Los insólitos funerales en Rumanía: ritos, supersticiones y 40 días de luto

Funerales en Rumanía: procesión en Transilvania. (Photo by H. Christoph/ullstein bild via Getty Images)
Funerales en Rumanía: procesión en Transilvania. (Photo by H. Christoph/ullstein bild via Getty Images)

Los funerales, como cualquier parcela de la vida, valga la paradoja, también han pasado por el filtro de la globalización, aunque todavía quedan lugares en el mundo que mantienen intactas sus tradiciones, o lo intentan, como en Rumanía. A diferencia de muchos países europeos, en tierras rumanas, cuando llega el momento de celebrar la muerte (valga la segunda paradoja) todavía se practican unas costumbres arraigadas que fluctúan hasta perderse entre la superstición y las creencias religiosas, en una simbiosis del todo insólita.

Con algo menos de 20 millones de habitantes para sus 238.400 kilómetros de superficie, en Rumanía la religión cristiana es la mayoritaria en su versión ortodoxa. La practica algo más del 85% de la población, de acuerdo con los últimos sondeos. La Iglesia ortodoxa rumana, por número de fieles, se establece como la segunda en el mundo, solo por detrás de la rusa. La influencia de este dogma es prácticamente suprema en la vida de los rumanos, a excepción de un pequeño pequeñísimo reducto: los funerales.

Lo primero que llama la atención en las costumbres funerarias a este lado del planeta es que, aparte de en las principales ciudades, como Bucarest, la capital, las pompas fúnebres brillan por su ausencia. En Rumanía los funerales son domésticos. Es decir, es la familia directa quien se encarga de todo lo relativo a la muerte de su ser querido. Tras fallecer, es imperativo encender una vela y colocar otra de pilar, también conocida como bastón de luz, en la cabecera del difunto. Esta última, idealmente, debe medir de largo lo mismo que el cadáver y no puede apagarse a como dé lugar hasta el día del entierro.

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A este primer rito le sucede el lavado meticuloso del cuerpo, que debe ser rociado con agua bendita, y engalanado con ropa limpia y zapatos nuevos. Un procedimiento que también corre a cargo de una persona allegada al fallecido. A las mujeres no se las puede vestir de negro. En caso contrario, volverán a este mundo y atormentarán a los moradores del hogar. Completado este apartado, es el momento de atarle los pies, las manos y la mandíbula para que acuda al más allá lo más erguido posible, relata la traductora y especialista en cultura Luciana Cezara. “Las normas estrictas aseguran que no hay que peinar o maquillar al fallecido, aunque, en la mayoría de zonas de Rumanía se embalsama y acicala el cuerpo porque un velatorio en casa puede resultar bastante desagradable en verano”, añade. Hay familias que colocan monedas en sus manos, que es el peaje que debe pagar el muerto para pasar al otro lado, una práctica que se remonta a la mitología griega (aunque se colocaban sobre los ojos) y que, en la actualidad, mantienen ciertas comunidades chinas y japonesas.

(GERMANY OUT) RUM, Romania: An ortodox burial in Transylvania.   (Photo by H. Christoph/ullstein bild via Getty Images)
(GERMANY OUT) RUM, Romania: An ortodox burial in Transylvania. (Photo by H. Christoph/ullstein bild via Getty Images)

Antes de depositar el cuerpo dentro del ataúd, es costumbre que el sacerdote ortodoxo complete tres vueltas a su alrededor al tiempo que zarandea el incensario para ahuyentar a los malos espíritus. Las gentes más supersticiosas colocan dentro del cajón algunos objetos de pequeño tamaño que consideran que al fallecido le pueden ser útiles allí donde prosiga su viaje. El velorio dura tres días y dos noches consecutivas, tiempo en el que se suceden las grandes comilonas –e ingesta de alcohol– a las 12 de la madrugada en homenaje al que ya no está. El cuerpo debe estar acompañado en todo momento, para lo que sus más allegados van haciendo relevos. Esto para que asegurarse de que ningún animal pasa por delante del féretro y el muerto no se convierta en un ‘strigoi’ o alma errante, si es un hombre, y en una ‘strigoaicǎ’ (bruja), si es mujer.

De acuerdo con la tradición pagana rumana, ambos son una especie de muertos-vampiros que se cuelan en los cuartos de los vivos para absorber su fuerza vital. Mientras el cadáver permanece en el hogar, todos los espejos deben ser tapados. De esta forma, se evita que el muerto quede atrapado en la vivienda o, en el peor de los casos, que algún vivo se vea reflejado, presagio de que va a ser el siguiente en morir.

Al tercer día, el ataúd sale en procesión hacia el cementerio, siempre con los pies por delante, nunca la cabeza. En el caso de los pueblos, el ‘paseíllo’ se hace a pie y el féretro, sobre un carruaje. En algunas regiones del país, llorar al ser querido es símbolo de respeto, de ahí que, cuanto más altos y desgarradores se escenifiquen los llantos y los alaridos, más se demuestra el dolor por la pérdida. Todavía hay quienes contratan a plañideras para sumarse a los familiares y desempeñar esta ardua tarea de lamentarse sin mesura alguna. Las normas más estrictas de la práctica funeraria en Rumanía establecen que el luto en las familias debe durar 40 días a partir del funeral. Ni uno más ni uno menos. Tiempo en el que los hombres cercanos al difunto no pueden afeitarse. Una vez completado el plazo, la familia celebra un gran banquete con los hombres ya perfectamente rasurados, si es que así lo consideran y con permiso del difunto.

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