Comitancillo, bastión de la cultura maya mam, encuentra un alivio agridulce en la migración hacia EE.UU.
La conexión entre Estados Unidos y el municipio indígena de Comitancillo, ubicado en la región occidental de Guatemala, es tan íntima como la adherencia que hay entre los frijoles y las tortillas en la dieta alimenticia mesoamericana. En los últimos años los pobladores jóvenes de esta localidad han migrado en su mayoría hacia suelo estadounidense, lo que ha permitido sacar a flote la economía local. Esta es a la vez una pérdida de capital humano que se convierte en una amenaza que preocupa a la comunidad maya mam.
En cualquier aldea de Comitancillo, en el departamento de San Marcos, es fácil localizar habitantes que tienen algún familiar en Estados Unidos, la mayoría ha encontrado un hogar en estados como Ohio, New York, Mississippi, Florida y Maryland. Este municipio está ubicado a 176 millas al occidente de la Ciudad de Guatemala, la capital de la nación. Atravesando carreteras estrechas y calles de terracería en medio de montañas, en vehículo se tarda un poco más de seis horas en llegar, encontrando en el camino la ciudad de Quetzaltenango, la segunda más importante del país.
A la edad de 15 años, Alexander Pérez pensó en migrar. Había conversado con un tío en New York que lo recibiría. Al ingresar a la universidad y establecer un proyecto de producción audiovisual todo cambió. No obstante, su hermano menor cuando cumplió 18 años se fue al norte. “Mi hermano quería estudiar medicina, pero por cuestiones económicas no pudo seguir”, dijo Pérez, de 25 años. Eso ocurrió hace poco más de dos años.
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Al estar desempleado, a principios de 2023, Marlon Marroquín también vio como alternativa la migración. Abandonó ese pensamiento luego de ser contratado como chofer en una empresa de taxi, transportando pasajeros en un diminuto auto conocido como tuk tuk; sin embargo, al mes de estar ahí un primo salió para New York. “No hay mucho trabajo”, apuntó Marroquín, de 18 años.
El reloj marca las 7:48 a.m. Una mujer acomoda una blusa a un maniquí en un negocio de ropa frente a la iglesia católica. A esa hora pocos consumidores y transeúntes circulan en el mercado. La vendedora aprovecha para terminar de colocar cinturones, mochilas y gorras mientras espera a los primeros clientes de la jornada.
“Recibe su bendición”, se escucha decir al sacerdote en el parlante de la iglesia.
Los comerciantes de verduras también desempacan sus productos frescos. Tienen tomates, elotes, cebollas, zanahorias, repollos y aguacates.
“Los declaro: ¡marido y mujer!”, resonó desde el templo.
Mientras el párroco oficia la ceremonia nupcial, en las bancas de la entrada de la iglesia hay unos menores que juegan en el celular. En el recinto se observa a un grupo de niñas que lucen sus vistosos trajes indígenas, en cambio los niños llevan zapatos tenis, pantalones vaqueros y suéteres al muy estilo occidental.
Después de entonar un par de cánticos y despedir a los contrayentes, el sacerdote Mario Aguilón cuenta en entrevista con este periódico que estaba preparando un viaje a Estados Unidos.
“Me invitaron a Mississippi”, dijo el religioso, indicando que desde el 2001 realiza visitas frecuentes al sureste estadounidense, debido a que muchos feligreses maya mam se han establecido en esa región. “La mayoría es de aquí, yo llego allá y todos hablan el idioma mam”, dijo Aguilón, quien ejerce el sacerdocio desde mediados de la década de 1990.
En más de 10 años en la parroquia de Comitancillo, Aguilón ha sido testigo del fenómeno migratorio, en particular porque los habitantes acuden a pedir “la bendición” previo a la travesía. “Es algo que uno no quiere, pero la gente viene aquí a pedir bendiciones, a pedir oración”, dijo el sacerdote. “Todos los domingos vienen de ocho a diez personas, en la pandemia eran más”, aseguró.
Cinco días antes, dijo el religioso, despidió a una familia completa. Una mujer se fue con cuatro hijos, el más pequeño de siete años. Lo que ocurre aquí es reflejo de lo que pasa a nivel nacional en Guatemala. En el 2021, según el Pew Research Center, habían 1.8 millones de personas de ascendencia guatemalteca en Estados Unidos. En el 2000 eran 410,000. El crecimiento es del 336%.
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En el idioma mam el nombre de este municipio es Txolja, significa “entre ríos o entre casas”. En el 2018 contaba con 72,000 habitantes, el 99.5% de ellos es de origen mam. En suelo guatemalteco hay 22 pueblos mayas con su propio idioma y tradiciones. El idioma mam lo hablan más de 500,000 personas en los departamentos de San Marcos, Quetzaltenango, Huehuetenango y Retalhuleu; igual se habla en los estados mexicanos de Chiapas y Campeche.
En este territorio las mujeres visten llamativos trajes elaborados por tejedoras locales, en todo el municipio hay cuatro mujeres que ejercen este oficio. La indumentaria consta de una blusa a la que llaman huipil y una falda conocida como “corte”. El color verde de los bordados del huipil significa la vida de la madre naturaleza y el amarillo representa la energía del sol. También llevan faja y collar, y en la cabeza utilizan un manto colorido que se conoce como perraje o chal.
“La cultura mam es el corazón del pueblo; es la vida, la sangre y la columna vertebral”, indica Glendy Agustín, consultora y traductora maya oriunda de Comitancillo, asegurando que el 95% de la población habla mam. Aquí también practican un saludo sagrado que consiste en tomar la mano derecha de una persona y luego del contacto se lleva la mano a la frente, inclinándose en señal de respeto. “Este saludo significa un intercambio de energía”, indicó.
En medio de este bastión mam ―cuya longitud es de 70 millas cuadradas conformado por 86 aldeas y caseríos― emerge paulatinamente la influencia transcultural. Al entrar al casco urbano son visibles nombres como “Las Vegas” y “Alaska” en las fachadas de los negocios. De igual manera, junto a casas construidas de adobe y techadas con lámina galvanizada, se elevan costosas viviendas de dos plantas hechas a base de hormigón, piedras talladas y finos acabados, al igual que edificios comerciales de tres plantas, que evidencian el aporte económico de la diáspora.
A finales de la década de 1960, la empresaria Leticia Miranda recuerda que Comitancillo era montañoso, las calles polvorientas y todas las viviendas de adobe. En esa época ella era una niña, ahora es propietaria del restaurante que hace 80 años fundó su madre, doña Brígida. Miranda cuenta que su madre tuvo ocho hijos, todos se mudaron a grandes ciudades, solo ella se quedó.
“Antes no habían todas estas casas, ahorita el pueblo ha progresado bastante”, indicó Miranda, de 66 años.
“Ha habido una explosión desde hace unos 20 años”, apuntó.
Esa explosión tiene un nexo con los migrantes. En el casco urbano se estima que alrededor del 80% de los hogares tiene un familiar en Estados Unidos, mientras que en las aldeas es superior al 20%. Abel Marroquín, de 56 años y propietario del Hotel del Campo 3 de Mayo, sostiene que la evidencia son las remesas que impactan sustancialmente a la comunidad. “Las remesas han hecho que nuestro municipio tenga crecimiento económico y salga adelante”, indicó el empresario.
Hace diez años, la estatal Universidad de San Carlos estableció una sede en Comitancillo, ofreciendo carreras de la Facultad de Humanidades. El coordinador Rubén Feliciano explica que esta iniciativa se impulsó para “ofrecer oportunidades a los jóvenes y combatir la pobreza”. En el 2021 tenía 200 estudiantes, pero solo 30 se graduaron con un título de licenciatura. En el 2022 alrededor de 100 terminaron el último año de la carrera, solo 10 se graduaron.
“No logran entrar [muchos] a la universidad porque no tienen los recursos para costear sus estudios”, valoró Feliciano.
“Es una situación muy difícil porque se pierde ese recurso humano calificado”, subrayó.
De acuerdo a la Asociación Maya-Mam de Investigación y Desarrollo (AMMID), en Comitancillo el 90.7% de las familias viven en pobreza y el 44.1% en pobreza extrema, mientras que el 70.5% de niños menores de cinco años sufren desnutrición crónica.
“Es un problema histórico y estructural. El Estado no plantea una estrategia para erradicar o disminuir la pobreza y desnutrición en el municipio”, sostiene Rolando López, abogado y defensor de pueblos indígenas.
Su abuelo y otros habitantes, afirma López, viajaban a pie 31 millas hacia la zona costera de San Marcos, en las décadas de 1950 y 1960. Iban a vender ollas de barro y utensilios de cocina de cerámica, y allá compraban maíz y otros granos. En las décadas de 1970 y 1980 viajaban a trabajar en fincas de café de esa zona, pero en 1990 se fueron a las fincas del sur de México. “A finales de la década de 1990 la gente empieza a viajar a Estados Unidos”, apuntó, coincidiendo con la caída del precio del café.
El tiempo se le hizo interminable a Filomena Crisóstomo, de 44 años. Ella no tenía celular, entonces su hija Blanca Elizabeth Ramírez Crisóstomo se comunicaba por WhatsApp con su hija mayor, Gladys, residente en la capital guatemalteca. “No se preocupe mamá, estoy en Texas, ya vamos a viajar en un furgón”, se escucha en un audio que conserva la familia. Blanca, de 23 años, era la segunda de nueve hijos. En el 2019 se graduó de profesora de educación primaria bilingüe, al no encontrar empleo se mudó a la ciudad capital. Laboraba como empleada doméstica por 191 dólares mensuales. Con esfuerzo, la joven enviaba a su familia $51 mensualmente.
“Ella tenía una mentalidad de superación y responsabilidad”, afirma Filomena en entrevista en idioma mam.
El esposo de Filomena trabaja en la agricultura, cría animales y vende protectores de celulares; sus ingresos no alcanzan. Con el fin de llegar a Nueva York y construir una casa, empeñaron la escritura de una propiedad por 100 mil quetzales ($12,795) para pagar el “coyote”. Blanca salió en febrero de 2022, pero fue detenida y deportada de la frontera estadounidense. Lo intentó de nuevo cuatro meses después. “Dile a mamá que no se preocupe, que se mantenga en oración, estoy en San Antonio”, se escucha en otro audio.
La tragedia del llamado “Tráiler de la Muerte” ocurrió el 27 de junio de 2022. Decenas de inmigrantes fueron encontrados deshidratados y asfixiados. “Presentía que ella estaba ahí”, dijo Filomena con la foto de su hija en las manos. Las autoridades estadounidenses confirmaron que eran 53 fallecidos; 21 de ellos guatemaltecos, Blanca estaba incluida. “Ella fue la única hija con ese gran corazón”, dijo la mujer al recordar a esa joven de delgada figura, cabello lacio y mediana estatura. Luego de la tragedia, Filomena vendió un terreno para cubrir la mitad del préstamo, pero el resto no sabe si lograrán pagarlo o perderán la propiedad empeñada.
“Le dije que no se fuera, que se quedara aquí, pero ella insistió bastante, porque era la única forma de sacar adelante a la familia”, rememoró Filomena entre sollozos.
En un estudio sobre migración, elaborado en el 2021 por las Naciones Unidas en Guatemala, se detalla que los jóvenes encuentran limitadas oportunidades laborales y salarios bajos, por ese panorama poco alentador “cada vez migran más mujeres y personas más jóvenes”, indica el informe basado en el censo poblacional 2018. Asimismo, destaca que los migrantes salen principalmente de los departamentos fronterizos con el territorio mexicano: Huehuetenango, Quiché y San Marcos, donde habitan mayormente comunidades indígenas.
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La migración de la población joven debilita a la comunidad maya mam y puede causar una desocupación de los territorios, afirma Luis Javier Crisóstomo, doctor en educación y autor del libro “El pueblo maya en estos tiempos”, publicado en el 2022. “Hay un corte generacional, ese corte se está reproduciendo allá [en el exterior] y aquí ya no habría la línea que reproduce la cultura de una generación a otra”, aseguró el defensor de la herencia indígena en Comitancillo, lugar donde nació y vive en la actualidad.
En medio de este éxodo otro desafío que enfrentan es la preservación del idioma. Hasta la década de 1970, este municipio era monolingüe, solo se hablaba mam. En la década de 1980 empezó el bilingüismo oral, en la actualidad hay niños que son monolingües en español, resultado del sistema escolar guatemalteco que impone el uso del castellano. De acuerdo al experto, los habitantes adultos de Comitancillo no saben leer ni escribir el idioma mam y tampoco el español.
Crisóstomo, de 64 años y graduado de la maestría en ciencias políticas de la Universidad Rafael Landívar, considera que todo se enmarca en los ataques hacia los pueblos originarios desde la invasión española, y que ha replicado el Estado para “integrar” a los indígenas a la cultura dominante, tal como ocurrió con el decreto presidencial 164, emitido en 1876, declarando como ladinos a los habitantes maya mam de San Pedro Sacatepéquez, en el departamento de San Marcos.
“Las primeras leyes que emitió el Congreso en 1823 fueron contra la cultura. Fue por la fuerza de la ley que empezaron a trabajar para que desaparecieran los componentes culturales y particularmente el idioma”, explicó Crisóstomo, advirtiendo que es fundamental que la cooperación internacional impulse y provea proyectos productivos, tecnología agrícola y desarrollo que permita controlar la migración y preservar la cultura. “Creo que estamos en problemas, pero nos felicitamos a nosotros mismos porque hemos tenido la oportunidad de sobrevivir hasta ahorita”, reconoció.
En una casa desvencijada vive Ángela López, de 53 años. La vivienda, ubicada junto a un arroyo en una hondonada del caserío Las Flores, tiene tres estructuras de madera, adobe y lámina galvanizada. En la pequeña habitación principal hay dos camas, donde ya no cabe un alfiler. A un costado, tiene un corral con gallinas, pollos y chompipes. También tiene seis cabras, que cría y luego de un año las vende para comprar otras.
“Las cosas no volverán a ser como antes”, dice con nostalgia en idioma mam. Ella vive junto a dos hijas, de 13 y 33 años, y dos nietas entre 7 y 10 años. Ángela afirma que su hijo Marvin Alberto Tomás López ha dejado un vacío descomunal. Desde que se graduó de la secundaria, el joven se dedicó a cultivar maíz y a labores de albañilería. En las canchas de fútbol lo llamaban “El Zurdo”, era jugador del club Juventud Comiteca.
“Lo que más quiero es ayudarle”, le decía Marvin a su madre. En un chasquido de dedos, el joven de 23 años se fue a Estados Unidos. El grupo en el que iba fue atacado en territorio mexicano. Unos policías asesinaron a 19 inmigrantes en el municipio de Camargo, estado de Tamaulipas. Estaban a 20 millas de la frontera estadounidense. Por esta masacre, perpetrada el 22 de enero de 2021, sentenciaron a 50 años de cárcel a 11 agentes.
“Ha sido un proceso fuerte, quisiera olvidar este momento”, dijo López entre lágrimas.
“El sueño de Marvin al ir a Estados Unidos era comprar un terreno para cosechar leña”, aseguró.
Ella lo recuerda como un muchacho colaborador, responsable y humilde. Con sus pocos ingresos él ayudaba al hogar, ahora solo la hija mayor de López cubre los gastos. La joven labora como cocinera por un salario mensual de 90 dólares. “Desde que él falleció ha sido bastante difícil”, confesó la mujer, quien para almorzar hizo una sopa de fideos con tomate y tortillas.
¿Quién le ayudó cuando ocurrió la tragedia? Se le preguntó.
“La ayuda fue de la gente, los vecinos y personas en Estados Unidos. De parte del gobierno [nacional] no ha habido ninguna ayuda, la autoridad municipal tampoco”, respondió.
El sol comienza a disipar el frío. A primera hora de la mañana, Manuel Salvador Pérez camina deprisa hacia su trabajo, viste una gorra y un suéter; en su mano lleva un bolso. Se detiene frente al mural ubicado sobre la 7a Calle. Esa pieza de 5 x 16 metros fue encargada por la Red Jesuita con Migrantes al pintor Geovanni Salvador Temaj, al cumplirse el primer aniversario de la masacre en Camargo, en donde más de diez oriundos de Comitancillo fueron ejecutados.
¿Qué representa este mural? Se le pregunta.
“Tristeza por lo que pasó”, contestó Pérez parado sobre una calle empedrada, junto a la obra en fondo blanco que muestra a cuatro personas que van caminando por el desierto. En ella se han plasmado huellas humanas y los nombres de los fallecidos, entre ellos aparece el de “El Zurdo”, el futbolista que era muy conocido en la municipalidad.
Antes de seguir su camino, Pérez indica que tiene un sobrino en Estados Unidos. Asimismo, sostiene que la migración no se contiene porque las condiciones de vida en su comunidad siguen siendo escabrosas. Dice que la necesidad empuja a los pobladores al exilio. “La gente sigue saliendo, realmente la situación del país es difícil”, aseguró.
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Este artículo fue publicado por primera vez en Los Angeles Times en Español.