¿Por qué no hay más gente resentida con el Manchester City?

MÁNCHESTER, Inglaterra— El silencio se extendió de un extremo al otro del Etihad Stadium, como una ola de progresiva comprensión. El ruido de fondo que una multitud no puede evitar generar —el estruendo y el murmullo de 20.000 conversaciones separadas— desapareció. Se hicieron cálculos. Se sacaron conclusiones.

Durante la mayor parte de la noche del miércoles, la suposición natural era que el Manchester City vencería al Real Madrid y alcanzaría otra semifinal de la Liga de Campeones. El City de Pep Guardiola estaba creando tantas oportunidades que la victoria parecía, realmente, una inevitabilidad estadística. Incluso cuando el empate forzó la prórroga, el partido se sentía extrañamente impasible. El City falló otra oportunidad clara. No importa. La próxima llegaría pronto.

La idea de que hubiera otro desenlace disponible no parecía habérsele ocurrido a nadie, hasta el momento en que Bernardo Silva y Mateo Kovacic fallaron sus penales en rápida sucesión y de repente el City se encontró al borde del abismo. La posibilidad de la eliminación parecía tan descabellada que su llegada fue casi una sorpresa.

Un momento después, Antonio Rüdiger se lanzaba, ya sin camiseta, hacia un grupo de delirantes aficionados del Real Madrid. Jude Bellingham lideraba cánticos en su segundo idioma. Y las esperanzas de Guardiola de retener el trofeo de la Liga de Campeones se habían desvanecido. Estaba de pie en el círculo central, luciendo algo perdido. “¿Qué más podríamos haber hecho?”, preguntaría más tarde.

Durante un tiempo se sintió como si el Manchester City hubiera logrado tanto, tan rápido, que había tenido que empezar a inventar desafíos a enfrentar. ¿Guardiola podría ganar títulos sin un delantero? Sí. ¿Y con defensas centrales que en realidad son centrocampistas? También, sí. ¿Podría crear un equipo capaz de sumar 100 puntos, ganar todos los trofeos nacionales o lograr un triplete? Sí, sí y sí.

La gran ambición para esta temporada era el siguiente paso inevitable. Resultó que el City buscaba el doble triplete, una frase que parecía no haber entrado en el léxico del fútbol antes de este año. Eso, por desgracia, ya se acabó. Es posible que el City tenga que conformarse con el amargo consuelo de convertirse en el primer equipo de la historia en ganar el título de la Liga Premier de Inglaterra cuatro años seguidos. Ah, y ganar la FA Cup.

Esto, por supuesto, es precisamente lo que los dueños del City en Abu Dabi se propusieron hacer cuando invirtieron por primera vez en el club hace 16 años. El objetivo siempre fue crear un equipo tan exitoso, tan pulido y tan impecable que el simple hecho de ganar el otrora legendario doblete del fútbol inglés llegara a ser visto como una especie de anticlímax.

Y, sin embargo, desde el principio, también cabía preguntarse si no habría habido algún malentendido. La recompensa por ese tipo de dominio en el fútbol no es el aplauso universal y el afecto masivo. Sí, por supuesto, ganar más trofeos significa obtener más aficionados. Pero también, tradicionalmente, significa ganarse más enemigos.

El grupo propietario del City ha anulado todas las convenciones, ha ignorado todos los costos y ha superado todos los obstáculos. (Tampoco siempre ha estado especialmente preocupado por seguir las reglas, según ha acusado la Liga Premier). Ha construido una red de múltiples clubes que abarca todo el mundo. Contrató a Guardiola, el entrenador más destacado de su generación, y transformó el club según sus especificaciones exactas.

Ha funcionado. El City, como dice el lema aprobado por el propio club, es el “mejor equipo de la nación y del mundo”. Tiene los trofeos para demostrarlo. Pero, curiosamente, no tiene el odio. Para ser una potencia hegemónica, el City no parece inspirar mucha animosidad. Ciertamente no existe un equivalente al movimiento Anyone But United (“Cualquiera menos el United”) que fue breve y —y que hay que reconocerlo— amargamente popular a principios de siglo.

La explicación más amable para este fenómeno es que el estilo de juego inculcado por Guardiola es tan suave, inventivo y cautivador que es imposible despreciarlo. Dejando de lado el hecho de que esto sobreestima enormemente el grado de racionalidad en el fútbol, no suena cierto: los equipos del Manchester United de Alex Ferguson también jugaron un fútbol emocionante. Y todos los odiaban.

Más convincente es la idea de que, tal vez de manera inconsciente, los fanáticos de todos, excepto los rivales directos del City, entienden que el club no está sujeto a las mismas reglas que todos los demás.

No en el sentido de que el City en algún momento tendrá que refutar los 115 cargos de incumplimiento de las reglas financieras de la Liga Premier que lo han perseguido durante más de un año, sino en el sentido de que de alguna manera es diferente a otros clubes: limpio y fluido, diseñado con precisión científica y recursos funcionalmente ilimitados. El City existe en un mundo aparte.

Este sentimiento fue captado perfectamente por Dario Minden, portavoz de Unsere Kurve, una especie de grupo que congrega a los aficionados organizados de Alemania, mientras intentaba explicar por qué, en cierto modo, era casi mejor que el Bayern Munich ganara la Bundesliga, en lugar de alguien más.

Por supuesto, el Bayern también tiene una ventaja financiera colosal. A los aficionados alemanes también les parece un animal diferente a los demás. “Si el Bayern gana la liga”, dijo Minden, un aficionado del Eintracht Fráncfort, “es casi como si nadie lo hubiera hecho”. El éxito de un rival directo, de un colega comparable, puede doler, pero no tiene sentido preguntarse por qué el ganador de la lotería tiene una casa más bonita que la tuya.

Sin embargo, incluso este razonamiento parece incompleto. La semana pasada, Barney Ronay sugirió en The Guardian que las hazañas de Lionel Messi y Cristiano Ronaldo habían cambiado el estándar con el que juzgamos a los jugadores. Su excelencia es tan consistente, escribió, que un solo mal juego es suficiente para acusar a sus sucesores de fraude.

El City, quizás, también haya cambiado la forma en que juzgamos a los clubes. El equipo de Guardiola no ha perdido ninguno de sus últimos 28 partidos. (La derrota en los penales, si no de forma técnica, al menos espiritualmente, no cuenta). Rodri, su mediocampista central, no ha perdido un partido con los colores del City en más de un año. Ninguna de estas cosas es normal.

Pero Guardiola y sus jugadores se han acostumbrado tanto a este tipo de hazañas que, al igual que Messi y Ronaldo, han cambiado nuestras expectativas sobre lo que se necesita para ganar un campeonato, sobre lo que significa ser “bueno”. Al hacerlo, han cambiado –elevado– el estándar al que se somete a todos los demás.

El pequeño grupo selecto

Y es así como, finalmente, el torneo que el mundo estaba esperando comienza a tomar forma. No, ese no. Ni ese. Se trata de la Copa Mundial de Clubes de la FIFA ampliada que se celebrará, como todos los demás torneos importantes de fútbol, en Estados Unidos en 2025.

Estrictamente hablando, como periodista de poco más de 40 años, debería oponerme vehementemente al concepto de una Copa Mundial de Clubes de la FIFA ampliada. El hecho de que la idea viniera de Gianni Infantino, por ejemplo, es por lo general una señal de alerta. Además, hay un problema muy evidente: las enormes sumas de dinero que se espera que el torneo genere para los 24 equipos participantes parecen el tipo de ganancia adicional que podría distorsionar enormemente los torneos nacionales, en particular en Asia, África y América del Sur.

A pesar de esas cosas, sigo siendo básicamente un agnóstico. Darle a más equipos de fuera de Europa la oportunidad de jugar contra equipos de Europa —y sí, recompensarlos financieramente— es un paso positivo. Podría ayudar a equipos como el Palmeiras, uno de los participantes sudamericanos confirmados, a mantener a sus jugadores alejados de las garras de Europa por un tiempo más, y eso es, recalco, Algo Bueno.

Sin embargo, entonces, la lista de participantes europeos parece un tanto, digamos, extraña. Han sido seleccionados, según los criterios de la FIFA, en función de sus actuaciones europeas durante los últimos cuatro años. Se permite un máximo de dos equipos por país.

Esto tiene sentido en teoría, pero se traduce en que la Juventus, que actualmente no es para nada uno de los dos mejores equipos de la Serie A, será uno de los representantes de Italia y el Chelsea, que ha pasado la mayor parte de los últimos dos años siendo un chiste, estará allí en nombre de la Liga Premier. El FC Porto y el Benfica también están allí, lo que pareciera que supera el estatus del fútbol portugués.

Cualquier torneo nuevo necesita obtener legitimidad inmediata para poder sobrevivir. Quien aspira a coronar a un campeón mundial debe, por definición, sentirse exclusivo y selecto, un reflejo exacto del equilibrio de poder en el fútbol durante los últimos cuatro años. Y, con todo respeto, la posibilidad de que el Chelsea se enfrente a la Juventus en cuartos de final el próximo verano realmente no logra ese cometido.

Honestidad admirable

Ilkay Gundogan podría haberse quejado a gritos, como todos los demás. Podría haber culpado al árbitro. Podría haber provocado críticas e insinuar que el Barcelona había sido eliminado de la Liga de Campeones por alguna nefasta coalición de fuerzas oscuras. Después de todo, ese tipo de retórica ha surgido con tanta frecuencia en el club en los últimos años que solo se puede asumir que es parte de su entrenamiento de medios.

En cambio, Gundogan dirigió su indignación hacia sus compañeros de equipo. Por supuesto, no mencionó nombres, pero dejó claro que pensaba que Ronald Araújo era el único culpable de su expulsión del martes contra el Paris Saint-Germain, que João Cancelo había cometido una tontería al conceder un penalti innecesariamente barato y que quien se suponía debía impedir que Vitinha recorriera casi 20 metros de césped y unos cinco minutos para elegir su lugar antes de su gol decisivo podría haber hecho un mejor trabajo al respecto.

Los jugadores, directivos y ejecutivos —y todos los demás involucrados en el fútbol— toman el camino fácil con demasiada frecuencia. Buscan excusas y cazan chivos expiatorios. (El hecho de que por lo general se le eche la culpa al árbitro ha sido un factor importante en la creación del ambiente tóxico en el que trabajan actualmente los colegiados). En última instancia, todo esto es impropio de los atletas profesionales. Es tu rendimiento. Hazte cargo. Admite tus errores, reconoce que podrías haberlo hecho mejor, esfuérzate más. Como demostró Gundogan, es intensamente refrescante cuando lo haces.

c.2024 The New York Times Company