Haití, el país que se muere de hambre, demuestra lo hipócrita que es Occidente
Haití es un país destrozado. Lo era en 2010, cuando un devastador terremoto causó el caos y la desolación y lo es ahora, más de 13 años después de esta tragedia. Más de una década en la que la vida de los más de 11 millones de habitantes de la nación más pobre de América no ha cambiado mucho, pero sí que lo ha hecho la atención internacional que reciben.
Fue el 12 de enero por la tarde. Un seísmo de magnitud 7 en la escala de Richter sacudió el país. Apenas un minuto en el que la tierra tembló y todo cambió. Murieron 316.000 personas, hubo 350.00 heridos y un millón y medio de desplazados. Se produjeron daños por valor de 7.900 millones de dólares, lo que equivalía en ese momento al 120% del PIB de Haití en 2009.
Una tragedia devastadora que dejó un país completamente en ruinas, donde se necesitaba mucho tiempo y, sobre todo, ingentes recursos para reconstruirlo prácticamente piedra a piedra. Y la comunidad internacional no escatimó en ayudas.
Durante los siguientes días, semanas y meses, Gobiernos, instituciones, empresas y particulares enviaron dinero, alimentos, expertos y todo lo necesario para asistir a Haití. Millones de dólares que se recibieron para la reparación y cuya gestión más de 10 años después sigue estando en cuestión.
Y es que la situación del país en 2023 es similar a la que existía en 2010. Se trata de una nación subdesarrollada que está marcada por las tragedias, la violencia, el hambre y las crisis políticas.
Más de la mitad de los haitianos viven con menos de dos dólares diarios y tienen serias dificultades para alimentarse. Eso significa que más de 5,5 millones de personas se encuentran en una situación dramática. Pero a diferencia de entonces, la ayuda internacional brilla por su ausencia o llega de manera muy limitada.
El Programa Mundial de Alimentos de la ONU no va a poder alimentar a 100.000 personas este mes de julio. ¿El motivo? La falta de fondos para satisfacer las necesidades humanitarias de la población. En los últimos meses, ha aumentado el número de personas que lo necesitan y también el precio de los alimentos por culpa de la inflación, pero los recursos se han reducido, lo que significa que es más caro el alimento y al mismo tiempo el presupuesto se ha reducido.
Los donantes que sostienen el programa han recortado la financiación, lo que deja desamparadas a miles y miles de personas. Por ponerlo en contexto, para una parte muy importante de la población, incluyendo 450.000 niños, la comida que reciben de este programa es la única que tienen en el día. Con este panorama, las agencias humanitarias ya alertan de un riesgo inminente de hambruna.
Y todos esos países occidentales que en 2010 prometían un futuro próspero para el país, ahora se han olvidado de Haití, revelando su gran hipocresía. La nación se encuentra, probablemente, en uno de los momentos más delicados de su historia y necesita la asistencia de manera urgente.
Un país roto
Tras el asesinato del presidente, Jovenel Moïse, en 2021, las pandillas han ido paulatinamente apoderándose del país, generando una gran ola de violencia. A esta complicada situación política, se unen los elementos climáticos. Los recientes terremotos e inundaciones han aumentado el problema del hambre para toda la sociedad. Actores clave de la sociedad civil han tenido que huir por motivos de seguridad.
Haití es hoy en día un estado fallido en el que no hay absolutamente nada que funcione y donde tampoco aparece ni un solo rayo de esperanza de cara al futuro. Mientras tanto, la comunidad internacional mira hacia otro lado, ignorando que el país se precipita al abismo. Solo un poco de la solidaridad que hubo entonces, sería suficiente para ayudar a millones de personas que no saben si el día de mañana van a tener algún alimento que llevarse a la boca.
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