La corona británica, en problemas: una muerte sospechosa, indicios sobre la enfermedad de Kate y el reemplazo ideal para Carlos
PARÍS.– Era exactamente el episodio que la familia real británica no necesitaba en este momento: el aparente suicidio de Thomas Kingston, esposo de lady Gabriella Windsor, prima segunda de los príncipes Guillermo y Harry. El dramático suceso, que se sumó esta semana al cáncer que padece el rey Carlos III y a la misteriosa operación que mantiene convaleciente a la princesa Kate desde hace dos meses, convence aun más a aquellos que se han puesto a esperar “lo peor”.
Thomas Kingston murió a causa de una “herida traumática en la cabeza” y se encontró un arma cerca de su cuerpo, según informaron los responsables policiales el viernes en Londres que estarían tratando el caso como un suicidio. El joven financista, de 45 años, estaba casado desde 2019 con la hija del príncipe Michael de Kent, primo hermano de la reina Isabel II.
Diplomado de la Universidad de Bristol, Kingston no solo era un exitoso financista. También se había desempeñado como negociador en la liberación de rehenes en Bagdad. Atractivo y brillante, hizo latir aceleradamente numerosos corazones femeninos. Entre ellos el de Pippa Middleton, hermana de la futura reina de Inglaterra.
El aparente suicidio de ese conspicuo miembro del círculo íntimo de los Windsor reforzó la creciente preocupación que gira en torno de la corona británica desde que comenzó el año. Temores que se habían disparado un día antes, cuando el príncipe Guillermo anuló a último momento su presencia en el homenaje rendido a su padrino, Constantino II, último rey de Grecia, “por razones personales”.
Esas “razones” no explicadas no habrían estado ligadas ni a la súbita muerte de Thomas Kingston —el rey Constantino también era padrino de Gabriella Windsor— ni al estado de salud de su esposa, Kate, operada el 16 de enero del estómago en la muy exclusiva London Clinic y convaleciente desde entonces en su residencia de Adelaide Cottage, en Windsor, rodeada de sus tres hijos, Jorge (10 años), Charlotte (8) y Luis (5), y de sus dos enfermeras filipinas.
Por esa razón, los interrogantes se acumulan. ¿Por qué, mientras el rey Carlos III tomó la decisión de informar a sus súbditos que padecía de un cáncer y —aun sin dar más detalles— comenzaría de inmediato el tratamiento indicado por sus médicos, la enfermedad de su nuera está rodeada de un férreo secreto? La única precisión realizada por el Palacio de Buckingham es que Kate no tiene cáncer y solo habrá comunicaciones sobre su estado de salud cuando la evolución lo amerite.
“El palacio de Kensington ha indicado claramente en enero el calendario de restablecimiento de la princesa y que solo daríamos actualizaciones significativas. Esa línea oficial no ha cambiado”, ratificó un comunicado el 29 de febrero. La princesa de Gales debería regresar a sus actividades oficiales para Pascuas.
Indicios
Ante el silencio, los expertos en la monarquía se interesaron en el equipo médico que rodea a la princesa. Así descubrieron que, poco antes de la operación, Ian Patrick se había incorporado al equipo de Guillermo y Kate como secretario particular. Según el diario The Times, Patrick es miembro del consejo de administración de la Crohn and Colitis UK, una asociación dedicaba a una enfermadad que lleva ese nombre.
“La princesa Kate también fue operada en la London Clinic, un establecimiento que no forma parte de sus costumbres. Ese hospital está especializado en la enfermedad de Crohn. El resultado de esa suma llevó a la prensa especializada a especular sobre la posibilidad de que la futura reina sea víctima de esa afección, sin que ninguna declaración oficial lo confirme”, analiza el periodista británico Philip Turtle.
La enfermedad de Crohn es una afección inflamatoria que afecta el tubo digestivo y provoca terribles dolores, gran fatiga y otros síntomas más o menos severos. “Se trata de una enfermedad incurable, cuyos síntomas deben tratarse con medicamentos o bien mediante una operación, para retirar las partes del tubo digestivo demasiado afectadas por la inflamación”, explica el gastroenterólogo Roland Brest.
En todo caso, si bien la prensa británica da muestras de respeto y discreción, los rumores aumentan. “Después que el palacio aseguró que su operación abdominal no estaba provocada por un cáncer, una admisión de dos semanas, aun cuando se trate de un hospital privado, es inhabitual”, aseguró Max Pemberton, médico-cronista del diario Daily Mail.
“En esas condiciones, no es para nada presuntuoso suponer que se trata de algo muy grave”, concluyó.
Para otros, el silencio responde a la voluntad del Guillermo y Kate de preservar la tranquilidad de sus tres hijos: “Informando lo mínimo a la prensa, la princesa puede dar su propia versión a los niños, sin tener que ocultar los comentarios sobre su enfermedad publicados por la prensa del mundo entero y las redes sociales”, analiza el periodista especializado Stéphane Bern para quien, en todo caso, tanto misterio parece “desmesurado”.
“Es verdad. El silencio es una tradición que concierne a todos los jefes de Estado. Hay que evitar inquietar a la gente. Pero me parece que, de tanto tratar de no inquietarlos, se termina por inquietarlos aun más. ¡Es peor!”, concluye.
Sin dar tampoco ninguna explicación, el 19 de febrero el príncipe Guillermo volvió a hacer su aparición. Fue en Londres, donde visitó la sinagoga de Western Marble Arch junto a los embajadores del Holocaust Edicational Trust, organización caritativa que trata de sensibilizar al público sobre el drama vivido por la comunidad judía durante la segunda guerra mundial.
Mientras tanto, el rey Carlos III prosigue su tratamiento contra un cáncer que todavía no ha dicho su nombre al público. También en su caso, a pesar de la aparente transparencia de la comunicación, todo es confuso. ¿Es normal que los médicos que se ocupan del monarca recién hayan descubierto el tumor el día que lo sometieron a una simple intervención de próstata? ¿Acaso los reyes —como cualquier individuo normal— no deben someterse a controles periódicos de salud? Preguntas sin respuesta que alimentaron otras especulaciones: la inclinación del monarca británico por las medicinas alternativas.
Apenas ascendió al trono, Carlos III no tardó, en efecto, en remplazar al profesor Sir Huw Thomas, jefe de la Casa Real de medicina desde 2005, por el clínico Michael Dixon, quien fue su consejero médico durante 20 años. Conocido por ser un ferviente defensor de las terapias alternativas, en 1998 Dixon publicó un estudio donde afirmaba que “la imposición de manos puede ser un complemento eficaz para el tratamiento de pacientes que sufren de enfermedades crónicas”.
“Consciente de que su nombramiento provocaría auténtica preocupación, el rey afirmó que pondría fin a sus lobbies en favor de la medicina alternativa al subir al trono. Ahora, para adelantarse a las inquietudes en ese sentido, fuentes de palacio aseguraron que el monarca respetará rigurosamente el tratamiento de sus oncólogos”, relata Turtle. Las dudas, sin embargo, persisten.
Reemplazos
Desde luego, las inquietudes no faltan en el terreno institucional. ¿Qué pasará si la enfermedad de Carlos III le impide reinar? Es verdad, el príncipe Guillermo parece remplazarlo con eficacia. Pero, con su esposa convaleciente, sus actividades han sido severamente reducidas.
En Gran Bretaña, en ausencia de texto escrito, es la jurisprudencia quien guía el tratamiento de las crisis institucionales. Según la costumbre, el interín debe estar asegurado al menos por dos consejeros de Estado de sangre real que actúan en nombre del soberano. Esa lista, establecida después del ascenso al trono de Carlos, comprende al príncipe Guillermo; la princesa Ana, hermana del rey; los duques de Edimburgo y de York, sus dos hermanos, Eduardo y Andrés; y el duque de Sussex, su otro hijo, Harry.
El problema es que Guillermo está “casi” fuera de servicio; Andrés es un paria debido a su implicación en un escándalo de pedofilia y Harry, exiliado en California, es persona non grata en la corte tras sus violentos ataques contra su padre, la reina consorte, Camilla, y su hermano.
Si bien su padre no ha cortado todo contacto a nivel personal, permitiéndole —por ejemplo— que lo haya visitado en Windsor no bien se supo que padecía de cáncer, Harry va de tropiezo en tropiezo en el reino. Esta semana, el príncipe perdió su recurso contra la policía británica, que le retiró su protección sistemática —pagada por los contribuyentes— cada vez que pisa Gran Bretaña.
La Alta Corte de Londres estimó que la decisión policial “no era irracional ni injusta”. El duque de Sussex y su esposa, Meghan Markle, perdieron esa protección cuando decidieron instalarse en Estados Unidos en 2020 y dejar de participar en las obligaciones de la familia real.
Eduardo, por su parte, es considerado por todos como un “peso pluma”. Queda Ana, que tiene la doble ventaja de ser muy allegada al monarca y muy apreciada por los británicos. Tanto que, en todos los sondeos, cuando se trata de elegir el “mejor presidente” en caso de proclamación de la república, ¡ella consigue la unanimidad entre sus súbditos!
Todos consideran que la princesa sería capaz de respetar al pie de la letra la definición de los poderes reales de Walter Bagehot, autor de la Constitución inglesa en 1867. Según la cual, el monarca de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, jefe del Commonwealth, de la Iglesia anglicana y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, no puede permitirse más que “formular advertencias, dar aliento y consejos” a su primer ministro. El historiador del siglo XIX agrega a esos tres derechos: “Un rey sensato y sabio no considera ningún otro”.
En medio de tantas preocupaciones, desde ese punto de vista, todo parece ir muy bien en el reino de los Windsor.