El país latinoamericano que, en medio de una feroz persecución religiosa, prohibió el festejo público de la Navidad
“Padre, vengo a hacerle una visita de cortesía”, le dijo un comisario de la Policía Nacional al párroco de la diócesis de Matagalpa, en el centro de Nicaragua. Durante la “visita de cortesía”, el jefe policial le “recordó” que por el momento no estaba autorizada ninguna actividad celebratoria de la Navidad fuera del ámbito del templo. El recordatorio tuvo su colofón: “No es necesario que esté publicando esto en el sitio parroquial”. A buen entendedor...
Nicaragua es hoy el país latinoamericano con la mayor represión desembozada de la Iglesia Católica. Ni siquiera Cuba, un país que abrazó el marxismo hace más de seis décadas, lo hace de manera tan manifiesta.
La Oficina de la ONU para los Derechos Humanos denunció en un informe presentado en septiembre pasado que el sandinismo ha lanzado un “ataque sistemático contra las organizaciones religiosas” con expulsiones del país de 42 sacerdotes y seminaristas solo en el último año.
“La persecución resultó en el cierre de al menos 1103 entidades religiosas desde 2018″, indicó el director de operaciones y cooperación técnica de la oficina, Christian Salazar.
En Nicaragua se conceden con cuentagotas los permisos para procesiones o actos religiosos fuera de los templos y, en general, solo para casos de prelados con conocida afinidad con el gobierno de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo.
Se han clausurado decenas de sitios y medios de comunicación católicos solo por informar sobre las limitaciones a las expresiones públicas de fe. Es el único país en el que fue cerrada la frecuencia de Radio María, una cadena radial global. La persecución contra los cristianos incluyó el secuestro, encarcelamiento, destierro e incluso pérdida de la nacionalidad, de obispos, sacerdotes, religiosas y laicos. Las milicias paramilitares se dedicaron también al incendio, profanación, robos y saqueos de un sinnúmero de templos, además de confiscar los bienes de varias entidades religiosas catalogadas como “bajo control extranjero”.
La persecución no alcanza únicamente al ámbito clerical. “En Nicaragua no se pueden realizar ni siquiera responsos ni ninguna actividad religiosa en los cementerios cuando se entierra un familiar. Y ahora en la Navidad están prohibidas las ‘pastorelas’ por las calles y los pesebres vivientes. Tampoco a los niños se les permite ‘Pedir posada’, una tradicional actividad en la que los pequeños recorren el barrio cantando villancicos y ‘pidiendo posada’ para el niño Jesús”, contó a LA NACION la doctora Martha Molina Montenegro, exiliada en Texas, Estados Unidos, donde acaba de publicar la semana pasada la sexta entrega de su informe “Nicaragua, una iglesia perseguida”.
El sandinismo y la Teología de la Liberación
En sus comienzos en 1979, cuando la revolución derrocó a Anastasio Somoza, el sandinismo contó con gran apoyo de algunos miembros de la Iglesia Católica, especialmente seguidores de la Teología de la Liberación. Incluso el sacerdote Ernesto Cardenal fue ministro de Cultura entre 1979 y 1987 durante el primer gobierno sandinista, lo que le valió en 1983 un reto del entonces papa Juan Pablo II. Pero el propio Cardenal -fallecido en 2020- abjuró luego de la Revolución y especialmente del actual gobierno, y pidió disculpas al Vaticano. “En Nicaragua no hay libertad de ninguna clase. Cualquiera puede sufrir la represión. Queremos simplemente que la pareja presidencial se vaya”, dijo un año antes de morir.
Las tensiones de Ortega con la Iglesia aumentaron especialmente tras las protestas antigubernamentales de 2018 que dejaron más de 500 muertos y un millar de detenidos y que, según el presidente, formaron parte de un complot respaldado por Estados Unidos para derrocarlo. Para el líder sandinista, obispos y sacerdotes se convirtieron a partir de entonces en “asesinos” y “golpistas” que trabajan en nombre del “imperialismo estadounidense”.
Cuando el sacerdote nicaragüense Marcos Somarriba, de 63 años, salió exiliado de Nicaragua aquel año, el hecho que más lo impactó fue la muerte de Álvaro Conrado, de 15 años, la víctima más joven de la represión de la protesta. El alumno del Instituto Loyola, de los jesuitas, recibió un balazo en el cuello luego de solidarizarse con los jóvenes atrincherados cerca de la Catedral de Managua entregándoles dos botellas de agua. “Sus últimas palabras ‘Me duele respirar’, se convirtieron en un estandarte de las protestas de este niño mártir”, recordó el padre Somarriba en diálogo con LA NACION desde Miami, donde ahora es párroco de la iglesia St. Agatha.
Su parroquia se convirtió a partir de aquel momento en el destino inicial de varios de los sacerdotes y obispos que fueron exiliados.
Desde aquel año el sandinismo perdió cualquier recato en la represión del clero y los creyentes, diferenciándose incluso de sus aliados en La Habana.
Yaxys Cires Dib, director de Estrategias del Observatorio Cubano de Derechos Humanos sostuvo que la persecución religiosa en Cuba “es más sofisticada” que la que practica Ortega en Nicaragua, “y se caracteriza, por ejemplo, por tener buenas relaciones con instancias superiores como el Vaticano y, dentro de la isla, con el Consejo de Iglesias, en el ámbito evangélico”, formalidades que el régimen sandinista ya no cuida.
Las tensiones entre Managua y el Vaticano por la persecución religiosa fueron creciendo al punto que en marzo del año pasado el papa Francisco no dudó en calificar al régimen de Ortega como “dictadura guaranga”, y hasta se permitió dudar sobre la salud mental del presidente. “Con mucho respeto, no me queda otra que pensar en un desequilibrio de la persona que dirige el país”, dijo.
De todas maneras, no todo el clero nicaragüense está distanciado del sandinismo.
Hay obispos y prelados que todavía coquetean con el régimen. Por ejemplo el cardenal Leopoldo Brenes sigue apostando al diálogo con el gobierno. Y el obispo de León, monseñor Sócrates René San Diego, no tiene problemas en mostrarse públicamente con las autoridades que han encarcelado a sus sacerdotes. Incluso permitió la colocación de símbolos sandinistas en el atrio de la Catedral durante la inauguración de unas reformas. “La iglesia siempre busca dialogar porque esa es su misión. El problema radica en que la dictadura no quiere un diálogo de buena fe ni transparente, sino imponer sus intereses”, señaló la doctora Molina Montenegro.
El sexto informe de Molina Montenegro sobre “una Iglesia perseguida”, es demoledor. Nicaragua ya tiene un total de 266 religiosos en el exilio: un nuncio, cuatro obispos, 146 sacerdotes, 3 diáconos, 13 seminaristas y 99 religiosas. Además, en 31 de esos casos el gobierno tomó la medida adicional e insólita de despojarlos de la ciudadanía nicaragüense.
Desde 2019 el gobierno prohibió un total de 11.763 actividades de piedad popular, y las crónicas periodísticas recogieron numerosos ataques e incendios de templos católicos en los que se desafió al régimen. “Las milicias sandinistas cometieron todo tipo de profanaciones”, recordó Molina Montenegro. “Una de las que más me dolió fue cuando abrieron los sagrarios, tiraron al suelo las hostias consagradas y defecaron en los copones... A ese nivel llega hoy el odio religioso en Nicaragua”.
Por su parte el padre Marcos Somarriba contó a LA NACION las prohibiciones referidas a la celebración de la Navidad. “No se pueden hacer pesebres vivientes en las calles porque hay temor detrás de la manifestación de un pueblo. El pesebre es una denuncia sobre las situaciones de injusticia, de reclamo de derechos y de amor al prójimo, todo lo contrario de lo que es el régimen sandinista”, señaló Somarriba. “Pero salir a la calle y desplegar la fe públicamente no es una concesión, es un derecho y libertad en toda sociedad basada en la justicia y la igualdad”, agregó.
Las iglesias cristianas evangélicas no son ajenas a la persecución. “Como en general reciben importantes aportes económicos de otros países, podría decir que los bienes que el gobierno les ha confiscado a los evangélicos son mucho más cuantiosos que los que quitaron a los católicos”, dijo Molina Montenegro.
La especialista concluyó: “Pese a todo, la Iglesia sigue siendo la única y última institución dentro de Nicaragua que se resiste a caer bajo el control autoritario del orteguismo. Y como en la época del imperio Romano, los cristianos de Nicaragua sabemos que la persecución religiosa es semilla de nuevos creyentes”.