La cultura de la cancelación, un peligroso mal de nuestro tiempo que se está saliendo de control

Cierta supremacía moral lincha, excluye, tacha e impide de segundas oportunidades a quienes considera "pecadores". Es una nueva forma de intolerancia que -curiosa y paradójicamente- se gesta desde valores liberales, pero que son como un boomerang, pues son el reflejo de una conducta que imita a las que dice oponerse: la cultura de la cancelación a veces se sale de control

Cancel Culture concept or cultural cancellation and social media censorship as canceling or restricting opinions that are offensive or controversial to the public with 3D illustration elements.
Cancel Culture concept or cultural cancellation and social media censorship as canceling or restricting opinions that are offensive or controversial to the public with 3D illustration elements.

Execrar. Excluir de círculos profesionales, sociales y afectivos a quien ha sido "tachado". Descartar. La cultura de la cancelación -o "cancel culture" como se le conoce en inglés- es uno de los fenómenos espontáneos punitivos más nocivos que han resultado de la a veces supremacista moralidad de lo políticamente correcto. El poder de excluir que han logrado quienes actúan en nombre de los excluidos. Vaya paradoja. Siempre sorprendente aunque para nada nueva.

Ocurre y ha ocurrido siempre entre creyentes que se fanatizan. Al tomar el poder, para reparar injusticias, lo que hacen es reproducirla, al canalizar sus venganzas en linchamientos morales.

Basada en hechos reales o en rumores, una vez que una especie en el que se acusa a alguien de un estigma toma fuerza, ya no hay segundas oportunidades ni, en el caso de no ser cierto, desmentido que valga.

Da lo mismo que se trate de un abuso, de adicción, de racismo o de una tendencia política. Si la persona fue tachada ya, sus entornos lo execrarán, le cerrarán las puertas, empezarán a ignorarlo, desparecerá del mapa.

Es una actitud primitiva. El equivalente psicológico y metafórico a la pena de muerte. La eliminación del "otro".

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Origen y explicaciones

La actriz Gina Carano fue despedida el año pasado de Lucasfilm coincidencialmente después de dar unas declaraciones en las que expresaba su apoyo a Donald Trump y luego de expresar controvertidas opiniones sobre el origen y los cuidados frente a la pandemia.

Asimismo, cuando J.K Rowling se refirió en un tuit a "las mujeres y toda la gente que menstrua", insinuando con sofisticado sarcasmo que quienes cambian de sexo no son para ella necesariamente mujeres, legiones de antiguos seguidores se enfurecieron, dejaron de seguirla, le insultaron de muchos modos y hasta llamaron a quemar sus libros.

Son solamente un par de ejemplos (todos conocemos muchos más) de cómo procede la cultura de la cancelación.

Pareciera ser la forma de poder que han encontrado los que sienten que siempre estuvieron por fuera. "La época en la cual las personas eran tratadas injustamente y no podían responder a las opiniones retrógradas y tóxicas se terminó", expone Lisa Nakamura, profesora de la Universidad de Michigan, en un reporte de AFP. "Si hay una personalidad que quiere cancelar a los transexuales, no hay ninguna razón en el mundo para que no pueda ser cancelada a su vez", comenta la académica, docente de estudios de cine y medios, estudios asiaticoamericanos y estudios de género y mujeres.

Nakamura considera que el movimiento es parte de algo más amplio. Cita el caso de Amy Cooper, quien fue grabada cuando acusaba falsamente a un hombre negro de amenazarla, cuando en realidad el hombre, llamado Christian Cooper (sin ningún parentesco) estaba observando aves en Central Park, NY. El video se hizo viral el mismo día de la muerte de George Floyd y derivó en un intenso debate sobre el racismo y el privilegio blanco. "La cultura de la cancelación es lo que sucede cuando las víctimas de racismo y sexismo ya no silencian la identidad de sus agresores", sentencia Nakamura.

Una cultura dañina

Pero, además de los consabidos perjuicios en los que por naturaleza incurre un juicio sumario (eso es lo que es en términos espontáneos es el "cancel culture", un juicio sumario), la cultura de la cancelación podría producir en casos más inconvenientes que beneficios, y posiblemente nuevas injusticias, lo que le hace, además, contraproducentes.

En primer lugar, el cancel culture hace foco en una persona, en un sujeto, y no en la transformación, en la reeducación y en el cambio de la cultura que amerita lo que produjo el rechazo.

En segundo lugar, al estar basada en opiniones, los juicios son absolutamente subjetivos, construidos a veces sobre falsos supuestos, y aunque se admita luego el error, las consecuencias son casi siempre irreversibles.

El filósofo y economista inglés John Stuart Mill decía en su obra Sobre la libertad que "la utilidad de una opinión es en sí misma una cuestión de opinión: tan discutible, tan abierta a la discusión y que requiere tanta discusión como la opinión misma".

Los actos buenos o malos no se pueden aislar, forman parte y están engranados con las necesidades, deseos o carencias de otras personas. Las acusaciones de irregularidades inaceptables en una opinión originan fricciones. O sea que el cancel culture es una reacción a lo irritante que genera aún más irritación.

Pocas personas responden constructivamente a las acusaciones de irregularidades. A menudo las represalias que se toman son arbitrarias, y en lo que resulta es en la intensificación del conflicto.

La inutilidad de tirar piedras

Lo cierto es que aunque se escude en la libertad de expresión o en el activismo, la cultura de la cancelación es más el cruel incremento de un problema que un cauce que mejore ninguna situación. Es la metáfora de un látigo social.

Hace un año, Barack Obama atinó en un discurso ofrecido en su propia fundación que la cultura de la cancelación "no es activismo y no cambia nada", desdeñó. "Si todo lo que haces es tirar piedras, no llegarás muy lejos”, afirmó, lapidario.

Para la psicóloga Becky Spelman, especialista en fenómenos sociales, la cultura de la cancelación "genera más problemas que los que soluciona. Tenemos que tener más conversaciones sobre ciertos temas, pero callar a la gente con la que no estamos de acuerdo es una acción desproporcionada”.

Parece un fenómeno reactivo inevitable, producto de muchos años de injusticias a quienes no tenía el poder para hacer valer sus rechazos y quejas, pero sus probabilidades de desatino son altas, en vista de la arbitrariedad con que estos procesos se producen.

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