Boca late, pero ya tiene temor de que la estatua de Juan Román Riquelme caiga sobre su cabeza

Juan Roman Riquelme debe elegir nuevamente entrenador, el quinto desde que es dirigente de Boca
Juan Roman Riquelme debe elegir nuevamente entrenador, el quinto desde que es dirigente de Boca

“ Al hincha, mandarle un abrazo, pedirle disculpas porque no estamos compitiendo como debemos hacer. Tenemos que mirar para adentro, tragar saliva y saber que el fin de semana que viene tenemos revancha de nuevo. Tenemos que empezar a competir como corresponde ”. La frase de un Juan Román Riquelme molesto, incómodo, nervioso refleja a la perfección el momento que atraviesa Boca. Sabe él, leen los hinchas, sienten los que lo rodean -aunque nadie se atreverá a decirlo delante de “Román”- que el latido de la pasión xeneize sacude los cimientos. Oscilan y crujen. Un temblor que mete miedo, tanto que todos ven cómo la estatua se les viene encima y parece que nada podrá evitarlo.

Duele el golpe en el barrio Alberdi, tras la caída ante Belgrano del sábado por la noche. Supura la derrota en la Bombonera ante el River de Marcelo Gallardo. Es un eco ensordecedor. Lastima el traspié con Racing, después de estar en ventaja. Se escuchan los gritos por los reclamos de fallos que pudieron haber cambiado algún resultado. Aunque, en el fondo, Boca sufre por las determinaciones que se tomaron.

Porque Riquelme fue el presidente más votado de la historia del club: 30.318 socios depositaron su confianza en el máximo referente futbolístico de la entidad de la Ribera. Así, cuesta aceptar que ese poder otorgado está castigando el presente y el futuro xeneizes.

Diego Martínez terminó su ciclo y se convirtió en el quinto entrenador que intentó darle forma al proyecto aspiracional de Riquelme. Las formas son las que pondera el presidente; eso se desgrana de su discurso. Asegura que lo desvela la manera de jugar del equipo. Y quizá, ese estilo de conducción se convierte en una enredadera que asfixia, ya que “Román”, en su universo, interpreta que aquellas decisiones que supieron darle gloria a Boca cuando pateaba una pelota pueden ser iguales de poderosas en cualquier ámbito. Tanto en la cancha como en los escritorios.

Sucede que ahora, en el patio de su casa, ya no es suficiente con un taco, un caño de espaldas, una asistencia o un gol de tiro libre. Se necesita mucho más que eso: se trata de pulso, de tacto, de empatía, de política, de templanza, de saber escuchar, de capacidad para saber conformar equipos de trabajo, de poder dejar el ego de lado y comprender que nada ni nadie está por encima de la institución. Nadie.

Cada acción, cada palabra y cada enojo levantan olas. No hay ingenuidad en esta historia, no hay reacciones espontáneas. ¿Quién puede creer que alguien con el peso de Riquelme puede pasar inadvertido si detiene un ómnibus para “charlar” con los jugadores o se expone en el palco de la Bombonera con evidentes gestos de fastidio por un equipo que se ahogó en apatía ante River? ¿Cómo alguien puede suponer que un proyecto deportivo prospere si el autor intelectual le hace saber al mundo que no le gusta cómo se están haciendo las cosas? Y si fuese simplemente un acto vehemente por el amor por los colores, no hace más que exponer que la pelota debajo de la suela no sirve, sino que hay que ponerla debajo del brazo. Que las horas pateando no equivalen al momento en el que los libros y los análisis mandan en la escena.

Riquelme pretende instalar que cuando dice: “¿Qué querés que te diga? Ya habló el entrenador” o “Hay que tener tranquilidad”, alcanza para solucionar un momento crítico. Que el concepto de “tranquilidad”, por ejemplo, disimule la situación de varios jugadores que se lesionan sistemáticamente; que se maquille que todos los entrenadores que tuvo siempre bajo su aura del presidente, sean en realidad, obedientes empleados del “temible Consejo de Fútbol”.

Lo exponen esas elecciones de entrenadores sin espalda (Sebastián Battaglia, Hugo Ibarra, Diego Martínez) y la política de refuerzos (en su mayoría apuestas o jugadores sin pergaminos). Aunque claro, la postura de la conducción parece imperturbable ante lo evidente. Sucede que el cultivo de egos que se germinan entre los “muchachos del Consejo” no les permite dimensionar el papelón de enviar una hora tarde la lista de buena fe de la Copa Sudamericana y que Boca se quedara prácticamente sin variantes de cara al repechaje ante Independiente del Valle. Y que pareciese un detalle que Jorge Bermúdez, Marcelo Delgado y Raúl Cascini estén imputados por encubrimiento y falso testimonio en la causa por abuso sexual del exentrenador del equipo femenino, Jorge Martínez, contra una empleada del club.

Tan embriagado de gloria luce el mandamás xeneize que no se muestra dispuesto a ver la serie de irregularidades y promesas incumplidas que reverdecieron tras la caída con River: el destrato a los socios vitalicios (muchos quedaron sin poder ingresar al estadio); la falta de un proyecto serio con respecto a la ampliación y remodelación de la Bombonera; y el ingreso de cientos de turistas y famosos a la Bombonera sin cumplir ni un solo requisito de los que sí se les exige a los socios. Un problema de larga data que derivó también en una causa judicial que investiga la posible reventa de entradas con la complicidad de Cristian Riquelme (hermano del 10) y al secretario del club, Ricardo Rosica.

Cascini, Bermúdez y Delgado, el trinomio que integró el Consejo de Fútbol
Cascini, Bermúdez y Delgado, el trinomio que integró el Consejo de Fútbol - Créditos: @Prensa Boca

La compleja tarea de encontrar un entrenador para Boca no es casual y resulta inquietante, porque no hay rastros de aquellas épocas en las que los DT se “tiraban de cabeza” por sentarse en el banco xeneize y crece la sensación de que se espantan cuando la oferta llega a sus oídos, porque el desafío no implica sólo dirigir a uno de los equipos más grande de la Argentina, sino que también se trata de tener la permeabilidad para aceptar “sugerencias” y “miradas” elevadas.

Quizá por eso, pensar en un nombre para este nuevo proceso se vuelve todo un interrogante y una tarea condicionada a una infinidad de situaciones. Kily González, Guillermo Barros Schelotto, Gustavo Quinteros y tantos otros, son posibilidades que podrían darle respuestas y torcer el rumbo, aunque claro, todos estará inquietos porque siempre estarán atentos a que la estatua no se les caiga sobre la cabeza.

Entonces, quizá la tarea sea concentrarse en hacerle comprender a “Román” que seguirá siendo el más bostero de todos, pero que no es Boca, sino que es Riquelme.

Juan Román Riquelme, no logra encontrar respuestas a un ciclo que se desfigura a cada paso. (Photo by Marcelo Endelli/Getty Images)
Juan Román Riquelme, no logra encontrar respuestas a un ciclo que se desfigura a cada paso. (Photo by Marcelo Endelli/Getty Images) - Créditos: @Marcelo Endelli