Julia de Burgos, la poetisa olvidada cuya repentina muerte a los 39 años sigue siendo un misterio
Se sabía y se sentía puertorriqueña y abanderó desde las letras la lucha contra el imperialismo estadounidense y la independencia del país
Julia de Burgos está considerada como la poetisa más importante de Puerto Rico y una de las grandes referentes latinoamericanas de este género literario. Abandonó su isla querida demasiado pronto, a los 25 años. Como demasiado pronto dejó este mundo, rodeado de un misterio que todavía hoy, setenta años después de su muerte, continúa sin resolverse. A propósito del Día Internacional de la Mujer, repasamos la vida de esta mujer de las letras que dejó tras de sí una prolífera obra que, hasta décadas después, no recibió la atención que merecía. Y cabe cuestionarse si a día de hoy la recibe.
Hija de Consuelo García y Juan de Burgos, la niña Julia nació en 1914 en un pequeño pueblo de Carolina, situado al este de la capital, San Juan, y en el seno de una familia pobre conformada por 13 hermanos. Era la mayor de todos ellos y la primera que logró acceder a la universidad. Aunque se graduó en magisterio y se desempeño como maestra hasta los 20 años, siempre demostró una devoción profunda por la literatura y, en especial, por la poesía, donde se despuntó con una maestría poco común para su corta edad. Sus composiciones siempre estuvieron embebidas por un fuerte sentido de pertenencia nacionalista y de amor a la patria. Se sabía y se sentía puertorriqueña y abanderó desde las letras la lucha contra el imperialismo estadounidense y la independencia del país.
Los versos de Julia de Burgos fueron poesía y crónica desde los que abordó el pasado colonial de Puerto Rico, la violencia de la que fueron víctimas los nativos con la llegada de los conquistadores y el legado que trajo la esclavitud procedente de África. Quizá uno de los poemas que mejor representa sus exploraciones en torno a estas temáticas es ‘Río Grande de Lóiza’, embebido de anhelo y nostalgia por un pasado soberano que ella apenas pudo experimentar.
‘¡Río Grande de Loíza!… Azul. Moreno. Rojo.
Espejo azul, caído pedazo azul de cielo;
desnuda carne blanca que se te vuelve negra
cada vez que la noche se te mete en el lecho;
roja franja de sangre, cuando baja la lluvia
a torrentes su barro te vomitan los cerros’.
Pronto, su trabajo la llevó a compartir con otros intelectuales de los círculos eruditos de Puerto Rico. Se casó a los 20 años con Rubén Rodríguez Beauchamp y se divorció tres años después. Su condición de divorciada, poco habitual en la década de los 30 del pasado siglo, le valió la animadversión de los sectores más conservadores portorriqueños y el rechazo unánime a sus aportes literarios. Protagonizó una intensa relación amorosa con Juan Isidro Jimenes Grullón, exiliado en la isla y nieto del presidente dominicano Juan Isidro Jimenes. Fue el gran amor de su vida e inspirador de muchos de los poemas más célebres de Julia de Burgos. En 1936, la joven poetisa se unió a las Hijas de la libertad, el movimiento femenino vinculado al Partido Nacionalista de Puerto Rico, liderado por Pedro Albizu Campos, desde donde encauzó su ideología independentista.
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Con 25 años, la poetisa abandonó Puerto Rico y juró no volver. Cumplió su promesa, a medias. Desembarcó en Nueva York en 1940, siguiendo los pasos de Juan Isidro. Ese mismo año, la pareja se marchó a Cuba, donde Julia de Burgos se mantuvo dos años. La relación con el nieto del exmandatario dominicano se deterioró hasta un punto de no retorno. La gran dama de la poesía recogió entonces sus pertenencias, las volvió a embutir en su maleta y puso rumbo una vez más a Nueva York, su última travesía.
Los últimos años de Julia de Burgos, entre la poesía, el alcoholismo y la depresión
Nunca dejó de escribir, su personal forma de encontrarse a sí misma y de sentirse cerca de su patria maldita. Julia de Burgos contrajo matrimonio por segunda vez en 1944. En esta ocasión con Armando Marín, un músico portorriqueño del que también se divorció. Los últimos años de la poetisa se caracterizaron por sus problemas de alcoholismo (que derivaron en una cirrosis hepática) y los episodios de profunda depresión. En la madrugada del 5 de julio de 1953 fue encontrada inconsciente y sin identificación por unos policías que la trasladaron a un hospital del barrio neoyorquino de Harlem. Murió a las pocas horas a causa de una neumonía agravada por la cirrosis que padecía, según el reporte oficial. Tenía 39 años. El cuerpo de Julia de Burgos acabó en una fosa común de Hart Island bajo el nombre de ‘Jane Doe’.
Al no saber de ella durante días, sus familiares y amigos comenzaron a preocuparse y la preocupación desembocó en una búsqueda encarnizada por saber qué le había sucedido. Finalmente, y tras semanas de incertidumbre, descubrieron el triste desenlace de la poetisa. El reconocimiento le llegó tarde y póstumo: recibió el doctorado ‘honoris causa’ de la Universidad de Puerto Rico en 1987 y un tramo de la calle 106 en Nueva York, entre la quinta y la primera avenida, lleva su nombre desde 2006. En cuanto a sus restos, fueron exhumados y trasladados a su Puerto Rico natal. Ahí están enterrados, dentro de un imponente mausoleo en el cementerio de Mayodan, en Carolina. Julia de Burgos cumplió a medias su promesa. Nunca regresó a su tierra en vida, pero ahí descansa para la eternidad.