Cumpliendo un sueño, muy muy lejos de casa

Izzy Morales vio por primera vez el Stadium of Light desde la parte trasera de un Uber. Había salido de su casa en Canton, Ohio, un par de días antes. Todavía estaba acostumbrándose a la novedad y la distancia de la nueva vida que había elegido. Cuando aterrizó en Dublín, de camino al noreste de Inglaterra, de repente entendió que estaba viajando “al otro lado del mundo”.

La confusión por el viaje y el cambio a una nueva zona horaria no desapareció cuando llegó a su destino final, Sunderland. Sin embargo, el Stadium of Light lo sacó de esa sensación. Nunca había estado allí antes, por supuesto, pero aun así le resultaba familiar. Se sentía como un lugar que conocía.

De cierto modo, era cierto. Morales sabía que había sido en el Stadium of Light donde el Manchester United había visto cómo Sergio Agüero, el Manchester City y el gol probablemente más famoso de la historia moderna del fútbol inglés le arrebataban el título de la Liga Premier de 2012. Con 11 años, Morales había visto cómo se había desarrollado todo. La conmoción y el silencio del momento quedaron grabados en su cerebro a más de 5700 kilómetros de distancia.

“Ese fue el primer recuerdo que me vino a la mente”, dijo. “Estaba viendo la Liga Premier un sábado por la mañana. Nunca me habría imaginado estar allí, tan cerca”.

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El recuerdo había sido lo suficientemente poderoso como para llevar a Morales a cruzar el océano. Jugar fútbol en el extranjero, comentó, “siempre había sido mi sueño”. El año pasado, cuando se acercaba el final de sus estudios en la Universidad de Maine, había llegado a aceptar que no era un sueño que se pudiera hacer realidad. En cambio, comenzó a planear para forjar una carrera en gestión deportiva.

Y entonces, a finales del año pasado, Morales recibió un mensaje inesperado a través de sus redes sociales. South Shields, un equipo profesional de la sexta división del fútbol inglés, había abierto una academia para jugadores internacionales. Estaba buscando reclutas. ¿Estaría interesado?

La posibilidad era tentadora. Morales, de 23 años, podría continuar su educación —la academia era una iniciativa conjunta con la Universidad de Sunderland— y prolongar su carrera como jugador por al menos un año o dos. Pensó que sería algo que “se vería bien en un currículum”.

Pero el verdadero atractivo era emocional. “Había estado expuesto al fútbol inglés durante mucho tiempo, a través de la Liga Premier y las redes sociales”, relató. “Simplemente quería vivirlo”.

No era el único. Para crear la academia, el director deportivo del South Shields, Lee Picton, y el director de la academia internacional del club, Adam Shaw, habían compuesto minuciosamente una base de datos de jugadores que estaban en el sistema universitario de Estados Unidos. Buscaban, más que nada, jugadores de escuelas de División I y División II que estuvieran llegando al final de su elegibilidad universitaria.

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“Fue bastante laborioso”, contó Shaw. “Trabajábamos jornadas de 20 horas. Cuando los identificábamos, utilizábamos las redes sociales como mecanismo para ponernos en contacto con ellos y preguntarles si estarían interesados en formar parte del programa”.

Según Shaw, la idea despertó suficiente interés como para que más de 1200 jugadores quisieran saber más. “La temporada universitaria en Estados Unidos dura solo un par de meses”, afirmó. “Así que la idea de jugar una temporada completa de nueve meses era muy atractiva. Pero también lo era formar parte de un club profesional, en la cuna del fútbol”.

A paso lento —y laborioso, recalcó Shaw— se vieron obligados a reducir esa lista. Prepararon presentaciones en video para los jugadores potenciales. Revisaron sus datos de rendimiento. Examinaron videos. Verificaron las credenciales académicas de los jugadores. Hicieron hincapié en los beneficios educativos, pero también dejaron en claro el costo del programa (los estudiantes en ese primer año tendrían que pagar alrededor de 16.000 libras, o 20.000 dólares, para obtener una plaza en un curso de maestría).

Y luego, el otoño pasado, la Academia Internacional de South Shields finalmente ensambló su primera plantilla. Había representantes de Corea del Sur, México y Canadá, aunque la mayoría eran de Estados Unidos. Los resultados fueron, casi de inmediato, impresionantes.

“Estoy seguro de que habríamos ganado la liga si no hubiéramos tenido lesiones”, afirmó Osman Padilla, un delantero de 24 años de El Paso, Texas. Los oponentes de South Shields no eran solo otras academias privadas de Inglaterra, sino también los sistemas juveniles de otros equipos profesionales. “Creo que muchos de ellos nos subestimaron”, señaló Padilla. “No creían que fuéramos tan buenos”.

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Tal vez esto se deba a un error conceptual transatlántico. Los deportes universitarios en el Reino Unido suelen ofrecer un entorno algo más relajado que los de Estados Unidos. “Los equipos de División I y División II en Estados Unidos tienen planteles de 40 jugadores, tal vez más”, indicó Padilla. “La temporada es corta. Hay que rendir al máximo. Es competitivo”.

Las motivaciones de Padilla eran un poco diferentes a las de Morales. Si bien el contingente de la Academia Internacional de South Shields no tiene permitido jugar a nivel profesional mientras está en Inglaterra debido a restricciones de visado, él esperaba que darse a conocer en Europa pudiera prolongar un poco sus días como jugador (un par de exalumnos del programa han llegado a jugar para equipos no pertenecientes a la liga).

“Es una forma de viajar durante los próximos años”, dijo. “Creo que me gustaría jugar otros cinco años, si puedo, tal vez en algún lugar de Asia”. Su temporada en South Shields pronto llegará a su fin. Su maestría en administración de empresas está casi terminada. Espera que la red de contactos de South Shields lo ayude a encontrar un lugar donde jugar.

Eso sí, sus remplazos ya están listos: el programa está ahora en su segundo año, y Shaw y Picton han ampliado su búsqueda para incluir a estudiantes universitarios de primer año, e incluso a jugadores recién salidos del bachillerato. “En Estados Unidos, los estudiantes de primer año tienden a estar en la banca”, dijo Shaw. “Creemos que venir aquí durante un año, jugar y continuar su educación, podría ofrecer un mejor entorno de desarrollo”.

Pero igual de importante es que puede hacer realidad un sueño. Una generación entera de aficionados estadounidenses ha crecido, como Morales, viendo la Liga Premier, fantaseando con la posibilidad de jugar en Inglaterra, de estar en esos lugares que parecen tan familiares y tan lejanos a la vez.

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“Lo que ves al llegar aquí es la inversión en el equipo”, afirmó Morales, con la mirada iluminada. “Entrenamos con un equipo no perteneciente a la liga mientras estamos aquí. Ves gente yendo a los partidos en noches lluviosas, en esta división desconocida. Nadie vendría a ver fútbol así en Estados Unidos. Pero aquí, es simplemente pasión pura. Eso es lo que quería experimentar”.

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Solo un bache. Probablemente

El Manchester City es constante, incluso en sus crisis. Las pruebas, en este punto, son lo suficientemente convincentes como para sugerir que Pep Guardiola y su equipo sufren algún tipo de trastorno afectivo estacional: en cuanto las hojas empiezan a caer de los árboles, el City parece consumirse por algún tipo de angustia.

La temporada pasada, el City perdió tres partidos de cuatro en todas las competiciones, cuando septiembre dio paso a octubre, y luego obtuvo solo una victoria en cinco partidos a finales de noviembre. El equipo de Guardiola también se llevó un pequeño susto el Halloween anterior, al perder tres de cuatro a finales de octubre. En ambos casos, cabe señalar que se sacudió el letargo bastante pronto y ganó la Liga Premier de todos modos.

Lo más probable es que la mala racha del City en los últimos diez días —con derrotas en Tottenham y Bournemouth en la liga, y ante Rúben Amorim y el Sporting en la Liga de Campeones— no sea más que una prueba del lado caritativo del equipo de Guardiola. El City les está dando una oportunidad a sus oponentes. En el caso del Liverpool, incluso le ha ofrecido una ventaja inicial.

Sin embargo, el propio Guardiola ha reconocido que el asunto es más complejo. Una de sus muchas virtudes como entrenador es su capacidad para repartir la carga de trabajo entre sus jugadores. No sobrecarga a su plantilla al principio de la temporada, para asegurarse de que sus estrellas estén frescas —o al menos más frescas que sus oponentes— una vez que la presión empieza a aumentar.

Esta temporada, eso quizá no sea posible. El City no sufre más lesiones que el Arsenal, por ejemplo, pero la plantilla de Guardiola, por elección propia, es más pequeña. Eso significa que sus jugadores disponibles ya están acumulando minutos. El City suele volverse intocable una vez que llega la primavera. Que pueda repetir ese truco podría depender tanto de la energía como del talento.

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Esta no era la idea

Como todos sabemos, el nuevo formato de la Liga de Campeones se inspiró en dos cosas. El dinero fue lo principal: más partidos y más glamur se traducen en más ingresos. Pero el miedo también fue un factor: a los clubes de élite de Europa no les gustaba la idea de correr el riesgo de quedar eliminados, ni siquiera en teoría, algo inherente al concepto de una fase de grupos más reducida.

La solución, por supuesto, fue modificar el torneo para que fuera más de su agrado, envolviéndolo en redes de seguridad y segundas oportunidades. No es que los miembros de la autoproclamada aristocracia del continente hubieran asumido que las necesitarían: esos ocho primeros puestos, los que pasan por alto la primera ronda eliminatoria, estaban todos reservados para los grandes del torneo.

Entonces, qué incomodidad que haya tenido que aparecer algo de fútbol e interponerse en el camino. En la mitad de la temporada, entre los puestos dos y cuatro están el Mónaco, el Sporting y el Brest. El Bayern de Múnich ocupa el puesto 17. El Real Madrid el 18. Ambos están por debajo del Dinamo de Zagreb. Pero podría ser peor: al ritmo actual, el París Saint-Germain quedará eliminado.

Aunque eso debería cambiar en las próximas semanas —sin duda el PSG pasará a la siguiente ronda—, es difícil no sentir que el dramatismo ha beneficiado al torneo. Resulta que ver una procesión no es particularmente fascinante. Y, además, tiene algo de saludable ver cómo los resultados interfieren en los planes tan elaborados de los más grandes. Después de todo, tratar de manipular una competencia a tu favor, en un deporte en el que ya tienes todas las ventajas, no es muy deportivo que digamos.

c.2024 The New York Times Company