Crímenes en patota: ¿qué está fallando en la sociedad para que se repita un asesinato como el de Báez Sosa?

Tomás Tello, el joven asesinado en Santa Teresita, tenía 18 años
Tomás Tello, el joven asesinado en Santa Teresita, tenía 18 años - Créditos: @Captura

“Quiero justicia para mi hijo, nada más. Era bueno y trabajador, tenía un montón de amigos y todo el mundo lo conocía. Me parece muy injusto lo que le hicieron a Tomy”, contó entre lágrimas y frente a las cámaras de televisión Samanta, la madre de Tomás Tello, el joven de 18 años asesinado por una patota de nueve personas durante las primeras horas del 1° de enero, en la localidad balnearia de Santa Teresita. La Costa Atlántica se convirtió, una vez más, en el escenario de una tragedia.

A casi cuatro años del crimen de Fernando Báez Sosa, un mismo patrón vuelve a repetirse en el ambiente de la noche: peleas de muchos contra uno, que derivan en consecuencias extremas, como heridas graves o, en el peor de los casos, homicidios. Según diversos especialistas consultados por LA NACION, tales acontecimientos son producto de una sociedad violenta e individualista, incapaz de comunicarse con el otro frente a un conflicto y regida por estructuras nocivas que dañan la psiquis de las personas.

Fernando Báez Sosa fue asesinado en enero de 2020 en Villa Gesell, cuando tenía 18 años
Fernando Báez Sosa fue asesinado en enero de 2020 en Villa Gesell, cuando tenía 18 años

“Estos hechos siguen ocurriendo porque hay sectores e instituciones de nuestra sociedad que producen y reproducen modelos de masculinidad centrados en distintos tipos de violencia, donde la vida del otro parece no tener valor alguno. Que un grupo de personas asesine a alguien indica una situación donde no median las palabras para vincularse”, sostuvo Natalia Fernández, doctora en sociología.

En esta línea, el sociólogo Pablo Di Napoli opinó: “Los discursos de odio que circulan son un caldo de cultivo que generan más formas de violencia. Particularmente, el uso de la violencia física y del cuerpo es valorado y es legitimado. Se constituye como una forma de vincularse, de resolver conflictos”.

Jorge Catelli, psicoanalista y miembro de la Comisión directiva de la Asociación Psicoanalítica Argentina, agrega sobre este punto factores clave, como la construcción fallida de la masculinidad, es decir, la idea de que “a los golpes se es más hombre”, el individualismo y la imposibilidad de empatizar con el otro.

De esta manera, ante situaciones de desacuerdo o conflicto, se desencadena una “explosión de violencia”, en la que la persona es incapaz de entender los límites y las normas, según la explicación del psicoanalista José Eduardo Abadi. “Son conductas regidas por la pulsión agresiva y de muerte. La patota emerge como un protagonista más, que potencia el goce sádico por golpear al otro”, comenta. A su vez, agrega que son grupos producto de una sociedad “carente en el sentido espiritual y material”, lo que genera resentimiento, violencia y angustia.

Modus operandi

Además del caso de Fernando Báez Sosa, otro de los homicidios con gran repercusión debido al mismo modus operandi fue el de Lautaro Alvaredo, el joven de 19 años atacado por cuatro personas de su misma edad a la salida de un boliche en Laferrere, en el partido del conurbano bonaerense de La Matanza, en noviembre del año pasado. “Esto suele ser un fenómeno grupal, donde cuando se agrede, se anonimiza la responsabilidad. Así, cada uno se siente libre de expresar su violencia, sin asumir a nivel subjetivo la responsabilidad de las consecuencias”, expresó Juan Tesone, psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina.

Lautaro Alvaredo falleció por una muerte cerebral tras recibir golpes y patadas de cuatro personas
Lautaro Alvaredo falleció por una muerte cerebral tras recibir golpes y patadas de cuatro personas

Dado que estas tragedias ocurren en fiestas nocturnas, el consumo de alcohol y sustancias juegan un papel importante. Si bien las causas de los comportamientos violentos son diversas, los especialistas advierten sobre las consecuencias de tales excesos. “El consumo de sustancias hace desaparecer la noción de ética y de empatía con el otro. De algún modo, va afectando al lóbulo frontal del cerebro, que es donde se depositan las emociones de empatía hacia el otro, y así, crónicamente, se pierde toda noción de ética”, explicó Tesone. Además, destacó que esta práctica puede ser entendida como un “modo de anestesiarse” para no afrontar la responsabilidad.

Por esta razón, los expertos sostienen que es necesario actuar de manera urgente para evitar que este tipo de asesinatos continúen ocurriendo. “Una manera de construir una sociedad más respetuosa por sobre la vida de los otros es mediante la educación en distintas instituciones, no solo desde la enseñanza formal en las escuelas, sino también en distintos espacios de sociabilidad, como clubes e incluso las redes sociales y los medios de comunicación, donde la difusión y naturalización de prácticas violentas es moneda corriente”, expresó Fernández.

A esta idea, Abadi destacó la necesidad de un Estado más presente tanto para estas cuestiones como para concientizar respecto al consumo de sustancias.

Andrea González, psicopedagoga, expresó que, ante una sociedad carente de normas y responsabilidad parental, es “indispensable” trabajar en un cambio que unifique a todos los actores sociales para volver a poner en el centro de la discusión temas como la responsabilidad, la empatía, el espíritu colaborativo y el cuidado de los menores. Es decir, se deben llevar adelante medidas preventivas ya que, según Tesone, dados los recientes acontecimientos, quedó demostrado que las medidas punitivas –como las condenas perpetuas a los asesinos de Fernando Báez Sosa–, “no son suficientes para generar una verdadera concientización”.

Los crímenes en patota ocurren de manera cada vez más recurrente en la temporada de verano
Los crímenes en patota ocurren de manera cada vez más recurrente en la temporada de verano

Bajo esta línea, Catelli subrayó: “Es una necesidad urgente el cuestionamiento de todo indicio de violencia física, simbólica o acoso de, para y por nuestros jóvenes. Esto implica sostener activamente a las generaciones que estamos a cargo de acompañar, criar, cuidar y educar”.