Ni el mosquito ni el clima: la pobreza, el otro factor de riesgo para la propagación del dengue

Las viviendas deficitarias y el mal tratamiento de residuos, en la mira de los especialistas
Las viviendas deficitarias y el mal tratamiento de residuos, en la mira de los especialistas - Créditos: @Ricardo Pristupluk

CÓRDOBA.– La Argentina atraviesa la peor epidemia de dengue de la historia, con más de 215.000 casos diagnosticados y 151 muertos, y si bien se trata de una “enfermedad democrática” según la definen los especialistas, admiten que la pobreza la potencia. El vínculo entre dengue y vulnerabilidad social surge de la calidad de las viviendas, el hacinamiento, la forma de almacenar el agua y de tratar o no los residuos. A eso hay que sumar las dificultades para acceder a centros de salud y para comprar repelentes.

Los expertos consultados por LA NACION subrayan que el dengue no es una enfermedad de la pobreza, aunque esta condición la “favorece”. Con 1499 casos cada 100.000 habitantes hasta el 30 de marzo, Chaco se encuentra segundo en el listado de los conglomerados más afectados. En esa provincia, Gran Resistencia es el área más pobre de la Argentina con 65,2% de habitantes en esa condición, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec); siempre considerando la tasa de infectados, lidera el ranking Catamarca (1646 cada 100.000 personas), que tiene un 45% de pobres, y aparece en tercer lugar Formosa (1454/100.000), donde la población bajo la línea de pobreza asciende al 46,9%. Las tres zonas, además, pertenecen en la región norte, donde el dengue ya es endémico.

El infectólogo Eduardo López repasa que la Argentina viene de cinco años de dengue: “Decimos que los brotes se dan cada tres años. Hemos tenido tres desde 2019. Ya se nos pegó. Históricamente se consideró una enfermedad de climas subtropicales y tropicales; con el cambio climático y la deforestación se urbanizó, entró a las grandes ciudades”.

El 92% de la población argentina es urbana. María Victoria Boix, directora de Ciudades del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), precisa que uno de cada tres hogares en la Argentina presenta problemas graves en su vivienda. De ese total, un tercio tiene condiciones “tan malas” que requieren de una vivienda nueva, mientras que el resto tiene inconvenientes cualitativos, por ejemplo, falta de conexión a un servicio básico como agua, luz o cloacas y hacinamiento crítico (más de tres personas por habitación). Esos problemas son los que profundizan las posibilidades de contraer dengue.

Del último censo se desprende que 93% de las viviendas particulares tienen agua de cañería, pero 16% no accede vía red y 43% no cuenta con cloacas. Boix apunta las “altísimas diferencias” que existen por provincias. Por ejemplo, en Misiones, el 77% no tienen cloacas mientras que en la ciudad de Buenos Aires esa cifra cae a 1,5%.

Señala que, en las últimas décadas, en la Argentina se dio una expansión “desordenada” de las ciudades con dos fenómenos: más villas y asentamientos, y más barrios cerrados. “Hay más de 6000 barrios populares en los 33 conglomerados urbanos del país –añade–. Hay una situación crítica; el 90% no tiene agua corriente, el 97% no tiene red cloacal, el 99% no tiene gas y el 66% no accede a la energía eléctrica formal. Los dos primeros ítems son cruciales para la salud; en el área metropolitana de Buenos Aires (AMBA), 85% de los barrios populares están expuestos a factores de riesgo”.

Relación “absoluta”

Adolfo Rubinstein, director del Centro de Implementación e Innovación en Políticas de Salud (Ciips) del Instituto de Efectividad Clínica y Sanitaria, y exministro de Salud de la Nación, sostiene que hay un “vínculo absoluto” entre pobreza y dengue. Plantea que existen diversas capas de factores, desde lo que tiene que ver con lo geográfico y lo climático y, entre los determinantes “más importantes”, aparecen los sociales.

“En infraestructura pobre hay desde falta de tratamiento de las aguas a falta de recolección de residuos y gente que vive hacinada –dice a este medio–. Así los focos de la enfermedad empiezan a asentarse con más impacto en las zonas más pobres, en áreas no endémicas, en las zonas marginales de las ciudades. No es que solo se enfermen los pobres, pero la proporción es mayor”.

López abunda en que la pobreza “favorece” que la reproducción de la enfermedad sea “más fácil y rápida”, ya que en una habitación donde hay cinco personas el mosquito transmisor pica a más individuos en menos tiempo. “¿Cómo hablar de descacharreo a quien no tiene agua o pedirle que pongan un mosquitero en la cama? No se puede, no tienen cómo”, agrega, y sugiere que, por ejemplo, el Estado podría preparar citronela que como repelente dura menos, pero tiene eficacia, y entregarla a precio bajo o gratis.

Las fumigaciones, según los expertos, son necesarias como estrategia focalizada
Las fumigaciones, según los expertos, son necesarias como estrategia focalizada - Créditos: @Eraldo Peres

Subraya que el problema no se termina con el descenso de las temperaturas, hay que seguir educando y concientizando sobre descacharreo en invierno para que en septiembre “no hagan eclosión” los huevos. Menciona, por caso, que no hay un control de las obras en construcción, que dejan agua de reservorio, lo que es un “foco ideal” para que el mosquito Aedes aegypti ponga los huevos.

Indica además que fumigar “no se discute”, es una práctica que se hace en Singapur, en Miami, en Panamá: “Tiene que ser focalizada, dirigida; mata al individuo adulto por siete días y baja la cantidad de mosquitos, quedan menos”.

Rubinstein comparte esa posición. Explica que el Ministerio de Salud de la Nación cuenta con la base de vectores para hacer bloqueos de manera temprana. Ratifica que hay que desplegar estrategias focalizadas y, cuando se diagnostica un caso, bloquear la zona. “Las campañas de prevención, la concientización de la población, la educación escolar, son urgentes, no pasa por hacerlas cuando tenemos el brote encima”, sintetiza.

Gestión de salud

El médico cordobés Sergio Konig es consultor en gestión de salud y exasesor del Ministerio de Salud de Chile; durante la pandemia del Covid-19, colaboró con el gobierno de Córdoba. Es enfático al aseverar que el dengue tiene que ver con la pobreza de la población y de “quienes gestionan el tema”.

“A diferencia del Covid, en el que todos eran imponderables, al dengue lo conocemos hace décadas –enuncia–. La pobreza genera más condiciones para que se extienda, pero bastaba con hablar con expertos en cambio climático para que nos dijeran que tendríamos cada vez más días de alta temperatura y humedad. Era relevante haberlo previsto; comprar insecticidas, repelentes, repartir rollos de film para que en los barrios carenciados tapen los cacharros; educarlos en el manejo de la situación. El dengue como reproducción del mosquito aflojará con la baja de la temperatura, pero los que fueron picados seguirán complicando”.

Se suma a los otros expertos en reclamar “focalizar” las acciones en los lugares donde hay certeza de que se van a complicar: “Donde hay más vulnerabilidad, hay que hacer fumigaciones en la calle; después de cada lluvia había que hacerlas. Esa era una herramienta relativamente simple y no se hizo. Hay que romper el círculo de pobreza de gestión”.