Diáspora libanesa teme por su patria y sus seres queridos ante recrudecimiento de la violencia

El ciudadano libanés Ali Zeineddine, tercero de izquierda a derecha, aguarda con familiares la llegada de su hermano desde Líbano, el jueves 3 de octubre de 2024, en el aeropuerto inernacional de Sao Paulo, luego de que un ataque israelí mató a varios familiares suyos. (AP Foto/André Penner)

Fue hace un año cuando Jomana Siddiqui visitó Líbano, donde nació su padre y ahora está enterrado. Planeaba volver allá pronto; en esta ocasión, pensaba, llevaría a sus dos hijas adolescentes.

En lugar de ello, Siddiqui, que vive en California, ahora está preocupada por los parientes que viven allá. Mientras observa desde lejos la violencia y la reciente intensificación de la campaña militar israelí contra Hezbollah en Líbano, Siddiqui piensa en la gente que conoció durante su visita, la amabilidad y generosidad que encontró.

Piensa en la tumba de su padre, en cuándo podrá visitarla de nuevo, o si es que podrá hacerlo. Su voz se le entrecorta por la emoción. Ha sido desgarrador, señaló.

“Es como la historia universal del pueblo libanés”, dijo. “Tienen que seguir yéndose y no saben cuándo podrán volver”.

Desde Estados Unidos a Sudáfrica, Chipre, Brasil y más allá, muchos integrantes de la enorme y distante diáspora libanesa están afrontando las oleadas de violencia, acongojados, presas del temor por sus seres queridos y su patria, intentando hallar formas de ayudar.

Unos 1.400 libaneses —incluidos civiles y combatientes del grupo político-paramilitar Hezbollah— han muerto, y unos 1,2 millones se han visto obligados a abandonar sus hogares desde que Israel incrementó sus ataques a fines de septiembre, diciendo que intenta alejar a Hezbollah de la frontera entre ambos países.

Para Lina Kayat, que se mudó a Sudáfrica hace casi 36 años pero aún tiene muchos familiares en Líbano, la violencia y las tensiones allí tienen ecos de capítulos turbulentos previos.

“Vivimos en una guerra civil durante largo tiempo; yo tenía unos siete años”, recordó. “Se siente que la historia se repite... No se sabe quién es el próximo en ser asesinado”.

Kayat, que vive en la ciudad costera sudafricana de Durban, le habla diario a su familia, incluidas su madre y su hermana.

“Están muy asustadas y muy preocupadas por lo que va a ocurrir”, manifestó.

Generaciones de libaneses se han enfrentado a la disyuntiva de irse en busca de mejores oportunidades o para escapar de diversas épocas de agitación —desde una guerra civil de 15 años a ocupaciones militares, atentados y asesinatos políticos—, o quedarse en un Líbano que, a pesar de sus numerosas cicatrices, para muchos sigue siendo atractivo. El país —donde hay diversos grupos religiosos, incluidos cristianos, y musulmanes suniés y chiíes— se enorgullece de sus grandes comunidades de emigrantes, que incluyen a exitosos empresarios y celebridades de ascendencia libanesa.

El actual recrudecimiento militar ocurre en medio de temores de que los combates pudieran extenderse en la región, y en un momento en que acaba de cumplirse el primer aniversario de la guerra entre Israel y Hamás.

“El hecho de que esté ocurriendo además de lo de Gaza es casi demasiado que soportar”, dijo James Zogby, presidente del Arab American Institute, con sede en Washington, D.C.

“Casi hace que uno se enferme físicamente, con sólo intentar vislumbrar la magnitud del trauma”, agregó Zogby, cuyo padre nació en Líbano.

El país ya había estado en vilo y pasando apuros bajo el peso de una crisis económica, las consecuencias de una explosión portuaria masiva en 2020 y otras crisis. Lleva dos años sin presidente.

Frente a un trasfondo tan sombrío, Zogby se pregunta qué ocurrirá con los desplazados.

“¿Quién va a atenderlos? ¿De dónde provienen los servicios de salud... cuando el país ya de por sí está tan desbordado y a punto del colapso?”, preguntó. “¿En qué momento finalmente se viene abajo? ¿Y a quién le importará?”

Algo que alimenta el dolor, señaló, es su enojo ante la respuesta de Estados Unidos a la devastación en Gaza, y ahora la intensificación de los ataques en Líbano.

“Hay una sensación de impotencia, una sensación casi de desesperación que... puede salirse de control. Y mientras no ocurra nada allí para contenerla, empeorará”, lamentó.

Akram Khater, director del Centro Khayrallah para Estudios de la Diáspora Libanesa en la Universidad Estatal de Carolina del Norte, dice que desde la primera diáspora, los libaneses que se fueron han estado contribuyendo fuertemente al bienestar económico de Líbano, enviando grandes cantidades de remesas.

El ver la intensificación del conflicto en Líbano, donde él nació y creció, ha vuelto a traumatizarlo, indicó.

“Me encuentro a mí mismo en medio de un remolino de emociones irresueltas y que se derivan de esta pesadilla recurrente”, señaló. “Sin embargo, incluso en medio de esto nuestra comunidad se une para crear solidaridad y proporcionar solaz y consuelo para los demás”.

Recientemente, cientos de banderas libanesas llenaron el cielo nocturno en Dearborn, Michigan, en un mitin para respaldar a Líbano y protestar por la ofensiva israelí allí.

En el aeropuerto internacional de Sao Paulo, dos hermanos libaneses que han estado viviendo en Brasil tuvieron recientemente una reunión solemne. Dijeron que ocho de sus seres queridos —su hermana, su cuñado, cuatro de sus sobrinos y dos de los hijos de sus sobrinos— murieron en uno de los ataques en Líbano.

Hussein Zeineddine, uno de los hermanos, había estado de vacaciones con su familia en el sur de Líbano cuando el área fue alcanzada por ataques israelíes, le dijo a The Associated Press. Él y su familia se trasladaron a un sitio más seguro hasta que pudieran reservar vuelos para volver a Brasil. “Mi esposa estaba llorando y pidiéndonos que nos fuéramos. Partimos sólo con artículos básicos. Y luego, poco después, la casa de mi hermana fue bombardeada”, dijo después de su llegada.

“Será difícil aquí. Pero será más difícil para la gente allá”, apuntó.

En Chipre, Rosaline Ghoukassian señaló que la abrumadora mayoría de los libaneses no quieren esta guerra. Se mudó a Chipre con su esposo Raffi Garabedian y su hija Maria tras la explosión de nitrato de amonio en el puerto de Beirut en 2020, en la que murieron más de 200 personas. Dijo que había estado desilusionada del liderazgo político de Líbano y también lamentó la influencia de Hezbollah.

“Sabíamos que esto se avecinaba”, manifestó. “El problema está en Líbano... porque no tenemos un buen gobierno”.

Su decisión de irse de Líbano nunca fue por cuestiones de dinero, sino de seguridad, según explicó su hija en una carta que escribió en clase en Chipre: “No quiero ir allá porque me salvé en la explosión, y no quiero ir a vivir allá porque no quiero morir”.

La familia eligió quedarse.

“No estoy aquí para ganar miles de euros. No. Estoy aquí sólo para vivir. Para ser feliz, para estar seguro. Esto es lo que quiero. Vivir”, señaló Garabedian.

Hezbollah comenzó a lanzar cohetes a territorio israelí al día siguiente del ataque de Hamás al sur de Israel el 7 de octubre de 2023, en el que milicianos mataron a unas 1.200 personas y tomaron como rehenes a otras 250. Desde entonces, la respuesta militar israelí en Gaza ha cobrado la vida de más de 41.000 palestinos, según funcionarios locales de salud.

De vuelta en California, Siddiqui dijo que afrontar todo ello ha sido un reto.

“Tomas el teléfono; titubeas en abrirlo porque te da miedo lo que vas a ver, pero como que tienes que hacerlo”, apuntó.

Habla con amigos y otras personas de su círculo que pueden identificarse con ella.

“Todos nos sentimos algo tristes, deprimidos, impotentes, cansados”, señaló. “Podemos hacer cosas como recaudar fondos y donar y protestar o cualquier cosa como esas, pero a fin de cuentas sigue gravitando sobre uno”.

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Los periodistas de la AP Mogomotsi Magome en Johannesburg; Mauricio Savarese en Sao Paulo y Menelaos Hadjicostis en Nicosia contribuyeron a este despacho.