Investigación argentina: constatan el relato de capitanes y guías sobre una técnica de la ballena franca austral para comer

Los científicos analizaron el movimiento de duplas de hembras y crías
Los científicos analizaron el movimiento de duplas de hembras y crías

SAN CARLOS DE BARILOCHE.– En 2013 Valeria D’Agostino y otros investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) en el Centro para el Estudio de Sistemas Marinos comenzaron a estudiar la alimentación de la ballena franca austral en el área de Península Valdés. En aquellos primeros trabajos de campo se nutrieron de algunos datos que les aportaban capitanes y guías de avistaje, quienes relataban que diversos ejemplares de la especie realizaban buceos prolongados y luego emergían con barro en la cabeza.

Más de una década después, y en colaboración con National Geographic Exploration Technology Lab y National Geographic Pristine Seas Expeditions, los expertos lograron demostrar por primera vez que, en el Golfo Nuevo, las ballenas francas australes se alimentan mediante buceo de presas de alta calidad.

“Hasta el momento, a través de investigaciones previas, sabíamos que las ballenas francas australes en Península Valdés se alimentaban por filtración superficial y subsuperficial (a menos de 10 metros de profundidad) de zooplancton, principalmente de copépodos calanoideos”, contó D’Agostino, primera autora del estudio publicado en Scientific Reports.

Y añadió: “Sin embargo, durante los muestreos observábamos también que individuos juveniles o hembras adultas realizaban buceos prolongados –con un tiempo máximo registrado de 24 minutos en una hembra adulta– y al emerger tenían lodo en la cabeza, lo cual también había sido observado por capitanes y guías de avistaje que nos contaban sobre este comportamiento. Estos registros sugerían que las ballenas podrían estar alimentándose mediante buceo cerca del fondo, algo similar a lo que se ha documentado en la ballena franca del norte”.

Para poder comprobar científicamente esos comportamientos, los investigadores colocaron (en octubre de 2022) ocho cámaras de video en el lomo de individuos adultos y juveniles mediante una ventosa. No fue fácil disponer las Crittercams, pero luego de varios intentos y algunas cámaras extraviadas en el océano lo lograron.

Fue así que, desde el punto de vista de las ballenas, pudieron confirmar que se alimentan durante esos buceos. “Un hallazgo importante es que las crías bucean a la misma profundidad que sus madres e individuos juveniles, dado que fueron observadas en los videos cerca del fondo junto a sus madres”, señaló D’Agostino.

De izq. a der.: Sebastián Romero (capitán de la embarcación con la que colocaron las cámaras); Valeria D'Agostino, Mariana Degrati (ambas del Cesimar/Conicet) y Kyler Abernathy, de National Geographic Exploration Technology Lab
De izq. a der.: Sebastián Romero (capitán de la embarcación con la que colocaron las cámaras); Valeria D'Agostino, Mariana Degrati (ambas del Cesimar/Conicet) y Kyler Abernathy, de National Geographic Exploration Technology Lab

En esas inmersiones profundas, las ballenas francas australes comen presas de alta calidad que se agrupan cerca del fondo debido a la estrategia de migración vertical diurna del zooplancton. “Se trata de organismos de alta energía, con gran contenido de lípidos”, explicó la investigadora.

Y sumó: “Muchos de los organismos más grandes del zooplancton realizan una migración diaria; de día están en aguas profundas y de noche migran hacia las capas más superficiales para alimentarse. Esta es una estrategia para evitar ser comidos por otros organismos como, por ejemplo, los peces. Pero eso también hace que estén disponibles en gran abundancia para otros consumidores de zooplancton, como las ballenas”.

Los datos

Para el estudio, los especialistas muestrearon a tres individuos juveniles y siete hembras adultas (pares madre-cría). Si bien una hembra y un juvenil permanecieron en la superficie, el resto de los individuos bucearon a profundidades de entre 75 y 115 metros.

Además, en tres de los siete pares madre-cría monitoreados observaron a las crías nadando junto a sus madres cerca del fondo, alcanzando profundidades de entre 73 y 100 metros. “Los datos sobre la inmersión y el buceo de las ballenas nos sorprendieron considerablemente. A través de este estudio, descubrimos que las ballenas, incluyendo las crías, bucean a profundidades mayores que las reportadas anteriormente para esta especie en el Golfo Nuevo”, advirtió la investigadora.

Las imágenes de alta resolución obtenidas por las Crittercams no solo resultan esenciales para interpretar el comportamiento y la respuesta de las ballenas a la ecología de sus presas en el Golfo Nuevo, sino que también evidencian la importancia de Península Valdés como un área de usos múltiples para la ballena franca austral, y no solo como un área de cría y reproducción, como se la suele presentar.

Consultado por LA NACION, Ricardo “Pinino” Orri, guía ballenero y pionero del desarrollo del avistaje de ballenas en Península Valdés, se refirió al hallazgo: “Valeria y su equipo consiguieron demostrar cabalmente lo que nosotros sabíamos empíricamente. Discutí mucho, hace casi cuatro décadas, con el biólogo estadounidense Roger Payne sobre el tema de la alimentación de las ballenas. Él decía que no se alimentaban en el Golfo Nuevo. Y nosotros, que éramos marisqueros en la década de 1980, las veíamos comer. Incluso publicamos un paper con la zooplanctóloga Mónica Hoffmeyer, en 2005, y Payne respondió que las ballenas se alimentaban eventualmente, cuando hay disponibilidad alimentaria”.

El capitán subrayó que antes se creía que las ballenas hacían un ayuno de seis meses durante su estadía en la península, antes de volver a su área de alimentación en la zona subantártica. “Si un ballenato toma 200 litros de leche por día, con un tenor graso del 50%, quiere decir que la madre le pasa unos 3000 kilos de grasa por mes. En seis meses, sacarle 18.000 kilos a un animal que pesa 40 toneladas, implicaría que la madre se fuera de esta zona habiendo perdido la mitad de su peso corporal, hecha una piltrafa”, aseguró.

Orri compartió muchas horas embarcado con D’Agostino y el resto de los expertos del Centro para el Estudio de Sistemas Marinos, ya que formó parte de la logística y la fabricación de los equipos para las mediciones. Al igual que otros guías, también notó hace más de 20 años, en el área de alimentación conocida como El Nido, que las ballenas salían de sus inmersiones con la cabeza llena de barro.

“En aquella época teníamos poco instrumental y tecnología, así que celebramos el trabajo que hicieron Valeria y su equipo. Eso permitió un descubrimiento supremo, que es que el cachorro –que pensábamos que no podía bajar tanto– acompaña a la mamá hasta el fondo”, se emocionó Orri.

Finalmente, D’Agostino puso el acento en las aplicaciones derivadas de los datos obtenidos tras la investigación: “En primer lugar, permiten una gestión más precisa y efectiva de las áreas marinas protegidas, asegurando que se conserven no solo las especies carismáticas como los mamíferos marinos, sino también todos los componentes del ecosistema, incluyendo aquellos en la base de las redes alimentarias. Además, esta información puede ser utilizada para desarrollar políticas de conservación que consideren la disponibilidad de presas y la salud del ecosistema en general. Esto es crucial para mantener la biodiversidad y la sostenibilidad del hábitat marino en Península Valdés, contribuyendo a la preservación a largo plazo de la ballena franca austral y otras especies dependientes del mismo entorno”.