El Helio y otros descubrimientos que se han hecho gracias a los eclipses

Los eclipses son el momento perfecto para medir y entender el Universo

Eclipse (Foto:Getty)
Eclipse (Foto:Getty)

Los eclipses solares son eventos astronómicos que ofrecen oportunidades únicas para desarrollar o confirmar teorías científicas y las razones son muchas y variadas. En primer lugar porque, desde hace siglos, se pueden predecir con exactitud. Esto significa que los científicos pueden anticipar cuándo y dónde ocurrirá un eclipse con precisión y eso les permite planificar observaciones y experimentos. Además, durante un eclipse, la corona solar que normalmente está oculta por el resplandor del Sol se vuelve visible y nos brinda la ocasión perfecta para estudiarla y comprender su estructura. Del mismo modo, durante un eclipse lunar, la sombra de la Tierra en la Luna revela detalles sobre nuestra atmósfera que podemos utilizar para estudiar su composición y propiedades. También nos sirve para validar modelos e hipótesis científicas comparando las observaciones realizadas durante un eclipse con las predicciones de esa teoría.

El eclipse solar de junio de 2021, con el edificio del Capitolio de EEUU visto desde Arlington | imagen NASA/Bill Ingalls
El eclipse solar de junio de 2021, con el edificio del Capitolio de EEUU visto desde Arlington | imagen NASA/Bill Ingalls

En definitiva, un eclipse representa un entorno controlado y predecible perfecto para realizar nuevos descubrimientos, completar ideas revolucionarias y ampliar nuestro conocimiento del Universo.

El descubrimiento del propio eclipse y la afrenta a los Dioses

La Antigua Grecia representa una etapa fundamental en la historia de nuestra civilización. El auge de la filosofía y las escuelas de pensamiento nos dejará grandes personajes que comienzan a indagar en los principios y razones del Cosmos. Entre estas figuras destaca Anaxágoras que, en el año 467 antes de Cristo, tuvo la suerte de ver cómo caía del cielo un meteorito en la ciudad de Egospótamos, en la actual Turquía. Aquel trozo de roca caído del cielo le empujó a pensar que la Luna y el Sol no eran divinidades sino cuerpos sólidos, como la Tierra. Aquella idea supuso una revolución que rompía la creencia en un panteón de Dioses y, como toda revolución, le acarreó serios problemas e incluso le llevó a la cárcel.

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La consecuencia directa de que el Sol y la Luna fuesen objetos inanimados es que debían regirse por otras leyes, muy diferentes a la cambiante y caprichosa voluntad de los dioses. Varias décadas antes, cuentan que Tales de Mileto predijo con exactitud el eclipse solar que se produjo el 28 de mayo del 585 antes de Cristo y, aunque el método que utilizó ha quedado en el olvido, algunos autores consideran que se ayudó de registros astronómicos procedentes de fuentes egipcias. Era la primera vez que alguien anticipaba un eclipse… la idea del movimiento de las esferas y la dominante presencia de las matemáticas en el Cosmos se abría paso en una época repleta de mitología y leyendas épicas.

Siguiendo con esa novedosa idea de los cuerpos que se desplazan en el Universo, el paso lógico de Anaxágoras fue considerar que el Sol era una gran roca incandescente que producía luz y calor. Sus contemporáneos consideraban que los eclipses eran “transformaciones” del Sol pero el filósofo de Clazómenas entendió que debían producirse por el paso de la Luna frente a nosotros, explicando así la sombra que tapaba a la estrella.

Aristarco de Samos: el modelo heliocéntrico

El ser humano ha desarrollado una tendencia natural a medir las cosas. La medición es el primer paso para la comprensión. Determinar la longitud, la anchura o la forma de las cosas nos ha permitido entender mejor la realidad y, una vez establecido que el Sol y la Luna eran esferas sólidas que se desplazan en el cielo, los primeros intentos para medir sus dimensiones y distancias no tardaron en aparecer.

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Un siglo después del revelador meteorito de Egospótamos, los griegos andaban atareados intentando intuir el tamaño de los cuerpos celestres utilizando una de las ciencias más antiguas de la historia: la geometría. El propio Anaxágoras intentó medir los tamaños del Sol y la Luna pero sus cálculos terminaron muy alejados de la realidad… para calcular con más precisión esta tarea era conveniente aprovechar un momento específico en el que los cuerpos se encuentran alineados dejando ver con más claridad sus dimensiones y, así, sus distancias relativas… un eclipse es el momento perfecto para la medición.

Aristarco de Samos sostenía que nuestro planeta se movía alrededor del Sol (y no al revés) y aprovechó un eclipse lunar para desarrollar su teoría heliocéntrica. Tal y como explicaba el gran Carl Sagan, “por el tamaño de la sombra de la Tierra sobre la Luna durante un eclipse lunar dedujo que el Sol debía ser muchísimo más grande que la Tierra y que también debía estar muy lejos, por eso mantenía que era absurdo un objeto tan grande como el Sol girara alrededor de un objeto tan pequeño como la Tierra… de manera que colocó al Sol, y no a la Tierra, en el centro del Sistema Solar”.

El descubrimiento de un nuevo elemento químico: el Helio

Cuando pensamos en un astrofísico tendemos a imaginar alguien que observa las estrellas directamente, disfrutando cada noche de su belleza y sus llamativos colores. Esta es una visión muy alejada de la realidad. Lo cierto es que esos colores que aparecen en las portadas se corresponden con fotografías coloreadas artificialmente y el trabajo de un científico en este campo se basa más en analizar bandas espectrales de la luz procedente de las estrellas que en observar directamente esas estrellas.

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Salvo que podamos literalmente enviar una nave a un planeta, aterrizar en su superficie, recoger muestras y analizarlas, la inmensa mayoría del conocimiento que tenemos del Universo proviene de la luz que llega hasta nosotros… y nuevamente, los eclipses representan una gran oportunidad para analizar esa luz dentro del espectro electromagnético. Dentro de ese espectro, cada elemento químico emite (o absorbe) luz en ciertas longitudes de ondas específicas. Cuando la luz se descompone, utilizando un prisma o un dispositivo similar, se observa una serie de bandas o líneas brillantes que corresponden a las longitudes de onda específicas de la luz emitida por ese elemento.

El 18 de agosto de 1868, la India iba a contemplar uno de los eclipses de Sol más decisivos en la historia de la ciencia. Al igual que en nuestros días con el eclipse de abril de 2024, la gente se preparaba para disfrutar de este maravilloso evento celeste y todos lo empezaron a conocer como “El eclipse del Rey de Siam”. Varias expediciones científicas se desplazaron hasta la India para aprovechar el momento… sin saber que estaban a punto de realizar un descubrimiento vital para entender la composición de las estrellas.

Resulta difícil entender cómo es posible que el segundo elemento químico más abundante del Universo no se conociera hasta bien entrado el siglo XIX pero, durante aquel eclipse de 1868, dos científicos iban a encontrárselo de repente en esas reveladoras bandas del espectro electromagnético. El astrónomo francés Jules Janssen y el astrónomo británico Joseph Norman Lockyer, de manera independiente, se toparon con una línea amarilla brillante en el espectro solar que no correspondía a ninguna línea espectral de elementos conocidos en la Tierra.

Ambos científicos llegaron a la conclusión de que se trataba de un nuevo elemento y Lockyer, recordando quizá los tiempos que relatábamos al principio de este artículo, sugirió llamarlo Helio, en referencia a Helios, el dios griego del Sol.

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