Sesenta y seis años de espanto: Lo que nunca olvidaremos del 1 de enero de 1959
Recuerdo como si fuera hoy, el primero de enero de 1959 y días subsiguientes.
Yo acababa de cumplir 16 años y se apreciaba una histeria colectiva, como bien la describiera el periodista e historiador Enrique Encinosa, en el documental “Al Filo del Machete”, producido por Pedro Suarez y Luis Diaz y el escritor Jose Antonio Albertini en su más reciente publicación “Memoria Constante: Relatos verídicos”.
El fin de año 1958, estaba programado en el cine más moderno de Santa Clara, El Cloris, el estreno de la película “El Puente Sobre el Río Kwai”.
No creo que hubiera espectadores en esos días. Varios grupos rebeldes de Fidel Castro atacaron la ciudad, llevando la guerra a las calles, aunque sí recuerdo que, pocos meses después, el cine y el edificio que lo albergaba, el Gran Hotel, la construcción más alta del interior del país, fueron confiscados por la revolución.
El antiguo propietario, Orfelio Ramos, era un emprendedor, como le gusta decir al dictador Miguel Díaz-Canel, que había hecho su fortuna alquilando bicicletas y conduciendo ómnibus locales con tanto espíritu y talento, que llego a ser dueño de los autobuses que prestaban servicio urbano en la ciudad de Santa Clara.
La histeria había apresado tanto, a hombres como a mujeres. A mi conocimiento, la mayoría de la población participaba en aquel carnaval que mezclaba esperanza para algunos y miedos para otros. A la postre, el férreo control social establecido por Fidel y Raúl Castro, aterrorizo a la población en un marco de ineficiencia colosal que ha conducido al país a una miseria espiritual y material sin precedentes.
La esperanza de un mundo mejor se frustró, solo quedó el miedo. Estos sentimientos tan contrarios fueron consecuencias del fanatismo de unos cuantos que, por destacarse en el torbellino revolucionario, protagonizaban un sectarismo del que era difícil librarse, aunque se poseyeran credenciales revolucionarias, como le sucedió al dirigente insurreccional Pedro Barata, prisionero político por muchos años, cuando dio fe ante unos energúmenos de que el sujeto que acusaban era inocente.
Recuerdo una consigna castrista que decía más o menos así: “No importa lo que hiciste, sino lo que estás haciendo” un mensaje claro a los nuevos y futuros cómplices de la destrucción de la República que perdimos.
La crispación de la sociedad se acentuaba cada día porque las detenciones arbitrarias y el estruendo del paredón nos amedrentaban y ensordecían.
Los arrestos por meras sospechas o acusaciones infundadas de colaboracionismo con el régimen derrocado fueron factores que incentivaron a los oportunistas o a los más temerosos a convertirse en acusadores ante tribunales revolucionarios que no buscaban justicia, sino una cruel venganza, encubierta en un espurio proceso judicial.
La revolución como fuente de derecho, pronunciamiento de la Corte Suprema de Justicia de la República, como expusiera el doctor Ramón Barquín en un reciente artículo, le daba el tiro de gracias a la civilidad, incluyendo la conversión de los medios de información, hasta los privados, en instrumento de una propaganda atronadora que confundía hasta lo indescriptible a la ciudadanía que, paulatinamente, pero de forma constante, se estaba transformando en masa al servicio de los Castro y criminal comparsa.
Por otra parte, la confiscación masiva de bienes, sin proceso judicial, despojó a muchas personas de patrimonios familiares bien habidos. Apresuradamente se creó un ministerio de Recuperación de Bienes Malversados, designando administradores incompetentes que destruyeron las propiedades, una especie de antecedentes de los nuevos ricos del presente, hijos de los moncadistas que en la actualidad disfrutan del poder y las riquezas de las que se apropiaron sus padres y abuelos.
Los días y las noches se sucedieron hasta acumular 66 años. Muchos han sido los cómplices del totalitarismo castrista; al régimen no le han faltado verdugos que, aunque no hayan disparado un fusil contra un semejante, son cómplices de las numerosas muertes y padecimientos sufridos por la población.
No obstante, para satisfacción de los hombres y mujeres con decoro, no han faltado compatriotas dispuestos a enfrentar el oprobio del castrismo con las dolorosas secuelas de exilio, cárcel y paredón, sin olvidar el exilio interno en el que viven muchos compatriotas que, por diversos motivos, permanecen en la Isla.
Estoy seguro de que Cuba y los cubanos serán libres, pero hay que procurar justicia por esta vasta desolación de 66 años de espanto.
Pedro Corzo @PedroCorzo43