A los papás palestinos

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The monster’s gone

He’s on the run and your daddy’s here.

John Lennon

 

En la dolorosa búsqueda de acomodar nuestra indignación frente al horror del genocidio de Israel contra el pueblo Palestino, ha habido una bien intencionada reiteración de la violencia y brutalidad desde el recuento de su masacre contra niñas, niños y mujeres. Por obvias razones, estos segmentos poblacionales han sido considerados las indudables víctimas civiles en cualquier guerra. El número es estremecedor, aplastante: 70 % de las casi 50,000 personas masacradas pertenecen a este grupo, con cifras extraoficiales que superan por mucho este número. En medio de todo este dolor hoy quiero escribir de ese otro 30 %, los hombres palestinos. No tengo ningún afán de catalogar una muerte por encima de otra, menospreciar o pretender reenfocar la atención. Simplemente, me mueve honrar a esos hombres, que la narrativa dominante pretende pintar como la cuenta válida del genocidio.

Ilustración de dos palomas de la paz, de Mariana Rodríguez.
Ilustración: Mariana Rodríguez.

Veo las imágenes de Gaza, y veo en esos hombres a muchos papás y mi empatía se desborda. Los veo coordinados intentando remover escombros tan rápido como les dan sus fuerzas, los veo cargando niñxs y cuerpos de niñxs, los veo cuidando, acompañando, dando caricias y besos a sus hijxs en camillas, los veo llorando sin consuelo posible; veo muchos papás que podrían ser yo, o cualquiera de nosotros. Quiero honrar lo poco que sé de ellos. Quiero nombrarlos como parte, junto con las infancias y las mujeres palestinas, de una valiente resistencia a la violencia ebria. Frente al odio sionista, el amor y el cuidado como resistencia.

Ilustración de la bandera palestina, de Mariana Rodríguez.
Ilustración: Mariana Rodríguez.

Pienso mucho en esos padres palestinos, vienen a mi mente cuando cuido y juego con mis hijxs. Mi hijo de tres años ha tomado la costumbre de olfatear todo; a mí, el jabón de manos, la tortilla que se está por comer, el suéter de su hermana; pienso en qué rasgo raro o particular extraña ese papá que vi en la mañana meciendo el cuerpo de su hijo, ¿qué ocurrencia extrañará de él? ¿A su hijo, también le gustaba olfatear cosas? Cargo a mi hija que se quedó dormida en el carro, la llevó a su cama y su pose vencida con los brazos colgados me arrebatan de mi calma y me evocan esa imagen que he visto demasiadas veces en los últimos 15 meses. Un padre cargando a su hija en medio de escombros, pero mi niña me levantará mañana a pedirme desayuno. Me imagino mi vida rota con ese dolor para el que no existe nombre, el de la muerte de un hijo, no hay una palabra para definir lo que no puede contenerse, ser papá o mamá de quien ya no vive, de quien ya no juega, de quien debía sobrevivir.

Ilustración de la sandía que representa a Palestina, de Mariana Rodríguez.
Ilustración: Mariana Rodríguez.

No hay un porcentaje que se pueda dejar fuera de la cuenta del horror israelí. No hay daño colateral irrelevante. Me duelo por cada niña, niño, mujer y hombre que los asesinos genocidas del infame ejército israelí le arrebatan a la vida. El dolor es enorme y la cobardía israelí infinita. Abrazo a quienes cuidan en medio del fuego, a quienes encarnan el último refugio de seguridad para una niña o un niño, a quienes aún sostienen la imposible tarea de mantener a los monstruos a raya.

Ilustración de dos palomas de la Paz en homenaje a Palestina, de Mariana Rodríguez.
Ilustración: Mariana Rodríguez.

* Pablo Montaño (@PabloMontanoB) es guionista y productor de El Tema, coordinador de Conexiones Climáticas (@CClimaticas).