Murió Omar Palma, una bandera de Rosario Central con el talento único del potrero
“Palmita” lo llamaba su gran mentor, el hombre que creyó en las condiciones de ese morocho retacón que era parte de un rejunte de futbolistas juveniles sin espacio en el club en el que luego se convirtió en leyenda. Don Ángel Tulio Zof siempre tuvo debilidad por los jugadores de las inferiores de Rosario Central, y con Omar Palma, que murió este martes, a los 66 años, desanduvo momentos épicos y de gloria para los canallas. El Tordo, como lo apodaron a los 13 años, apenas el chaqueño de Campo Largo ensayó su primera práctica en un predio auriazul, había sufrido hace una semana un accidente cerebro vascular que derivó en la internación en grave estado en la Unidad de Terapia Intensiva del Hospital Italiano, de Rosario.
Palma deslumbró en las canchas con sus gambetas, precisión, goles, amplio panorama en una época dorada en la que era una distinción llevar el dorsal N°10, y temperamento para calzarse la cinta de capitán en el brazo izquierdo. Rosario Central fue su hogar, el espacio en el que debutó y se retiró como jugador, el reducto donde se estrenó como director técnico en una campaña breve en tiempos oscuros de la B Nacional y el espacio en el que lideró las divisiones inferiores como coordinador general. El equipo al que aprendió a amar a los nueve años y al que acompañó hasta el domingo pasado, cuando junto a Miguel Russo, José Coco Pascuttini y José Luis Puma Rodríguez observó los clásicos de las divisiones inferiores de la AFA en la ciudad deportiva de Granadero Baigorria. Se marchó un ídolo, el jugador con más títulos en el club y que fue bandera en la cancha y lo es en la tribuna, donde su cara redonda y sonriente seguirá flameando y guiará la pasión por el buen fútbol. Un símbolo eterno en el corazón de los canallas.
Fútbol en estado puro derrochó Palma. Hasta aquella noche de junio de 1999, cuando Rosario Central le brindó un partido homenaje con Don Ángel y César Luis Menotti en los bancos de suplentes. Plaquetas y ovaciones en el Gigante de Arroyito para el jugador que levantó la única copa internacional que disfruta la ciudad, después de protagonizar una remontada épica e histórica frente a Atlético Mineiro en la Copa Conmebol 1995: de 0-4 en el Mineirao a 4-0 en Rosario, y los penales para desatar la locura en una fecha que es icónica en la liturgia de los canallas: 19 de diciembre.
Un ilustre que se estrenó frente a Boca, en la Bombonera, en 1979; como titular lo hizo con goleada frente a Newell’s, en las semifinales del Torneo Nacional 1980. “Tome pibe, juegue”, la indicación de don Ángel, al que se lo había apuntado Marcelo Pagani, cuando dirigía un equipo C de cuarta división. El Viejo lo disfrutó en su esplendor y de regreso de México lo relanzó como volante central y así estiró su estancia en las canchas hasta los 40 años.
Con la camiseta que amó jugó 390 partidos, siendo el tercero en la estadística, detrás de Jorge José González (521) y Alfredo Fogel (423); convirtió 64 goles y en los encuentros decisivos el Negro frotaba la lámpara: en la serie final con Racing de Córdoba para la consagración en el Nacional 1980; frente a Villa Dálmine, en el ascenso; contra Temperley, para la vuelta olímpica en la temporada 1986/87, y en la definición por penales con Mineiro en la Conmebol 1995. Un elegido.
“Ligué, me tocaron con la varita mágica”, recordaba esas rarezas quien valoró sus cuatro conquistas con los canallas y un gol que no valió un título, pero que tiene una significancia singular en Rosario. “En el podio, arriba la Conmebol. Por todo lo que significó para nosotros, porque algunas cosas solamente los jugadores y el cuerpo técnico sabían en ese momento. Para jugar en Calama tardamos como un día para llegar y hasta pusimos plata de nuestro bolsillo con el Polillita [el uruguayo Rubén Da Silva] y los más grandes. Después, el campeonato del 87, con don Ángel y ese equipazo, porque en la primera rueda estábamos en la mitad de la tabla; además me eligieron mejor jugador del torneo y fui el goleador [anotó 20 goles]. Y tercero en mis preferencias está el gol de tiro libre en el clásico de 1995, porque me estaba por retirar y nunca había podido hacerle un gol a Newell’s”.
El gol en el clásico de 1995
Nació el 12 de abril de 1958 al lado del Impenetrable; hijo de Mercedes y Gerónimo. Cuando tenía siete años la familia se marchó de Campo Largo, un pueblo de hacheros y campesinos, con destino Rosario. El viaje, una fascinación. “Nunca había visto un tren y tardamos como un día en llegar”, recordaba Palma, que primero se afincó en la villa de Empalme Graneros y luego en el barrio Sarmiento, muy cerca del Gigante de Arroyito: “Ahí empecé a querer mucho a Central, porque todos andaban con la camiseta: jugaba en el club y después del colegio iba a la cancha vieja a ver los entrenamientos de la Reserva y la Primera”.
La carrera de jugador consagrado tuvo un inicio a los tumbos: siempre arrancó de suplente en las inferiores y por esa razón en su cabeza rondó la idea de dejar el fútbol. El dinero escaseaba y Omar se daba maña para aportar unos billetes a los padres: trabajó como ayudante de plomero, gasista, albañil… También en una verdulería y como letrista en un taller en Arroyito.
La picardía y el deslumbramiento que enseñaba al jugar hizo que lo invitaran a los campeonatos Relámpagos en la villa, por dinero, cuando apenas tenía 15 años. “Ya estaba en el club y no querían que los más grandes me golpearan o me lesionaran. El tema era que yo podía ganar en esos torneos mil pesos, que era muchísima plata para la familia. Ahí te das cuenta de quiénes te cuidan, de los que te aconsejan bien”, apuraba, y usaba de ejemplo su experiencia para alertar a los juveniles cuando coordinó durante tres años las inferiores de Rosario Central.
El Negro Fontanarrosa definió con exactitud lo que era en la cancha. “No transmitía, desde su figura, la realidad de un jugador temperamental y duro. Hábil, lujoso, de gran pegada y enorme movilidad, Palma también era un jugador calentón que no rehuía para nada al encontronazo. Sin embargo, la imagen que tengo de él es la de un caño con la suela que le metió no sé a quién, pellizcando apenas la pelota con la punta del botín. Y una de las jugadas más parecidas a la del gol de Maradona a Inglaterra en el Mundial de México la hizo Palma jugando para Veracruz en un amistoso contra Real Madrid: arrancó en la posición de 4, un poco más atrás de donde arrancó Maradona, y se fue gambeteando españoles, dibujando una diagonal larga hacia la izquierda y terminó como 10, eludiendo al arquero para definir con el arco vacío”, escribió en el libro No te vayas, campeón. Equipos memorables del fútbol argentino.
La rebeldía la lucía cuando era líder, capitán, y peleaba por los premios de sus compañeros con dirigentes históricos como el escribano Víctor Vesco, que le tenía adoración al Tordo. El temperamento que reflejaba Fontanarrosa no era antojadizo: Palma es el jugador con más expulsiones en Rosario Central, con 17 tarjetas rojas. Y Vesco, en tono resignado y cada vez que eso pasaba, reconocía: “Sabía que iba a ocurrir, no le pudimos cumplir con sus reclamos”.
Tuvo un ligero paso por Colón en 1986, cuando Rosario Central se quedó medio año sin jugar, tras lograr el ascenso en 1985. También estuvo tres temporadas en River (1987-1989) y cuatro en Veracruz (1989-1992). “River es bravo, más cuando llegás de afuera. Encima yo tampoco le daba bola a nadie: hacía mi vida y punto”, admitía Palma, que como gran espina tuvo no vestir la camiseta de la selección y como máxima tristeza la fractura que lo quitó de las canchas en la campaña del descenso, en 1984.
“Lloré en la tribuna sin poder hacer nada”, confesaba quien hizo del fútbol su pasión y un deporte del que se enamoró: “Es hermoso, pero hay que tomarlo con seriedad. Los hinchas hacen un esfuerzo muy grande para acompañar a sus equipos y el jugador debe ser un buen profesional, entrenarse y cuidarse de manera responsable. Eso es lo que aprendí y me dejó esta profesión”.