Putin asegura estar cerca de la victoria y muchos rusos le creen
MOSCÚ— La palabra “victoria” está por todas partes en Moscú estos días.
Se proyecta desde gigantescas pantallas led a lo largo de las principales intersecciones y carreteras y se escribe en banderas rojas que ondean al viento. Es prominente en una muestra de armas occidentales destruidas en los campos de batalla ucranianos y llevadas de regreso a Moscú como trofeos de guerra que se muestran en... ¿dónde más? el parque de la Victoria.
La victoria es precisamente el mensaje que el presidente Vladimir Putin, de 71 años, ha intentado proyectar mientras ha sido agasajado con bombos y platillos después de otro éxito electoral, mientras sus fuerzas militares arrasan las aldeas ucranianas en una nueva y sorprendente ofensiva en el noreste.
“¡Juntos saldremos victoriosos!” afirmó Putin en su toma de posesión la semana pasada tras asegurar un quinto mandato como presidente. Dos días después, el país celebró el Día de la Victoria, la festividad pública más importante de Rusia, que conmemora la contribución soviética a la derrota de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial.
Durante el primer año de la invasión, muchos rusos se sintieron conmocionados y avergonzados por la guerra; cientos de miles abandonaron el país. Durante el segundo año, les preocupaba una posible segunda ola de movilización.
Pero con la guerra ya en su tercer año, muchos rusos parecen haber aprendido a aceptarla, según muestran las entrevistas de la última semana y las encuestas recientes. Y la “victoria” es fácil de vender en la Rusia de Putin.
Las sanciones occidentales no han causado grandes dificultades económicas. Las noticias militares procedentes de Ucrania son cada vez más positivas. Sí, hay soldados que todavía regresan en ataúdes, pero más que nada a familias en el interior, no entre la élite de Moscú. Y para muchos, las muertes sólo refuerzan la idea, promovida por los medios de comunicación estatales y recalcada de manera implacable por Putin, de que Rusia enfrenta una amenaza existencial por parte de Occidente.
“Podemos sentir que la victoria está cerca”, dijo Andrei, de 43 años, quien contó que viajó a Moscú para las celebraciones del 9 de mayo desde la región de Chitá, a más de 4800 kilómetros de la capital.
Al igual que otros entrevistados para este artículo, Andrei se negó a proporcionar su apellido, lo que indica una aparente desconfianza hacia los medios de comunicación occidentales.
Fue uno de los que desafió al frío e incluso la nieve para visitar la colección de equipo militar occidental capturado recientemente. (Ucrania también exhibe tanques rusos destruidos en el centro de Kiev, la capital ucraniana). Pero la atrevida exhibición en Moscú, con banderas en los equipos que muestran qué países los donaron a Ucrania, encaja con la narrativa de Rusia de que está luchando contra todo el mundo desarrollado, y ganando.
“Cuando ves todo esto y todas estas banderas, queda claro que el mundo entero está suministrando armas y sabes que está en marcha una guerra mundial”, aseguró Andrei. “Es Rusia contra el mundo entero, como siempre”.
Ivan, otro visitante del parque de la Victoria, esperó su turno para posar frente al casco oxidado y carbonizado del tanque alemán Leopard, mostrando una sonrisa y levantando el pulgar mientras su amigo le tomaba una foto. La gente se empujaba para obtener un lugar junto a un tanque M1 Abrams de fabricación estadounidense igualmente destruido.
“Se ha hablado mucho de estos Abrams, de estos Leopard, y ¿cuál es el resultado?” afirmó Ivan, de 26 años.
“Están todos exhibidos aquí, los estamos observando, vemos en qué condiciones se encuentran. ¡Esto es genial!”, dijo Ivan, con una sonrisa.
La bravuconería exhibida por rusos como Andrei e Ivan este mes refleja la postura de seguridad en sí mismo de Putin mientras conduce a Rusia lejos de los problemas económicos y hacia una mayor ventaja en el campo de batalla en Ucrania.
Su toma de posesión incluyó un servicio religioso en el que fue bendecido por el líder de la Iglesia ortodoxa rusa, el patriarca Cirilo, quien expresó su esperanza de que el presidente permanezca en el poder hasta “finales de siglo”.
Según The Levada Center, una encuestadora independiente, alrededor del 75 por ciento de los rusos profesa apoyo a las acciones de sus fuerzas militares en Ucrania. (Aproximadamente una cuarta parte de la población está en contra de la guerra, según muestran la encuesta y otras investigaciones, pero las protestas están prohibidas y la represión es tan intensa que muchas personas tienen miedo de reconocer o incluso compartir en línea contenido contra la guerra o contra el gobierno).
Miles de personas que huyeron de Rusia han regresado. Sus vidas se han adaptado a la nueva normalidad y, de hecho, han cambiado menos de lo que la gente en Occidente podría esperar.
“¿Este es qué, el decimotercer paquete de sanciones que han impuesto?” Dijo Ivan, riendo. “Hasta ahora no hemos sentido nada”.
Por las aceras de Moscú se pueden ver los robots construidos por Yandex, la versión rusa de Google, haciendo entregas. La inflación está bajo control, al menos por ahora. Según un informe del mes pasado de Forbes, el número de multimillonarios en Moscú —medido en dólares estadounidenses— aumentó tanto que la ciudad subió cuatro puestos en la clasificación mundial, solo por debajo de la ciudad de Nueva York.
“La mayoría de las marcas que supuestamente abandonaron Rusia no se han ido a ninguna parte”, dijo Andrei, quien agregó que él y su hija planeaban almorzar en un KFC rebautizado con un nuevo nombre. Lo que ha cambiado, dijo, es que “la consolidación de la sociedad se ha establecido” sobre los fundamentos de la guerra, así como sobre los valores sociales conservadores que Putin está promoviendo.
Putin y otros pregonaron esa aparente cohesión cuando se anunciaron los resultados oficiales de su victoria electoral predeterminada en marzo, cuando obtuvo un histórico 88 por ciento de los votos, una cifra que las democracias occidentales denunciaron como una farsa.
Los rusos que se oponen al gobierno afirman que cada vez más temen tener que esperar a la muerte de Putin para que algo cambie.
“Tengo una sensación muy fuerte de desesperanza”, dijo Yulia, de 48 años, una maestra que visitaba la tumba de Alexéi Navalny, el político de la oposición, en el sureste de Moscú. Navalny, que murió en prisión en una colonia penal del Ártico en febrero, había sido considerado durante mucho tiempo el único posible rival de Putin. Yulia se negó a utilizar su apellido por temor a posibles repercusiones.
“No le veo una salida a esto”, dijo.
Pavel, el hijo de Yulia, dijo: “Estamos seguros de que todo depende de la muerte de una persona en un lugar determinado”. Su madre lo hizo callar, tras percatarse de la cercanía de oficiales uniformados de la Guardia Nacional Rusa: incluso después de muerto, Navalny seguía siendo vigilado de cerca por el gobierno. Aun así, hubo un flujo constante de visitantes a la tumba.
c.2024 The New York Times Company