La intimidad del campeón en Maroñas: El Kodigo, el caballo que corre, cura y hace emocionar
MONTEVIDEO.– La puerta del box número 47 se abrió en la mañana, ya con el sol dejando su marca sobre el hipódromo de Maroñas, y desde allí surgió El Kodigo. El caballo que el lunes 30 de diciembre había llegado en un vuelo desde Ezeiza como abanderado de la tumultuosa delegación argentina ingresó aquella tarde a su lugar asignado en la Villa Hípica después de que el triunfo en el Carlos Pellegrini se le había escurrido a pasos del disco. Este martes amaneció como el héroe del Gran Premio José Pedro Ramírez.
Llevado por Mario Alegre, su peón, caminó recibiendo mimos en el pescuezo unos metros hasta un sector parquizado de esa parte del predio. Se estacionó, dio unos mordiscos al césped y se acercó hasta donde estaba parte del equipo encabezado por Juan Franco Saldivia, el entrenador. Ya habían quedado atrás los festejos prolongados de la noche previa, tras la victoria en la carrera más importante del turf uruguayo, pero sobre el pasto estaba apoyado el mayor testimonio de esa hazaña, la enorme copa. Hubo más caricias de quienes lo rodeaban, algunas fotos y el sentimiento de curiosidad del campeón, que fue acercándose al trofeo hasta poner su hocico dentro. Como si ya supiera que era el principal dueño.
El Kodigo es el caballo que nunca defrauda. Ni cuando pierde. En lo estadístico tiene nueve victorias –incluidos cinco grandes premios– en 14 carreras y en tres ocasiones quedó a las puertas del éxito. A su alrededor, hay un sinfín de historias que se revivieron en las horas siguientes al triunfo de la noche del lunes, en una parrilla en Carrasco donde la repetición de la carrera se veía en un televisor y se cantaban en casi todas las mesas las canciones que acompañaron a la selección argentina en su consagración en Qatar. Era como haber ganado el Mundial. Así se sentía.
De 4 años, el zaino es hijo de I’m Moving On, una yegua que el stud Juan Antonio tuvo compitiendo con buen suceso en las carreras de velocidad y, tras su retiro, se convirtió en madre fundadora del haras, en Arteaga, Santa Fe. Se emociona Roberto Vignati al recordarlo. “Es muy generosa, me sigue dando buenos caballos. Y después todo lo que vino, lo que crecimos, el equipo que formamos”, repasa, ya más tranquilo. La tarde del lunes había comenzado con malas noticias, por la lesión de Santiago Canalla, el otro ejemplar que llevó la caballeriza, que debió ser desmontado durante el Gran Premio Pedro Piñeyrúa (G3) por una fractura que, posiblemente, obligará a retirarlo del entrenamiento. Antes del Ramírez, no había buenas señales. Todos los representantes argentinos habían estado lejos del primer puesto.
“A esta altura, quiero que llegue sano”, se animó a exteriorizar el criador y propietario cuando El Kodigo iba camino a las gateras. Unos minutos después, tras el Ramírez, todo era algarabía. “Este caballo es el símbolo de nuestro turf: cuando todo parece que va mal y las cosas se complican, saca el corazón y genera todo esto”. Hasta el presidente charrúa Luis Lacalle Pou, que en marzo finaliza su mandato, se acercó a felicitarlo y le hizo una broma: “¿Así que vos sos el Loco?”. Vignati le respondió: “Un poco loco hay que estar para dedicarse a esto”. La reminiscencia de ese instante también estuvo de mesa en mesa la noche del festejo.
El Kodigo es, además, el caballo de la reconstrucción profesional y del ánimo de Gustavo Calvente, el jockey que no paraba de llorar mientras agitaba la bandera nacional en los estribos del zaino durante la foto tradicional. Se le hace un nudo en la garganta cada vez que se le pide hablar de su SPC más mimado. Lo acompañaron, como siempre, su mujer Erica y sus pequeños hijos, Olivia y Rocco. De regreso a la Argentina, lo esperaban sus padres en la costa para más abrazos, llantos y unas semanas de vacaciones. “Tengo un caballo maravilloso. En el Pellegrini tenía todas las contras, porque le tocó una mala largada y sufrió un corte antes de llegar a la recta que todavía le está cicatrizando. Superó todo y ganó en Uruguay”, subraya. Enseguida, otra confesión: “Yo reviví con los triunfos de El Kodigo desde 2023, cuando no sabía si iba a poder volver a correr”. Hay un contexto: en marzo de ese año le detectaron un cáncer de testículo y lo debieron operar a los tres días. La inmediatez de la intervención evitó que se ramifique. Unos meses más tarde regresó a las pistas y le costaba ponerse en ritmo. Allí, este caballo apareció en su vida. Grandes triunfos para sentir que las condiciones siguen intactas, a los 37 años, a más de dos décadas de haber dejado su ciudad natal, Rojas.
Para Saldivia, el entrenador, fue el segundo éxito seguido en la carrera emblema uruguaya. Había ganado con Ever Daddy en 2024, haciendo la misma travesía desde Palermo. Ya no es sólo un gran alumno de una leyenda como Roberto Pellegatta. El maestro puede estar orgulloso de su creación. “Veníamos golpeados porque los caballos que viajaron no estaban respondiendo y eso me preocupaba un poco; la cancha no la estaban tomando bien. Pero gracias a Dios, El Kodigo puso su clase para lograr lo que logró. Es fuerte, corre en todos lados y cuando los demás se cansan, sigue. Aunque tuvo varias carreras exigentes seguidas, necesita correr, necesita entrenar y no le gusta ni siquiera estar descansando”, recreó rodeado de periodistas, antes de emprender al mediodía la vuelta en barco. Satisfecho con la repetición de su conquista, vivió los festejos sin salir del perfil bajo y esperando el abrazo con su mentor en Buenos Aires.