La 'desescalada' del coronavirus destapa los puntos flacos de la vida en las grandes ciudades

Calle Gran Vía, Madrid
Calle Gran Vía, Madrid

El éxodo que han sufrido los pueblos y las aldeas durante las últimas décadas han dibujado una realidad donde no sólo se ha vivido un vacío en las plazas y en las calles, sino en los corazones de las generaciones más mayores. Presenciar con impotencia cómo los más jóvenes se marchan en busca de formación académica y de nuevas oportunidades es algo que entusiasma a los que se van, y paraliza a los que se quedan; el temor bañado en adrenalina y altas dosis de pesadumbre e inseguridad prima en los que dicen adiós y la impotencia, la comprensión y la soledad invade a los que agitan la mano al verlos partir.

Durante años, estas han sido las emociones predominantes en la que es una de las grandes disyuntivas de la sociedad de nuestro tiempo, la de vivir en lugares donde las posibilidades profesionales, culturales o económicas se convierten en un prioridad mientras se sacrifican otros aspectos como la tranquilidad, el tiempo, la reclusión, la desconexión, las raíces o la identidad; o la de llevar a cabo una vida aislada sin las opciones de las grandes urbes pero con la paz de un bosque, un lago, una montaña o la sencillez. Los avances en conectividad primero - con más posibilidades para desempeñar trabajos de manera remota - y la crisis del coronavirus, después, han dejado algunos conceptos claros en el dilema de estas dos maneras de vivir diametralmente opuestas.

Si la verticalidad y las aglomeraciones son las mejores aliadas para que el Covid-19 se extienda a su antojo, también son el peor escenario posible para que se lleve a cabo de manera efectiva la famosa ‘desescalada’ o la reducción del confinamiento. Realizada por partes pero siempre con el denominador común del distanciamiento social, este concepto se vuelve harto complicado cuando los planes urbanísticos de las grandes ciudades dan más prioridad a las calzadas habilitadas para el tráfico que a las aceras. A más de uno le hubiera gustado tener en su DNI la dirección del pueblo que dejó atrás.

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La rebaja en las medidas de confinamiento se están llevando a cabo a dos velocidades. Las islas, los pueblos y las aldeas vuelven a la nueva normalidad a un ritmo más avanzado que las grandes ciudades, mientras que las urbes superpobladas están obligadas a adaptarse a los nuevos tiempos para ofrecer garantías de seguridad a aquellos que sacan a pasear a sus hijos, al perro o que salen a hacer deporte; garantías que en muchos casos no existen. Las aceras de escasos metros de ancho no son el escenario ideal para que las respiraciones - enmascaradas o no - de los vecinos confluyan apiñadas en pocos adoquines. Salvar la distancia es un lujo, un imposible por cuestiones espaciales. Esto es algo que ha indignado a sectores de la población que se sienten desprotegidos por la propia fisionomía de las ciudades y que piden a gritos la peatonalización de calles y avenidas.

Como de costumbre, las redes sociales han sido la plataforma para denunciar la incompatibilidad entre el ansia por sacar partido de pequeñas dosis de libertad y el reducido espacio para ejercerla de manera segura.

Inevitablemente, las grandes ciudades han estado orientadas a la movilidad por medio de automóviles de particulares y transporte público, con un uso que se ha convertido en prioritario debido a que las distancias son imposibles de cubrir a pie o en bicicleta. Aunque más allá de la necesidad, el concepto de ‘ciudad caminable’ propuesto por diversos profesionales de la planificación de ciudades, varios estudios como Walk this Way se han dedicado a analizar la necesidad de contar con lugares peatonales. Desarrollado en 2012 por la institución Brooking en Washington D.C. este análisis mide el impacto económico que tiene la peatonalización y demuestra que los lugares ‘caminables’ urbanos poseen una economía mucho más activa que los no ‘caminables’.

Quizás, la nueva realidad que afrontamos durante esta pandemia está obligando a rediseñar los planes de las grandes ciudades. En Madrid, por ejemplo, su alcalde, José Luis Almeida, ha anunciado que peatonalizará algunas calles para evitar aglomeraciones - aunque los parques y zonas verdes siguen cerrados - durante los fines de semana. Algunas vías como el Paseo del Prado y Arturo Soria, generalmente, dos de las más transitadas por coches, serán usadas de manera provisional y exclusivamente por peatones, una medida que pedía Rita Maestre, portavoz adjunta de la formación política, Más Madrid, pero que no satisface a su grupo, el cual está pidiendo que se habiliten los parques y zonas verdes de la ciudad.

Además, hay plataformas que piden que estas medidas más enfocadas en la movilidad sostenible no sean pasajeras, sino que esta crisis sirva como una llamada de atención para reconfigurar ciudades. Esto es precisamente lo que proponen desde la Red de Ciudades por la Bicicleta (RCxB) que ha solicitado al Gobierno un plan de promoción de este medio de transporte. Defienden la teoría del coronavirus como elemento que forzará a realizar cambios permanentes en la movilidad urbana y que convertirá la bicicleta en una alternativa a potenciar en esta situación. La asociación ‘A Pata’ en la ciudad de Córdoba también aboga por la peatonalización de calles y avenidas con el fin de garantizar que los caminantes cuenten con espacio suficiente para ejercer el distanciamiento social requerido. En Barcelona también se están tomando en serio esta adaptación con un plan potencial que incluiría la cesión de 21 kilómetros de carriles a los ciclistas y de otros 12 a peatones.

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Milán (con 35 nuevos kilómetros de carriles bici y zonas peatonales), Reino Unido, Viena, Boston, Vancouver o Budapest también se están adaptando a la era post Covid-19 y ofreciendo alternativas a viajar en automóviles. Incluso en Estados Unidos, donde las ciudades ‘caminables’ están en extinción, el coronavirus ha provocado que Nueva York, San Diego, San Francisco y Oakland, hayan creado espacios para que las personas caminen, monten en bicicleta y hagan ejercicio a una distancia segura. En Nueva Zelanda, el Gobierno se encargará de adaptar carriles bici y aceras para ampliar las prioridades de los peatones y ciclistas sobre los vehículos.

Poco a poco las grandes ciudades se están adaptando a los nuevos tiempos, la pregunta es ¿se mantendrá esta tendencia e incluso aumentará, o se volverá al modus vivendi anterior a la pandemia? ¿Se volverá a la sencillez de la vida en los pueblos, las aldeas y la villas? Quizás ambas cuestiones estén relacionadas y la potencial falta de adaptación de las urbes superpobladas provoquen un éxodo a la inversa, una vuelta a las raíces, a la conexión con la naturaliza… al aislamiento. ¿Y si la crisis del coronavirus sirve para habitar, y perpetuar, la extinta vida rural? Esos mayores que vieron a sus jóvenes partir lo agradecerían.

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