblado de Qunaya, en la provincia de Idilb
El padre Khoukaz, sin hábito, en el convento franciscano del poblado de Qunaya, en la provincia de Idilb - Créditos: @Elisabetta Piqué

QUNAYA, Idlib.– Las cruces han sido removidas, una imagen de la Virgen ha sido tapada y una de las paredes de piedras del bellísimo convento que se remonta a 1870 ha sido ensuciada con un grafiti en árabe que dice “Alá y el islam son la verdadera religión”.

“Es inútil removerlo porque volverán a hacerlo… Aún padecemos provocaciones de parte de elementos radicales que viven acá en Qunaya… Pero después del infierno que hemos vivido en esta zona en los últimos años de persecución jihadista, el grafiti es lo de menos… Desde hace dos años el gobierno de Hayat Tharir al-Sham (HTS) por suerte ha abierto un diálogo con nosotros, la relación es buena y poco a poco la situación ha cambiado. Y los cristianos vemos un destello de esperanza”, dice el padre Khoukaz.

Franciscano de 37 años, Khoukaz Mesrob, oriundo de este poblado que queda a 5 kilómetros de Turquía y a 45 de la ciudad de Idlib, no usa hábito marrón, sino viste un buzo verde con capucha y pantalón. Junto al padre Loaui, párroco del poblado de Yocoubiyeh, es el único religioso que se ha quedado en la provincia de Idlib, el cuartel general de HTS del noroeste de Siria. Un lugar ahora bajo los reflectores porque el nuevo “conquistador” de Damasco, Mohammed al-Golani, líder del grupo islamista HTS, impuso aquí su laboratorio político para la nueva Siria.

En la provincia de Idlib, un territorio de 6000 kilómetros cuadrados de tierra roja y olivares –un tamaño equivalente a poco más de un cuarto de la provincia de Tucumán–, antes de 2011 vivían 3000 cristianos en seis poblados. Ahora solo quedan 400 y tres poblados han sido arrasados, cuenta Khoukaz.

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A partir de 2011, cuando comenzó esa “primavera siria” reprimida brutalmente por Bashar al-Assad, que degeneró en una devastadora guerra civil que duró más de 13 años, la provincia se convirtió primero en el bastión de la oposición rebelde islamista.

El padre Khoukaz, sin hábito, en el convento franciscano del poblado de Qunaya, en la provincia de Idilb
El padre Khoukaz, sin hábito, en el convento franciscano del poblado de Qunaya, en la provincia de Idilb - Créditos: @Elisabetta Piqué

Luego fue ocupada por diversas fuerzas jihadistas, como Estado Islámico, Al-Qaeda y el Frente al-Nusrah. Los jihadistas impusieron la sharia –la ley islámica–, persiguieron a los “infieles” destruyendo y quemando iglesias, secuestraron gente e incluso violaron y mataron a al menos siete personas de la minoría cristiana. Pero, casi milagrosamente, las cosas comenzaron a cambiar a partir de 2017, cuando HTS tomó el poder y logró restablecer orden a través de su gobierno de salvación nacional. “Todos los cristianos al principio se fueron al llegar acá Estado Islámico y Al-Qaeda. Ya no había universidades ni escuelas, así que los jóvenes huyeron, comenzaron a llegar islamistas de afuera, de los países del Golfo, de Chechenia, Túnez, Marruecos, Turquía, etc., y comenzó a regir la sharia y a haber una persecución social, por la que raptaban, extorsionaban y secuestraban a los cristianos para obtener dinero, y una persecución religiosa, con quema y destrucción de iglesias, algunas convertidas en mezquitas”, relata Khoukaz.

En ese período de guerra y terror, la provincia de Idlib se encontraba herméticamente cerrada. “Nadie podía salir y nosotros los cristianos para ir a Alepo, que queda a 65 kilómetros, una hora y media de viaje, tardábamos tres días para hacer un viaje peligrosísimo y además teníamos que pagar 600 dólares”, denuncia. En 2015 incluso arrestaron a su antecesor en el fascinante convento de Qunaya, el padre Hanna Jallouf, que hoy es el obispo católico de Alepo, que se negó a convertirse. Y que, después de ese mal momento, llegó a conocer personalmente a Al-Golani –el líder de HTS, que hoy usa su verdadero nombre, Ahmed al-Shara–, que, con su nueva postura amable y moderada, hizo nacer una nueva era en la relación con la minoría cristiana. “Después de escuchar todos nuestros problemas, los secuestros, la destrucción de las iglesias, la confiscación de terrenos y propiedades, Al-Golani se excusó por todo lo que había pasado y, con gran pragmatismo, dos días después, puso en marcha una estrategia por la que comenzó a devolver nuestros bienes, prometiendo, además, garantías… Fue así que 40 familias cristianas volvieron y recuperaron sus casas y campos. Al-Golani prometió: ‘Con mis ojos los cuidaré’, según suele contar el padre Hanna”, destaca.

Limitaciones

Fue así como a partir de 2020 hubo un cambio enorme. “Aunque la libertad religiosa sigue siendo limitada porque la sociedad es muy islamista, muy radical, no puedo salir con el hábito ni tocar las campanas, ni podemos exhibir cruces, y las misas las celebro a puertas cerradas, la sharia se aplica en forma limitada y ahora esperamos que, lentamente, las cosas vayan mejorando”, auspicia el religioso.

Tras la caída del régimen, el padre Khoukaz, tocó las campanas del convento franciscano del poblado de Qunaya
Tras la caída del régimen, el padre Khoukaz, tocó las campanas del convento franciscano del poblado de Qunaya - Créditos: @Elisabetta Piqué

¿Cómo celebró la inesperada caída del régimen de Al-Assad, el 8 de este mes? “Era domingo, el día de la Inmaculada, así que creemos que la intercesión de la Virgen también ayudó a la liberación, así que subí al campanario a tocar las campanas con mis propias manos porque la cuerda estaba rota después de 12 años de que nadie tocaba”, cuenta. “Subí y empecé a tocar con esa enorme alegría de la libertad recuperada en Siria, donde la gente y sobre todos los pobres, quienes más sufrieron esta guerra de más de 13 años, ya estaban cansados de un dictador que hambreó a su pueblo y que aisló al país. Después bajé y vino el jeque a decirme que no podía tocar el campanario y yo le dije que sí podía porque era un momento de alegría. Él me dijo que en el momento de alegría podía decir ‘Allah Abkar’ [Dios es grande] y le dije que no, que ya no vamos a quedarnos en silencio”, evoca.

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Al escuchar el campanario por primera vez en 12 años, los 160 cristianos de este pueblo por el que dicen que pasó el apóstol Pablo hace más de 2000 años, empezaron a llorar. “Mi mamá vino a la plaza, se arrodilló y, en lágrimas, empezó a agradecerle al Señor solo por el repicar de las campanas”, agrega el franciscano, emocionado.

Optimista por lo que vendrá, Khoukaz asegura que en la inminente Navidad va a volver a tocar las campanas “de nuevo y para siempre, ya no le tenemos miedo a nadie”.