Engatusado de la peor manera pero al final le hicieron un gran favor: el que ríe último...

Un autobús con migrantes que el gobernador de Florida, Ron DeSantis, envió a Martha's Vineyard, la lujosa isla vacacional frente a Massachusetts, el 16 de septiembre de 2022. (Matt Cosby/The New York Times)
Un autobús con migrantes que el gobernador de Florida, Ron DeSantis, envió a Martha's Vineyard, la lujosa isla vacacional frente a Massachusetts, el 16 de septiembre de 2022. (Matt Cosby/The New York Times)

Cuando Lever Alejos, de Venezuela, llegó sin dinero a la frontera sur en julio, aceptó contento un viaje gratuito en autobús a Washington D. C., por cortesía del estado de Texas. No tenía familiares ni amigos que lo recibieran y pasó una noche en la plaza frente a Union Station. Pronto, se instaló en un albergue para indigentes.

“No tengo nada, pero tengo la voluntad de trabajar y salir adelante”, dijo Alejos, de 29 años, en su tercer día en la ciudad.

Dos meses después, Alejos está ganando entre 600 y 700 dólares a la semana, ahorrando para comprar un auto usado y con un plan para salir del refugio.

“Hay muchas oportunidades aquí”, comentó el jueves, al final de un día de trabajo. “Solo hay que aprovecharlas”.

Engatusados

Desde abril, miles de migrantes, la mayoría de ellos venezolanos, han sido engatusados para subir a autobuses y aviones que se dirigen a Washington, Nueva York, Chicago y, la semana pasada, a Martha’s Vineyard, Massachusetts, después de soportar un peligroso viaje por tierra desde su destrozado país para empezar de nuevo en Estados Unidos.

El transporte hacia los bastiones demócratas ha sido organizado por Texas, Florida y Arizona, cuyos gobernadores intentan llamar la atención sobre el aumento histórico del número de personas que cruzan la frontera, según ellos una consecuencia de las políticas migratorias del gobierno de Biden.

La semana pasada, el gobernador de Texas, Greg Abbott, dejó dos autobuses llenos de inmigrantes cerca de la residencia de la vicepresidenta Kamala Harris y otros más durante el fin de semana. El gobernador de Florida, Ron DeSantis, fletó el miércoles dos avionetas para trasladar a 50 inmigrantes a Martha’s Vineyard, la lujosa isla de vacaciones situada frente a Massachusetts, a la que ha ridiculizado como un bastión liberal.

Lever Alejos, un migrante, muestra una foto del hijo que dejó en Venezuela, en Washington, el 18 de septiembre de 2022. (Oliver Contreras/The New York Times)
Lever Alejos, un migrante, muestra una foto del hijo que dejó en Venezuela, en Washington, el 18 de septiembre de 2022. (Oliver Contreras/The New York Times)

Los demócratas han calificado de crueles las maniobras y muchos migrantes se han quedado, al menos de manera temporal, sin hogar mientras sus nuevas ciudades de acogida se esfuerzan por ayudarlos.

Pero otros, como Alejos, han calificado el transporte gratuito como una bendición. Ya tienen empleo y han conseguido cierta estabilidad. Han encontrado trabajo en la construcción, la industria de la hospitalidad, el comercio minorista, el transporte por carretera y otros sectores que se enfrentan a la escasez de trabajadores en una economía que todavía se está recuperando del impacto de la pandemia.

“En la mayoría de las grandes ciudades, incluso las elegidas por los gobernadores como destinos para los migrantes, los empleadores están esforzándose por encontrar trabajadores”, señaló Chris Tilly, economista laboral de la UCLA. “Están cubriendo una necesidad”.

Crisis invisible

Inmigrantes como Alejos son a la vez símbolos de una crisis humanitaria, peones en un debate partidista y personas que solo siguen la economía de la oferta y la demanda.

La mayoría se enfrenta a una ardua batalla para ganar sus casos de asilo. Pero pasarán años antes de que el proceso legal se complete, y los que pierden sus casos tienden a vivir el resto de sus vidas en las sombras, tratando de mantenerse empleados y fuera del alcance de los funcionarios de inmigración encargados de deportarlos.

Mientras tanto, los inmigrantes ponen a prueba los recursos de las ciudades que intentan proporcionarles servicios sociales y llenan un vacío en el mercado laboral del país.

Mientras que hasta ocho millones de inmigrantes trabajan en Estados Unidos sin autorización, los solicitantes de asilo acaban por recibir permisos de trabajo si bien sus casos están pendientes.

Desde 2015, los venezolanos que huyen de las penurias han llegado a países sudamericanos: Colombia, Ecuador, Brasil, Chile. En total, casi siete millones han salido del país en ese tiempo, más de uno de cada cinco venezolanos.

A medida que la pandemia de coronavirus fue afectando esas economías, los venezolanos empezaron a abandonar los países sudamericanos de acogida para dirigirse a Estados Unidos. Otros empezaron a emigrar desde Venezuela, cuando se corrió la voz de que a los venezolanos se les permitía entrar en Estados Unidos y luego solicitar asilo.

Lo más peligroso

Estos representan al grupo de migrantes que más rápidamente llega a la frontera entre México y Estados Unidos.

En su recorrido de 4828 kilómetros para llegar a esa frontera, deben atravesar el Tapón del Darién, un tramo de 97 kilómetros a través de una densa selva, donde los migrantes dicen haber sido presa de bandidos, narcotraficantes y traficantes de personas. En un puesto al final de la ruta, Médicos Sin Fronteras informó que había atendido a cien víctimas de violación en los primeros cinco meses de 2022.

Este año, Alejos decidió que debía afrontar ese arduo viaje.

De sólida clase media en Venezuela, luchaba por mantener a flote su taller de reparación de maquinaria en medio del colapso económico del país. Hoy, en Venezuela, muchas personas ganan apenas unos cuantos dólares al día.

Para pagar por la odisea de atravesar siete países, Alejos vendió su taller de reparación en su ciudad natal, Barquisimeto, en el norte de Venezuela, por la mísera suma de 750 dólares. “Ese fue el pago inicial de una nueva vida”, relató.

Su viaje a través del Tapón del Darién fue una pesadilla, afirmó. Los funcionarios y los cárteles mexicanos eran amenazantes.

Cuando por fin cruzó el río Bravo hasta Texas, se entregó a las autoridades fronterizas estadounidenses, que lo procesaron, le dieron documentos de inmigración y lo llevaron a un cobertizo, donde también habían dejado a otros venezolanos.

Entonces, les ofrecieron un viaje gratuito en autobús a Washington u otro de 50 dólares a San Antonio.

A finales de julio, llegaron a Washington.

En pocos días, Alejos encontró trabajo en el sector de la construcción. A la segunda semana, ya enviaba dinero a casa para mantener a su hijo de 7 años, Christopher, y ahorraba para comprar un celular. A finales del otoño, planea mudarse del refugio a su propia casa.

Tras una reacción alérgica a los productos químicos en su trabajo de construcción, renunció y se encontró con un anuncio en una página de Facebook de venezolanos en Washington. Una empresa buscaba personas para trabajar en eventos: partidos de fútbol y de fútbol americano, conferencias y fiestas privadas para desempeñar varias funciones.

Pronto, empezó a abastecer los puestos de comida y otros suministros el día antes de los partidos, así como a servir perros calientes, nachos y cerveza a los espectadores durante los eventos. Ha trabajado en el FedEx Field de Maryland; en instalaciones universitarias, como el estadio Scott de la Universidad de Virginia, y en otros lugares de la zona.

A veces le han pedido que trabaje como cantinero, mesero o lavaplatos.

No es un trabajo de ensueño, dice, pero es un buen comienzo y está haciendo su mayor esfuerzo.

“Siempre muestro iniciativa, realizando tareas extra aquí y allá, y mi supervisor se da cuenta”, explicó. “Eso podría llevar a algo mejor; estoy ganando experiencia”.

“Lo que necesito ahora es tener estabilidad financiera”, aseguró. “Después vendrá el crecimiento profesional”.

Alejos dijo que había seguido las instrucciones que recibió de las autoridades para registrarse en la oficina local de inmigración y que planeaba solicitar asilo.

Tendrá que exponer su caso ante un juez de inmigración, pero dijo que aún no le habían notificado de su primera cita en el tribunal. El proceso suele durar varios años. Las posibilidades de ganar son escasas y a los solicitantes se les ordena salir de Estados Unidos si pierden. Pero, para cuando se emite una decisión, muchos migrantes ya se han establecido, lo que desincentiva su salida.

Mientras que miles de migrantes han sido expulsados rápidamente a México o deportados a sus países en virtud de una orden sanitaria relacionada con la pandemia conocida como Título 42, los venezolanos no están sujetos a la política porque México no los acepta y Estados Unidos no tiene vínculos diplomáticos con Venezuela.

En su tiempo libre, Alejos explora su ciudad adoptiva con otros venezolanos, al visitar el Museo de Historia Natural, el zoológico, el Barrio Chino y el Capitolio.

“Siempre intento ver algo nuevo en mis días libres”, comentó, y con frecuencia durante las salidas publica selfis en Facebook.

Extraña a su familia, dijo. Pero se muestra filosófico sobre sus circunstancias.

“A menudo hay que sufrir para luego encontrar compensación”, expresó.

Después de pasar una noche en la calle y otra en un albergue donde se sintió inseguro, Alejos se alojó en otro albergue que describió como ordenado, cómodo y limpio. “Cada persona tiene un casillero, las sábanas están limpias, las duchas tienen agua caliente y hay wifi, todos los servicios”, afirmó.

“Me siento afortunado de que el gobernador me haya puesto en un autobús con destino a Washington”, dijo Alejos. “Me abrió las puertas”.

© 2022 The New York Times Company

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