El rincón del mundo donde se juega el fútbol más extremo: Groenlandia, la isla que sueña con llegar a la FIFA a través de la Concacaf
Es la isla más grande del planeta con más de 2,1 millones de kilómetros cuadrados, y al mismo tiempo, una de las menos habitadas: apenas 57.000 personas. No tiene rutas ni trenes, porque la capa de hielo cubre el 81% de su superficie durante la mayor parte del año. Por lógica, los deportes preferidos de sus habitantes deberían ser el hockey sobre hielo, el curling o el bobsleigh. Sin embargo, no es así. Ellos eligen el fútbol, aunque tener una cancha de césped natural sea una quimera y jugar un picadito, una misión casi imposible.
Groenlandia es un mundo aparte, una tierra lejana, extraña, casi desconocida. Ni siquiera se trata de un país soberano, sino de un territorio autónomo perteneciente al reino de Dinamarca. En ese sitio perdido en los confines del Ártico muy pocas cosas funcionan como lo hacen en el resto del planeta, y el más popular de los juegos no tenía por qué ser la excepción. Por eso, y aunque los hinchas sean seguidores fervientes de las ligas europeas -principalmente, la Premier inglesa-, es posible que su selección se asome al fútbol internacional a través de la Confederación de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe.
“Es un sueño de niño que va a hacerse realidad”, decía Patrick Frederiksen, capitán del combinado nacional poco antes de enfrentarse a Turkmenistán durante un torneo amistoso que el equipo disputó en junio en Turquía. Apenas unas semanas antes, la KAK -Kalaallit Arsaattartut Kattuffiat, o Asociación de Fútbol de Groenlandia- había presentado de manera formal su solicitud de ingreso a la CONCACAF, un hecho que en principio puede sonar sorprendente, pero no lo es tanto cuando se mira un mapa. La distancia desde Nuuk, la capital de la isla, a Toronto, en Canadá, es de 2.864 kilómetros, unos 500 kilómetros menos de los que la separan de Copenhague, la capital danesa. Aunque la razón de fondo es otra bien distinta: mientras del lado americano no piden demasiados requisitos de afiliación, la UEFA exige tener un estadio capacitado para recibir encuentros internacionales, y el de Nuuk, donde la selección suele jugar de local, apenas puede albergar a 2.000 personas.
Hasta ahora, la historia del combinado groenlandés es muy limitada. Si bien la federación existe desde 1971, el representativo de los inuit del Ártico recién disputó su primer encuentro en 1980 (perdió 6-0 ante Islas Feroe). Desde entonces, su empeño en organizar partidos amistosos suele chocar con la falta de fechas disponibles, o de interés de los potenciales rivales por enfrentarse a un equipo amateur sin historial ni resultados que enseñar.
Así, la mayor actividad de la selección se encuadra dentro de los Juegos de las Islas, un símil de competición olímpica bianual que agrupa a territorios no soberanos pertenecientes a diversos países, casi todos europeos. Groenlandia fue finalista en fútbol en las ediciones de 2013 y 2017, aunque ninguna de las dos veces logró quedarse con el título. Pese a ello, sus estadísticas contra selecciones que no son miembros de la FIFA no son del todo malas: 24 triunfos (entre ellos, 2 sobre el equipo de Malvinas), 9 empates y 33 caídas. En cambio, frente a combinados que compiten habitualmente frente a adversarios de mayor nivel por estar insertas en la casa madre del fútbol mundial, los números empeoran mucho: 2 victorias (ambas sobre Gibraltar), 1 empate ante Feroe y 12 derrotas.
La necesidad de mayor roce internacional es sólo uno de los motivos que impulsan a todos los implicados en el fútbol groenlandés a buscar una entidad que les permita ingresar al carrusel de la FIFA. “Jugar apenas cinco meses al año no es suficiente. Algunos de nuestros futbolistas están en Dinamarca o Islandia. Es importante que jueguen afuera de la isla, pero para llevar el fútbol de Groenlandia a un nivel superior es necesario que los jóvenes tengan algo que esperar para soñar en grande”, señala Morten Rutkjaer, entrenador de la selección desde 2020. La otra razón que empujó a solicitar el ingreso a la Concacaf es más política: “El orgullo nacional está relacionado con la idea de la independencia, por lo que poder jugar partidos de fútbol internacional significará muchísimo para nosotros”, afirma Kenneth Kleist, presidente de la KAK.
Los mayores obstáculos para cumplir las pretensiones de dirigentes, jugadores e hinchas están, por supuesto, en las condiciones atmosféricas y geográficas. Con 2.650 kilómetros de largo y cerca de 1.000 de ancho, moverse de un punto a otro de la isla es todo un reto. Por eso, el torneo local que se disputa entre mayo y septiembre se divide en dos fases. Una primera en la que se celebran cinco torneos regionales; y una final de ocho equipos reunidos en una única ciudad.
La superficie de juego es, tal vez, el principal inconveniente. La mayoría de las canchas son de tierra o cenizas. Existe un único campo de césped natural, situado en Igaliku, localidad del sur en la que el clima es algo más amable; y el sintético se demostró inservible, por su aspereza y porque el musgo y el agua del deshielo lo convierte en un barrizal en el que el fútbol se torna impracticable.
La solución podría ser el césped artificial, más suave y manejable, pero resulta extremadamente caro. En septiembre de 2010, con el apoyo de la federación danesa de fútbol y del Proyecto Goal de la FIFA, que financió el 80 por ciento de los gastos, se construyó en Qaqortoq, también en el sur, un campo con esas características. “Esto nos permite escribir un nuevo capítulo en nuestra historia”, se entusiasmó Nuka Kleemann, presidente de la Federación de Deportes de Groenlandia, el día de la inauguración, pero el proyecto no tuvo continuidad. La cancha costó 500.000 dólares, una cifra inalcanzable para la KAK.
“Tener un campo con techo” se convirtió así en una obsesión para el técnico Rutkjaer, aunque el asunto no parece ser prioritario para el gobierno local, pendiente desde hace años de la posibilidad de independizarse de Dinamarca, y a partir de ahí manejar la explotación de metales raros que yacen bajo los hielos y son apetecidos por todas las potencias económicas del planeta. El paso, sin embargo, no es ni será fácil de dar. La posición geoestratégica de la isla complica cualquier alternativa de futuro, igual que la ancestral defensa del medioambiente que sostienen las diferentes comunidades que conforman su población.
A la juventud groenlandesa la situación política puede preocuparla en mayor o medida, pero mientras tanto quiere que el fútbol se desarrolle en su isla, poder jugar más tiempo y en mejores condiciones. Por eso, el posible ingreso a la CONCACAF ha sido para las nuevas generaciones la noticia del año, la ventana que, como al capitán Patrick Frederiksen, puede facilitarles el cumplimiento de sus fantasías de la niñez: ver, y quizás algún día integrar, la selección de su país en un partido de eliminatorias para un Mundial o una copa continental. Porque en Groenlandia, el frío, la nieve y el viento pueden impedir muchas cosas, pero en ningún caso, acabar con los sueños.