Hecho en Argentina, la liga de los campeones del mundo en disparates
El espectador del fútbol argentino resiste, en un ejercicio de estoicismo imposible de empatar. La confirmación de que en 2025 habrá 30 equipos en la ya mal llamada “primera división”, el último atropello contra la norma básica de cualquier liga mundial relevante -asegurar la competitividad- , vino acompañado de un menú igual de desatinado, algo que se cocinaba a fuego alto en la AFA y se terminó de hornear este viernes: directamente, el año que viene no habrá una liga regular. Esto es, habrá equipos que no se enfrentarán en todo el año, aunque supuestamente compartan la categoría. Un desquicio hijo del formato instaurado en adelante, llamado “Copa de la Liga”, en la que los clubes se dividirán dos veces en el año en dos zonas idénticas.
El dato sería suficiente para reconocer a la liga “de los campeones del mundo” como una caricatura, o a ese slogan como una ironía. Nada más lejos de los campeones del mundo de Qatar que esta manera de gestionar el activo más valioso: lo propio, lo que ocurre acá, tan lejos de las canchas europeas por las que ruedan los consagrados con la camisetas de la selección. ¿Quién le explica al hincha que su equipo jugará menos partidos que en 2024, pese a que nominalmente haya más clubes? ¿Cómo pedirle al socio que pague más dinero por ver menos veces esos colores que lo identifican todos los días de su vida? ¿Qué argumento utilizarán las cadenas de TV dueños de los derechos de televisación para vender el mentado “pack fútbol”?
Quizás, la mejor manera de convencer a los incrédulos o atraer nuevas audiencias alrededor del mundo sea mostrarles a todos lo que Argentina puede blandir como único, incomparable, inimitable: el regreso de los descensos -suspendidos a mitad del río este año, un buen golpe a la seguridad jurídica- será acompañado de una modalidad mixta. O sea, habrá un equipo que descenderá de acuerdo a la posición en la tabla anual -la suma de ambas “Copa de la Liga”- y otro, por lo que indiquen los promedios de las últimas tres temporadas. ¿Promedios? ¿Qué es eso? Habría que buscar su significado en los baúles, allí donde se almacenan objetos que ya no se usan, ni sirven para nada. Salvo aquí, en este bendito país donde los dirigentes del fútbol se obstinan en empeorar lo malo. Vaya mérito.
Repetir el dato sirve para valorar más el desatino: ninguna liga del mundo utiliza este sistema injusto, que en Argentina se puso en práctica por primera vez en 1957 y se suspendió a los cuatro años. Regresó en 1983, luego del descenso de San Lorenzo, y propició el de Racing, que se fue a la B pese a que en la tabla de puntos de ese año hubo equipos peor posicionados. La enumeración podría continuar con casos insólitos como el de Talleres, que en 2004 terminó sexto en la tabla de año pero debió jugar la Promoción por su posición en los promedios: descendió.
Un buen colchón de puntos en años anteriores permite, por ejemplo, que un equipo metido en la pelea de alguna copa internacional le quite atención a la liga local, consciente de que no habrá castigo deportivo: si sale último del año, los promedios lo salvarán. Es que para muchos, en eso se ha convertido la liga propia: apenas un torneo clasificatorio para jugar los torneos de Conmebol, que les dan más dinero y prestigio. Entonces, pueblan sus formaciones de suplentes en los partidos domésticos si ahí adelante tienen un cruce internacional.
La permanencia del invento de los promedios reactiva el valor de una columna firmada por Fernando Pacini en LA NACION hace más de una década: “El bolígrafo, el colectivo, o el dulce de leche son inventos argentinos a la vista en cualquier lugar del mundo. Pero ninguna liga seria copió los promedios. No todos los inventos son buenos, ni justos, ni útiles.”, escribía en destacado comentarista. Hoy se puede firmar al pie aquel párrafo, tan vigente.
¿Y los responsables de estos despropósitos en continuado, dónde están? Decir “Tapia” como respuesta única es hacerse trampa jugando al solitario. Es la salida automática, cómoda, pero insuficiente. Solo Talleres de Córdoba se opuso en la última Asamblea de la AFA, en octubre, cuando se anularon los descensos en la temporada vigente. Fue el mismo club, que paradójicamente este domingo podría levantar su primer título nacional, quien se negó a levantar la mano esa tarde, cuando se reeligió al presidente pese a que todavía faltaba un año para que concluyera su mandato.
¿Qué hacen River y Boca, los que podrían unir sus poderosas voluntades y encolumnar a otros detrás de sus ideas, si se lo propusieran? Hace una semana, en el sorteo del Mundial de Clubes, Jorge Brito volvió a manifestar que River se opone a los torneos de 30 equipos, pero su club no llevó una voz disonante donde debe darse el debate: en la AFA, no en los micrófonos. Riquelme nombró a Tapia como “uno de los dos mejores presidentes de la historia de la AFA”, junto a Julio Grondona, y se sentó en la vicepresidencia de la entidad.
Entonces, al menos por ahora, no hay espacio para la esperanza de que vuelva a primar el sentido común y se reinstalen reglas más claras, más justas, más competitivas, que hagan del producto fútbol argentino un bien deseado en el mundo. No lo dice este cronista, lo escribieron los mismos dirigentes el viernes, cuando dejaron establecido que en 2025 habrá dos descensos y dos ascensos desde la Primera Nacional. En otras palabras: en 2026 seguirá imperando el torneo de 30 equipos en el país de los campeones del mundo. El que ni siquiera tiene una liga...