México y su humillante adiós del Mundial sub-17: goleados por Mali (5-0) sin meter las manos

México, hasta hace no mucho, era una potencia en la categoría sub-17. Así lo demostraban sus títulos de 2005 y 2011, y los subcampeonatos de 2013 y 2019. De alguna forma, servía como una esperanza, un consuelo: en esas divisiones sí se le podía competir y ganar a los jerarcas mundiales. Ahí la distancia no existía, mientras en las selecciones mayores era gigantesca. La frase se volvió un cláscio: "los chavos sí saben jugar y sí sienten la camiseta".

Ahora ese sueño se ha derrumbado. México no da una tampoco en el futbol con límite de edad. La goliza de Mali de 5-0 sobre el Tri sub-17 pone de manifiesto la tétrica realidad mexicana en todas las divisiones. El año pasado se perdió el boleto al Mundial sub-20 y a los Juegos Olímpicos. Y ni hablar de la Selección Mayor, que no sale de una crisis para entrar en otra. Esa es la dinámica de los últimos tiempos: nunca se acaba de tocar fondo.

Qué momentos aquellos cuando México podía vencer a Brasil y Argentina. cuando imponía su nivel y hacía pensar: "Bueno, quizá no todo está mal, quizá tenemos futuro con ellos". Luego pasaba lo mismo: de todo el equipo, destacaban dos o tres, mientras el resto deambulaba o se perdía de plano. Pero el desenlace no era tan emocionante como la antesala, esa expectativa por creer que algo podía cambiar en el futbol mexicano. Y ese espejismo ya ni siquiera existe.

Mali sencillamente fue lo que deberían ser todos los equipos en un Mundial sub-17: un equipo profesional. Es cierto que, a estas alturas, la mayoría de los jugadores todavía no debutan en Primera División. Pero tienen los elementos para hacerlo y se nota el trabajo en equipo, la cohesión de toda oncena que aspire a ser competitiva. Y en esa diferencia radicó la humillación que vivió México en Indonesia. Era un partido entre un equipo profesional contra un equipo semiprofesional. No importaba la edad, porque tenían la misma. Importaban las cualidades, el juego en equipo, la idea futbolística. México no metió ni las manos.

Da para pensar. Si antes, cuando había buenos resultados en estas categorías, los resultados no eran visibles a largo plazo —es decir, en realidad no había utilidad alguna en ser potencia en futbol infantil—, ahora que ni siquiera hay competitividad en esa división, ¿qué le depara al futbol mexicano? Se habla mucho de exportar y de arreglar el sistema mediocre de competencia, pero también ocupa un lugar primordial la formación de buenos jugadores. Ahí México está fallando desde siempre. No es que lleguen por llegar y debuten porque sí. Los jugadores deben dominar los fundamentos básicos de su puesto. No sólo ser buenos: dominar, ser especialistas, que por algo son profesionales.

Y no. No está a la vista ese plan. El momento actual es tan negro que hace recordar con nostalgia incluso las épocas que no tuvieron los frutos deseados. Las generaciones doradas de 2005 y 2011 alumbraron a pocos referentes: Vela, Moreno, dos Santos, en la primera, y mucho más discretos Arturo González y Antonio Briseño en la segunda.

Los menos culpables de todo esto son los jugadores. A los chicos se les notaba la frustración, la desesperación por ver cómo el balón corría a un ritmo que ellos no conocían. Nadie sabe qué pasará en diez años con sus carreras, pero será difícil culparlos: finalmente es el sistema quien los ha condenado a una formación deficiente, a un Mundial sin expectativas y a una goleada para hundirse en el subsuelo de la realidad.

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