Privacidad incongruente: escépticos de las apps contra el Covid-19 que se desviven por TikTok o FaceApp

Usuarios no se preocupan por su privacidad en algunas aplicaciones y en otras sí.
Usuarios no se preocupan por su privacidad en algunas aplicaciones y en otras sí.

La proliferación de aplicaciones móviles que sirven para seguir el rastro del Covid-19 ha generado malestar en sectores de la población que se niegan a descargarlas en sus dispositivos por diferentes razones. No importa que la utilidad de estos softwares por los que han apostado varios países sea la de identificar con quién han tenido contacto las personas contagiadas, de nada sirve que el espíritu de estos programas sea meramente sanitario y tenga el fin de proteger a la comunidad de esta pandemia que tanto daño está haciendo. Todas estas razones quedan minimizadas por concepciones muy particulares de la privacidad y de la libertad. Es así como el uso de la tecnología en estos términos genera un recelo que entra en contradicción con el uso de otras aplicaciones mucho más banales para las que parece no haber problemas.

Muchos de los que se niegan a descargar este tipo de rastreadores de contagiados por coronavirus en sus celulares no tienen reparos para bajarse otros programas de moda que utilizan de manera descontrolada sin reparar en el continuo flujo de información que están proporcionando a la aplicación en sí o a terceros. TikTok, por ejemplo, la mayor sensación de vídeo que ha cautivado a más de dos mil millones de usuarios de todo el mundo, es una de las apps que más datos privados desvelan. Facebook, Twitter… ¿Quién da más?

Quizás uno de los fenómenos más llamativos fue el de FaceApp, otra de las modas que en 2019 modificó fotos de los usuarios para que parecieran décadas más mayores, y en 2020, mediante el mismo método, este programa mostró a los fotografiados con el sexo opuesto. Esta app tiene origen ruso y 150 millones de personas usaron sus servicios en 48 horas sin que les importara lo más mínimo la política de privacidad que aceptaron sin rechistar:

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“Usted le otorga a FaceApp una licencia perpetua, irrevocable, no exclusiva, sin regalías en todo el mundo, totalmente pagada y con una sub-licencia transferible para usar, reproducir, modificar, adaptar, publicar, traducir, crear trabajos derivados, distribuir, mostrar públicamente y mostrar su Contenido del Usuario y cualquier nombre, nombre de usuario o similares provistos en relación a su Contenido de Usuario en todos los formatos y canales ahora conocidos o desarrollados posteriormente, sin ninguna compensación para usted”, se puede leer en el documento de términos y condiciones.

Llama la atención que tantos millones de personas hicieran caso omiso a una política de privacidad tan desfavorable para los usuarios, que le da plena potestad a la compañía que desarrolló la app - Wireless Lab - sobre las imágenes, con un riesgo que resalta sobre los demás: las todavía desconocidas consecuencias que los algoritmos de reconocimiento facial puedan tener en el futuro. Nada de eso importa, sin embargó, a la hora de descargar aplicaciones de rastreo de personas contagiadas por Covid-19, en lugar de entusiasmo hay recelo.

Son varios los países que han optado por utilizar la tecnología para combatir el coronavirus y proteger a la población. Las estrategias gubernamentales de usar el ‘big data’ para contener y controlar lo máximo posible la propagación del virus ha cumplido su objetivo en muchos casos (Singapur o Corea del Sur.) La conexión Wi-Fi, GPS y Bluetooth son esenciales para rastrear casos y conocer quién ha estado en contacto con personas infectadas. Aunque algunos países han instaurado el uso de estas aplicaciones de manera obligatoria, otros dependen de la predisposición de su población para que esta estrategia dé o no sus frutos. En aquellos lugares en los que hay libertad de decisión para llevar a cabo estas descargas de manera voluntaria, el número de usuarios ha sido muy inferior a las expectativas de los Gobiernos y extremadamente bajo en comparación con la cantidad de personas que usan las diferentes redes sociales y demás aplicaciones que se ponen de moda en cuestión de horas.

En Francia, por ejemplo, el fracaso de su app ‘made in France’ para seguir la pista a las personas contagiadas por el Covid-19 ha sido estrepitoso. ‘StopCovid’ tan solo ha sido descargada 1,9 millones de veces, lo que supone un 2,8 por ciento de la población. De ellos, tan solo 1,8 millones de usuarios la abrieron y la activaron, según TechCrunch. Para completar este fiasco que supone más de cien mil euros mensuales al Gobierno de Emmanuel Macron, en las últimas semanas casi medio millón de personas la han desinstalado de sus celulares.

Playa británica llena de gente durante la pandemia. 25 de junio. (Getty Images)
Playa británica llena de gente durante la pandemia. 25 de junio. (Getty Images)

Reino Unido no se queda atrás. La inversión humana y económica para crear una aplicación propia - sin contar con el modelo tecnológico de Apple y Google - ha presentado tantos fallos que al final el Gobierno de Boris Johnson se ha visto obligado a recular y usar la tecnología de los dos gigantes. Si ya de por sí hay una desconfianza generalizada con este tipo de propuestas, el titubeo gubernamental no ha ayudado a generar confianza entre la población, algo que tampoco ha sucedido en países como Italia (2.7 millones de descargas) o Alemania (cifras más alentadoras con 6.5 millones de usuarios), todas ellas muy alejadas del 60 por ciento requerido para que estas iniciativas sean efectivas. Los fracasos de estas iniciativas se extienden por Australia (seis millones de descargas), Israel (alrededor de tres millones en abril), India (75 millones de descargas sobre una población de 1.3 mil millones de personas)… Y, por poner un ejemplo, las descargas mundiales de TikTok en 2019 ascendieron a 1,65 mil millones, unas cifras incomparables con el número de descargas globales de las aplicaciones de rastreo de Covid-19 propuestas por decenas de naciones.

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Mientras que para muchos de los escépticos que reniegan de las apps contra el virus la privacidad es un problema, ésta se convierte en un mal menor en otras ocasiones. Es así como razona una gran parte de la población que demuestra incongruencia en sus actos. Regalan sus datos como alma al diablo sin rechistar cuando la moda dicta a la razón, pero luego se vuelven sibaritas y protectores de su privacidad cuando la necesidad no sirve para satisfacer sus ansias de popularidad.

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