La realidad averiada de la Liga Premier

Una sola cosa ha quedado totalmente clara para el fútbol inglés después de una semana llena de acrónimos discordantes, una densa jerga legal y giros furiosos y desesperados: la batalla legal en curso del Manchester City contra la Liga Premier no va a concluir con la victoria de ninguna de las partes. Al final de todo esto, todos los involucrados van a perder.

Recapitulemos: el lunes, un tribunal independiente emitió su veredicto sobre el intento del City de cuestionar la legitimidad de las normas sobre Transacciones entre Partes Asociadas de la Liga Premier. Son acuerdos de patrocinio que firman los clubes con otras empresas vinculadas a sus propietarios.

El veredicto bien podría considerarse una situación de “elige tu propia aventura”. El City alegó que los jueces habían decidido que las normas eran ilegales y, por lo tanto, celebró lo que consideró una victoria decisiva. La Liga Premier alegó que, aunque el panel había identificado un par de discrepancias menores en el procedimiento, el sistema se había mantenido en buena medida.

El Manchester City se enfureció tanto con esa lectura de la decisión que sus abogados —quienes, a estas alturas, es probable que necesiten unos días de descanso— les enviaron de inmediato una carta a los otros diecinueve clubes de la liga, en la que desestimaron la conclusión de la liga, afirmaron que las normas de patrocinio habían sido anuladas y les sugirieron a sus rivales que ahora les dirigieran toda comunicación posterior.

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La reacción fue, bien… la esperada. Ahora los ejecutivos se preguntan abiertamente si el enfoque democrático que ha ayudado a impulsar al crecimiento de la liga es sostenible. Hay rumores oscuros de que los rivales del City han lanzado advertencias de que presentarán nuevas acciones legales antes de que concluya el caso del club contra la liga, el cual no está relacionado y es más significativo.

Vale la pena detenerse en este punto para subrayar con exactitud qué nos ha traído hasta aquí. Hasta cierto grado, esto se ha perdido durante la última semana, sepultado bajo las barrocas complejidades legales, el lenguaje intencionadamente confuso y el ensordecedor estruendo de las demandas y contrademandas.

En la superficie, parece que al Manchester City le gustaría que la Liga Premier no tuviera ninguna norma que regule si los equipos pueden firmar acuerdos exorbitantes con otras entidades controladas por sus propietarios o relacionadas con ellos. Si alguna otra empresa quiere pagar más de la cuenta por un patrocinio en las mangas del uniforme o por ser una granja avícola asociada oficial, no tendría que haber problema.

En buena parte de la cobertura del caso, este argumento se ha tratado como si no fuera —en algún nivel fundamental— completamente absurdo. ¿Por qué otra empresa querría pagar un precio enormemente inflado por un acuerdo de patrocinio? ¿Qué ganan con llegar a un acuerdo que no esté, por utilizar el término correcto, vagamente relacionado con el “valor justo de mercado”?

¿Qué razón podría haber para que alguien acepte un acuerdo de este tipo, aparte de que un dueño intente canalizar dinero en un club por la puerta de atrás, con lo cual invalide de inmediato todas y cada una de las normas financieras que la Liga Premier quisiera tener?

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Por supuesto que la respuesta a esto es que las normas existen para proteger lo que algunos aficionados del City han ridiculizado como un “cártel” de clubes de élite empeñados en mantener el poder a expensas de la competencia. En realidad, nadie se molesta en preguntar cuál sería el precedente alternativo, pero para que quede claro: la respuesta no es una gran fiesta de liberación, ahora que el régimen opresor del… Tottenham Hotspur ha sido abolido.

No, en el mejor de los casos es un duopolio, en el que el Manchester City y el Newcastle United tienen a su disposición tanto más dinero que los demás que sus rivales deben elegir entre arriesgarse a la bancarrota o la irrelevancia.

Por supuesto que es posible que el Manchester City se haya enfrentado a la Liga Premier en el tema de los patrocinios de partes relacionadas porque el club de verdad cree que esas normas son injustas. (En realidad, nadie ha explicado cómo). Sin duda es factible que lo haya hecho porque sabe que le conviene abolirlas.

Sin embargo, pensándolo bien, es mucho más probable que decidiera escoger este combate tanto como un camino como una advertencia. Al leer el veredicto, es bastante difícil entender por qué el City tuvo tanta prisa para proclamar una victoria unánime. Sin duda, el club ha asestado varios golpes importantes, pero los jueces desestimaron sumariamente muchas de sus impugnaciones.

No obstante, el panorama general es más importante que los detalles. El City logró abrir agujeros, por pequeños que parezcan, en algunas de las normas de la Liga Premier. Eso importa, porque lo más probable es que el caso que decidirá su futuro —el que examina las 115 acusaciones de incumplimiento de las normas financieras, acusaciones que el club niega tajantemente— lo determinen menos lo correcto o incorrecto, los hechos o la ficción, y más las deficiencias de procedimiento y tecnicismos legales.

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Ahora, los abogados del City tienen una prueba de concepto. Saben que las normas de la Liga Premier no son indisputables. El club también puede estar seguro de que la percepción de la realidad es tan importante como la realidad misma. El resultado real de un caso legal importa significativamente menos que quién tiene éxito en afirmar que lo ha ganado.

En ese sentido, el fuego y la furia de los últimos cinco días no son una distracción, sino más bien el punto: un indicio de lo que ocurrirá si el veredicto que se dicte en el caso más significativo no es exactamente del agrado del City. Es una muestra de lo que está por venir, si es necesario: narrativas opuestas en los medios de comunicación, un motín abierto tras bambalinas y la amenaza persistente de que el City no tiene ningún problema en derribar todo el edificio si es necesario.

Esta es, pues, la realidad a la que se enfrenta la Liga Premier, en la que el mejor de los casos involucra imponer un castigo draconiano al equipo que se ha convertido en su abanderado y, luego (salvo en las circunstancias más extremas), encontrar la manera de reincorporar a ese mismo club mientras se encuentra en un estado de revuelta abierta.

De alguna manera, la alternativa es todavía menos atractiva, un mundo en el que el Manchester City sea libre de inyectar todo el dinero que quiera en su equipo, pero que gran parte de su protagonismo siga dependiendo de una liga que ha dejado de funcionar, en la que la idea de la buena fe es un recuerdo distante y en la que el riesgo de las acciones legales de uno u otro club acecha, amenazante, en el horizonte.

Esas son las dos opciones. En los próximos meses una de ellas prevalecerá. Aquí no hay ganadores.

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Consiguió sus alas

La reacción al anuncio del nuevo trabajo de Jürgen Klopp —director mundial de fútbol de los equipos de Red Bull— fue totalmente previsible y probablemente un poco exagerada. En Alemania, en particular, su decisión fue tratada como una traición: el hombre del pueblo que vende su alma por un dólar corporativo.

Por supuesto que esto llega un poco tarde —Klopp no trabajó precisamente para socialistas de buen corazón en sus ocho años como entrenador del Liverpool— y es un poco injusto. En su país natal, Klopp puede estar asociado de forma indeleble con el Borussia Dortmund, pero eso no significa que tenga ninguna obligación de compartir las costumbres de un sector específico pero voluble de los aficionados del club.

Sin embargo, al mismo tiempo, en realidad solo puede culparse a sí mismo. Además de no ser siempre infaliblemente educado con los árbitros, Klopp siempre ha tenido cierta tendencia a dar a sus detractores suficientes tiros que más tarde le pueden salir por la culata.

Por ejemplo, en 2016, afirmó que no tenía ningún deseo de gastar grandes cantidades de dinero en jugadores individuales. Dos años más tarde, había gastado la mayor parte de 200 millones de dólares en Virgil van Dijk y Alisson Becker. Y, lo más relevante, alguna vez se describió a sí mismo como un “tradicionalista” del fútbol, alguien que no simpatizaba por naturaleza con los objetivos del proyecto extenso e inherentemente comercial de Red Bull.

Klopp no es la primera persona en el fútbol que encuentra sus principios más maleables de lo previsto, y no será la última. Sin embargo, no es difícil entender por qué quienes atesoran cualquier aliado que puedan encontrar en la lucha cada vez más desesperada por evitar que el deporte se coma a sí mismo podrían haber encontrado este trago especialmente amargo.

c.2024 The New York Times Company